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    Manuel Malaver: El país bajo las aguas…Y el socialismo también

    “Las inundaciones no se producen porque los
    ríos crecen, sino por que el país se hunde”

     

    Que a 11 años de la tragedia de Vargas, y del inicio en el país de régimen, gobierno o sistema que Hugo Chávez ha dado en llamar “socialismo del siglo XXI” se hayan repetido -pero ahora a escala nacional-, los desastres que dejaron aquellas terribles y pavorosas lluvias, no quiere decir otra cosa sino que la promesa de construir una Venezuela al abrigo de las inclemencias naturales resultó un fiasco, y que, tal ha pasado con la economía, los servicios públicos, la inseguridad personal, la educación, y la ciencia hoy día somos un país más indefenso, más deteriorado, más abandonado y más a la deriva que nunca.

    Resultado, básicamente, de haberle permitido al teniente coronel, Chávez Frías, una cuasi o semi perpetuidad en el poder, dos periodos de seis años de gestión gubernamental durante los cuales se ha empeñado en remacharnos un experimento intragable, uno que ya fracasó en más de una treintena de países, y en el curso de 70 años, y que, rechazado por el 90 por ciento de aquellos en que intentaron instaurarlo a finales del siglo XX, se creyó no volvería a tomarse en serio ni por los líderes ni por los pueblos que habían presenciado su caída.

    Desde luego que nos referimos al socialismo en todas sus escuelas y matices, a la utopía escriturada a lo largo del siglo XIX por los filósofos alemanes, Carlos Marx y Federico Engels, corregida e implantada en Rusia por Lenin y Stalin en la segunda década del siglo pasado, continuada en China por Mao en 1949, y como consecuencia de estos triunfos iniciales, desparramada en Asia, Europa, África y América Latina hasta los estertores que la dieron por concluida cuando ya se iniciaba el nuevo siglo.

    O casi concluida, porque de los 2000 millones de personas que llegaron a experimentarla y sufrirla en todo el globo, apenas 20, los que viven hoy en Cuba y Corea del Norte, se dicen socialistas, aunque más para justificar la permanencia en el poder de dos dictaduras gerentocráticas y dinásticas que por creer que el “socialismo” que alegan practicar pueda tener algún presente y menos aun: un futuro.

    Y por semejante vericueto, empedrado, anacronía o añagaza se ha empeñado en empujar a los venezolanos Hugo Chávez, en obligarlos a transitar por políticas y ensayos que ya se sabía no podían resultar sino en fracasos, en colosales fiascos que claman día a día por una urgente rectificación.

    Fracasos en la economía que han representado, en primer lugar, la destrucción del aparato productivo público y privado que ya nos tiene importando el 75 por ciento de los bienes que consumimos, se trate de alimentos, o de bienes elaborados, transformándonos, de un país dependiente de las economías extranjeras, en otro hiperdependiente, en uno que de no contar con una producción petrolera que se coloca en un 80 por ciento en el mercado de Estados Unidos, no contaría con las divisas necesarias para garantizarse un mínimo y precario funcionamiento.

    El mismo país que, mientras el resto de las economías de la región se apresuraban a declarar a comienzos del 2010 que salían de la crisis global y retomaban la ruta del crecimiento, retrocedía hundiéndose en la recesión, decrecía en menos de 2 puntos y tendría una inflación del 30 por ciento (la más alta de la región y del mundo occidental).

    Pero no ha sido solo cuestión del colosal fracaso en la economía, sino que, igualmente, Venezuela es hoy uno de los países con mayor índice de inseguridad personal, con un número de muertes violentas que rondan las 20 mil anuales, aparte del desbordamiento de flagelos como el narcotráfico, la delincuencia organizada y la corrupción.

    Del mundo es conocido cómo durante el año que está a punto de concluir casi 100 mil toneladas de alimentos importados se pudrieron en silos y almacenes del estado, y que en esta tragedia que dejó sin comida a millones de personas que las necesitan para ingerir su dieta básica, jugó un papel de primer orden la incompetencia y la corrupción que tanto conocieron los países que sufrieron el llamado “socialismo real”.

    Pero la Venezuela chavista y socialista es también la de la crisis del sistema eléctrico que colapsó a finales del año pasado y dejó a oscuras durantes cientos de miles de horas diarias a la mayoría de las ciudades y pueblos de Venezuela a lo largo del 2010 y que tendría que ser impensable e injustificable en un país que tiene las mayores reservas de crudo y una de sus mayores reservas hídricas del continente y del mundo.

    Pero recursos irrelevantes ante la ineficacia, la corrupción y la inviabilidad del socialismo del siglo XX, del XXI y de todos los siglos, ya que se trata de un sistema contrario a la naturaleza humana y que en cuanto liquida la diversidad, la pluralidad, la crítica y la tolerancia hace estériles hasta los esfuerzos mejor intencionados que se implementen para corregir los desequilibrios sociales y promover la riqueza y el bienestar.

    Es todo lo contrario, los exponencia, ya que al colocar todas las decisiones en manos del supercadillo, del comandante en jefe y la élite burocrática que lo secunda, le resulta imposible conocer, manejar, cotejar y seleccionar la información indispensable para solucionar problemas tales como las injusticias, la desigualdad y la pobreza.

    Es el fenómeno que también se conoce como totalitarismo, pues uniforma mental y físicamente a la sociedad para que piense y actúe de una sola manera y en una sola vía.

    De modo que, extrema pobreza, régimen de partido y pensamiento único, y superautoridad a la cual debe someterse el conjuntos de los asuntos de la sociedad y del estado, son los sellos del socialismo que, desde luego, no pueden tener otro resultado que una producción en cadena de errores y fracasos que no logran simular la propaganda más sofisticada, y las hegemonías comunicacionales más aberrantes.

    Ejemplo, el que viven hoy los 27 millones de venezolanos que hace 11 años vieron asombrados la indefensión del país ante los desastres naturales de Vargas, y hoy, igual que hace una década, los vuelven a sufrir pero a escala nacional, y con el agravante de que en el tiempo transcurrido se contó con los recursos suficientes para prevenirlos, y si ocurrieran, no generaran tantos daños cuyos costos ya pueden calcularse conservadoramente en más de 15 mil millones de dólares,

    Cifra de la que no disponemos porque, a pesar de que durante el último ciclo alcista de los precios del petróleo (2003-2008) ingresaron al país 900 mil millones de dólares, Chávez y su experimento socialista los convirtieron en sal y agua, empeñados en financiar una alianza anticapitalista, fabricarse la imagen de restaurador del comunismo y salvador de la humanidad, viajando por el mundo para difundir la buena nueva y dándole vida artificial a dictaduras moribundas como la que en Cuba aún sostienen los hermanos Raúl y Fidel Castro.

    Igual incursionando en aventuras como la que pretendió reinstaurar en Honduras al dictador fallido, Manuel Zelaya, y financiando a gobiernos autoritarios aliados como los de Daniel Ortega en Nicaragua, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.


    Opinión: Manuel Malaver
    La Razón / R24

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