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    ALBERTO BARRERA TYSZKA: La balada de Rangel Silva

    El Presidente se propone y se promueve como la única representación posible de
    democracia, de futuro. Es un curioso sentido de la alternancia.

     

    Quizás piensa que los medios de
    comunicación la tienen agarrada con él

     

    Eso es lo que pasa. Pobrecito. Cuando Walid Makled lo nombró, de inmediato salió toda esa canalla mediática a pregonarlo. ¿Y con el incidente del gordo del maletín? ¿Acaso ya nadie lo recuerda? También entonces el nombre de Henry Rangel Silva apareció en una de las conversaciones grabadas entre Antonini y Franklin Durán. Y, por supuesto, también entonces los periodistas despiadados y apátridas salieron corriendo a divulgar la noticia. No tienen alma. Todos están financiados por el enemigo. Se trata, sin duda, de una conspiración en contra de su persona. ¿Cómo no quieren que, después, él reaccione de esta manera? Quizás cree que ahora también está sucediendo lo mismo. Dice una pendejada y de pronto todo el mundo se alborota. Hasta Insulza viene a mentarlo y a manifestar que está preocupado, que le parecen inaceptables sus declaraciones. Es insólito. Tiene razón. Siendo sinceros, tampoco es que el mayor general Rangel Silva haya declarado algo demasiado sorprendente. Tal vez fue la manera de expresarlo, el énfasis. Tal vez no usó las palabras adecuadas y perdió el sentido de la sugerencia. Pero tampoco es para tanto. Quizás por eso resienta todo lo que ocurre. ¿Por qué no se meten con el comandante Benavides? Hace quince días, apenas, en uno de esos programas del Presidente, delante de todo el mundo, hablando también de las elecciones de 2012, Benavides agarró y gritó: “¡No volverán!”. ¿Acaso no es más o menos lo mismo? ¿Por qué nadie le dice nada? Por no hablar del Presidente. Si se aplicara el derecho de autor a las declaraciones políticas, Rangel Silva sería acusado de plagio. Lo único que hizo fue repetir lo que, de otra manera, viene diciendo desde hace bastante tiempo el Presidente. No hace falta retroceder demasiado. El 31 de octubre pasado, en su programa dominical, Chávez dijo lo siguiente: “Si esta gente con todo su odio llegara a mandar aquí, trataría de echar de Venezuela todo lo que huela a Chávez y yo creo que se alzarían los militares y el pueblo. Entonces la revolución cambiaría de signo, pasaría a hacer otro camino. Pobre de ellos, porque son minoría y no tendrían cómo detener aquí una revolución violenta liderada por los militares y el pueblo venezolano”.

    Lo más extraordinario de todo es el absurdo que sostiene el planteamiento. En cualquiera de sus variantes, aparece la misma idea. Supone que una mayoría popular que vota en contra de un proyecto político, de manera instantánea deja de ser mayoría y deja de ser popular. Delata la particular visión y versión de la democracia que tiene el Gobierno.

    El pueblo sólo se puede expresar genuinamente si vota por Chávez. El pueblo sólo es pueblo cuando vota por Chávez.

    No hay otras posibilidades.

    Lo otro es el caos. Lo otro es la guerra. Lo desconocido, una tierra de nadie donde cualquier cosa puede pasar.

    El país termina en esa orilla. El Presidente se propone y se promueve como la única representación posible de democracia, de futuro. Es un curioso sentido de la alternancia. O Hugo o Hugo: ¿qué prefieres? Basta con escuchar cualquier justificación para entender que se trata, incluso, de una dinámica personal.

    Cada vez que el Presidente se refiere a los ciudadanos que piensan distinto, que no están de acuerdo con sus propuestas, sostiene que están “confundidos”, que han sido “engañados”, que están siendo “manipulados”… No me quieren porque no me han visto bien, no me quieren porque en realidad no me conocen, porque alguien les impide darse cuenta de que obviamente tienen que quererme. No me quieren porque no los dejan. El pensamiento oficial es incapaz de reconocer otro pensamiento. No puede. No tiene cabeza para tanto. No logra captar y aceptar que el otro también puede ejercer el discernimiento, de manera alterna e independiente.

    Por eso Chávez, y todos sus coros, ofrecen siempre esta inmensa paradoja. Atacan y amenazan desesperadamente a una supuesta “minoría” que, sin embargo, puede ganarles las elecciones. Su idea de la legitimidad no es estadística sino moral. Ellos son el ejército del bien: los buenos no pueden perder. “Democracia sin demócratas”. La frase es de Dietmar Dirmoser y resume muy bien la fragilidad de algunos proyectos políticos del continente ¿Qué hacer con la voluntad popular si la voluntad popular no nos favorece? ¿Hasta dónde y hasta cuándo el pueblo sigue siendo pueblo? Tienen miedo, mucho miedo. Eso es lo que está detrás de la balada de Henry Rangel Silva.

    Así suena ahora la rockola oficial.


    ALBERTO BARRERA TYSZKA
    abarrera60@elnacional.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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