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    ARMANDO DURÁN: Democracia y prensa libre

    El Presidente pidió castigar la conducta “criminal” de Zuloaga

    Dos hechos marcaron la vida sobresaltada
    de los venezolanos esta última semana

     

    Por una parte, el acto convocado por Hugo Chávez en “defensa de la patria, de la soberanía y contra el imperialismo”, celebrado en el Salón Elíptico del Capitolio, para que muy solemnemente los representantes de todos los poderes públicos y de la Fuerza Armada Bolivariana firmaran un manifiesto antiimperialista y escucharan a su comandante en jefe advertir que, a partir del próximo 5 de enero, la Asamblea Nacional, el Gobierno y la FAB serán “de extrema izquierda”, suerte de proclama revolucionaria que desde hoy nos prohíbe hasta la ilusión de soñar con quitarnos a Chávez de encima dentro de un par de años.

    El segundo e igualmente lamentable episodio, como es natural, también lo protagonizó Chávez al impartirle públicamente a su fiscal general de la República la orden de silenciar de una vez por todas la voz crítica de Globovisión. Su excusa, castigar la conducta “criminal” del “prófugo de la justicia” Guillermo Zuloaga; su finalidad real, amordazar definitivamente a la prensa en Venezuela, medida inevitable si en efecto quiere avanzar hacia la dictadura total.

    No se trata, por supuesto, de nada nuevo. La radicalización del proceso es una actividad en marcha diaria e implacable desde el día que Chávez asumió la Presidencia de la República, hace casi 12 años. Para ser precisos, desde que juró su cargo sobre una Constitución que allí mismo calificó de “moribunda”, sin que ningún diputado o senador de la oposición, que entonces eran muchos, abandonara su asiento en señal de protesta.

    Aquella prueba de interesada debilidad política definió conductas que han hecho imposible que las luchas populares pudieran enderezar el entuerto chavista y rescatar los valores éticos de la democracia como sistema político y forma de vida. Un gravísimo paso en falso que comenzó a darse en ese instante y que aún no hemos terminado de dar. Entretanto, la acción de zapa chavista, constante e implacable, encaminada a la sistemática destrucción del Estado democrático desde dentro del propio Estado, no ha dejado de avanzar desde entonces. Como señalaba Manuel Felipe Sierra el pasado viernes en estas mismas páginas, porque “una parte de la dirigencia opositora considera que todavía no ha llegado el temible lobo rojo del neocomunismo”.

    Quizá ahora, a punto Chávez de cerrar el círculo perverso de su ruptura con la historia, comprendamos que a Godot no hay que seguir esperándolo porque en realidad hace mucho que se pasea tranquilamente entre nosotros. Y que mejor será que asumamos su presencia mientras tengamos tiempo de hacerlo, porque sin duda, mañana, tendremos que admitir que Chávez nos ha metido de contrabando un sistema totalitario a la manera cubana, un hecho a punto de ser consumado y frente al cual muy poco podrá hacer la reacción tardía de un pueblo desarmado. En esto y en nada más se resumen las amenazas recientes de Chávez, quien sabe que su descalabro electoral del 26 de septiembre y la insuficiencia absoluta de su gobierno para enfrentar con éxito la tarea de restablecer unos mínimos equilibrios en el ordenamiento de la economía y las finanzas, en la prestación de los servicios públicos y en la lucha contra el hampa y la corrupción, de manera muy despiadada, anticipan su derrota electoral en diciembre de 2012.

    Un suceso que, tal como están las cosas, él, los hermanos Castro y nosotros sabemos que es inevitable que ocurra.

    De ahí su advertencia al país de que si ese día resulta derrotado estallará una “revolución violenta” y el acta matrimonial hasta que la muerte nos separe del ahora general en jefe Henry Rangel Silva. Pronunciamientos que a su vez sirvieron para preparar el terreno sobre el cual pudo Chávez desatar el miércoles su furia desenfrenada, no contra el imperialismo, sino contra la democracia y contra la libertad de prensa, los verdaderos objetivos de su proyecto político. Aberrante disparate chavista de querer imponernos una revolución de extrema izquierda a la cubana, en el mismo momento, tremenda paradoja tropical, en que Fidel Castro declaraba que el comunismo ya no le sirve ni a los cubanos, y mientras Raúl Castro anunciaba los nuevos lineamientos económicos que serán aprobados en febrero por el congreso del Partido Comunista cubano, incluyendo el despido sin piedad alguna de centenares de miles de empleados del Estado, el único empleador de la isla, para satisfacer, 50 años de fracaso después, de un solo y letal plumazo, la muy poco solidaria exigencia neoliberal de cuadrar las cuentas macroeconómicas del Gobierno de Cuba al precio social que sea.


    POR: ARMANDO DURÁN
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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