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    LEOPOLDO TABLANTE: La voz del pueblo

    Rómulo Betancourt era un líder continental, pero su voz
    evidenciaba su origen guatireño.

    La voz del pueblo

     

    Todo el mundo lo sabe: el líder adeco tradicional hablaba con un tono gangoso que, en otro tiempo, desafiaba al rival político desde la seguridad de que la suya era la voz del pueblo. La voz emblemática era la de Rómulo Betancourt, quien, a pesar de su estatus de líder continental, cuando abría la boca siempre ponía en claro su modesto origen guatireño. La consolidación de Acción Democrática desde 1958 hasta la llegada de Chávez al poder transformó esa voz en una especie de punto de honor reivindicado por la tolda blanca e, incluso, por cualquier otro exponente del populismo a la venezolana.

    No recuerdo a nadie remedar la voz de Raúl Leoni. Aparte de sus alocuciones oficiales, Leoni pasó como un político bastante parco. La facundia pertenecía a su compañero más joven, Carlos Andrés Pérez. Tras el trémolo rezandero de Rafael Caldera, CAP nos roció de gasolina y nos prendió candela hablando con esas enes vibrantes que tanto irritaran a José Rafael Pocaterra en tiempos de Gómez. Esas enes, en lugar de la tradición del autoritarismo andino, evocaban la liberalidad y el optimismo que fue el comienzo de nuestro fin.

    Entre tropezones lógicos (“no es esto ni lo otro, sino todo lo contrario”) y palabras que sonaban entre poco elegantes y fuera de contexto (“el ciudadano presidente de Colombia tuvo la fineza de…”), “Locoven” encarnó las grandes promesas de un país que nunca llegó, sistematizó el uso del dequeísmo y, por poco riguroso con el rendimiento y la moralidad de sus colaboradores, eternizó el gangsterismo político y aprobó el sentido de la urgencia del reposero de carrera.

    En los años ochenta, “la energía” de Pérez mutó en la melifluidad de ese Lusinchi espirituoso que siempre silbaba sus eses. El estilo de Lusinchi contrastó también con el código campechano de Luis Herrera Campins, quien sustrajo la letanía rezandera de Caldera al mundo de arquetipos del refrán llanero. La voz de Lusinchi transmitía una cierta desmoralización: con las cuentas del país en rojo, su llamado a la austeridad alimentó la motivación trepadora de su querida y secretaria privada, Blanca Ibáñez, abogada express por una casa de estudios con nombre de carabela. El poder mal habido de Ibáñez encolerizó a otro adeco veterano, candidato presidencial en 1978 contra Luis Herrera Campins, gangoso y con lengua de hojilla: Luis Piñerúa Ordaz.

    Gracias a Piñerúa, yo me enteré de que una “barragana” era “una concubina que vivía en casa del que estaba amancebado con ella”, es decir, Blanca Ibáñez alternativamente entre Miraflores y La Casona y, por asociación, Cecilia Matos en su residencia de El Marqués.

    Cuando todavía la palabra “barragana” era comentario de comedero y botiquín, 10 millones de españoles paralizaban su rutina diaria en horario estelar para embelesarse frente a los cutres retruécanos de un culebrón sudaca: Cristal, con Jeannette Rodríguez y Carlos Mata, producida en Quinta Crespo por Coraven y objeto de sesudos análisis por parte de intelectuales y lingüistas intrigados por la sonoridad e intención venezolanas.

    La semana pasada, los insultos de Henry Ramos Allup contra Chávez, los militares que lo secundan y los cubanos que lo apoyan me devolvieron fugazmente a la tradición discursiva adeca. De repente, me sentí en el bar del Shorthorn Grill rodeado por José Ángel Ciliberto, Luis Emilio Rondón o Pastor Heydra, todos campaneando un Etiqueta con soda. Ramos Allup, último político profesional vivo de la cuarta república, dijo que Chávez tenía una relación “concubinaria” con los líderes del castrismo en Cuba y calificó de “cabrona” a una Fuerza Armada acusada de corrupción. En ocho minutos de contundente voz nasal, Ramos Allup despachó, con una motivación que yo creía ya muerta y enterrada, un vocabulario que, por más o menos escalofríos que dé, tiene una entrada en el diccionario de la RAE. El fuelle retórico del carcamal adeco todavía sopla y sorprende con esas aleaciones entre vulgaridad y ocurrencia castiza con que Venezuela ruboriza, de vez en cuando, a la hispanidad.


    LEOPOLDO TABLANTE
    tablanteleopoldo@gmail.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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