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    ARMANDO DURÁN: Devastaciones

    Devastaciones: Las lluvias continúan
    castigando a Venezuela sin piedad

     

    Un dolor colectivo muy propicio para leer y reflexionar, sobrecogidos, 3 “tweets”, apenas 420 caracteres, en los que la galardonada bloguera cubana Yoani Sánchez trazó hace pocos días un retrato puntual y desolador de la realidad cubana actual: “Créanme que no hay clase de sociología más fuerte que sumergirse en La Habana nocturna. Proxenetas, policías corruptos, prostitutas, turistas y luces apagadas. Esto que veo en esta noche del 2 de diciembre es la negación total del discurso oficial.” La cita viene a cuenta de las reiteradas denuncias de Hugo Chávez contra la oposición por tratar, según él, de aprovechar políticamente el desmantelamiento de media Venezuela por los aguaceros interminables de las últimas semanas y pedirle al pueblo “una pita (por ahora sólo una pita) para los escuálidos, porque allí están diciendo que esto es culpa de Chávez”.

    Por supuesto, la denuncia es falsa. ¿A quién podría ocurrírsele el disparate de atribuirle a Chávez poder sobre las fuerzas implacables de la naturaleza? ¡Qué más quisiera él! Lo cierto es que la oposición ha hecho todo lo contrario. Incluso ha ido demasiado lejos en su esfuerzo por liberar a Chávez de toda culpa. Basta recordar las declaraciones del gobernador Henrique Capriles Radonski llamando al pueblo a no politizar el tema de las lluvias “porque las precipitaciones no son culpa del Gobierno ni de la oposición”. Una presuposición tan fuera de tiempo y de lugar, que uno no termina de entender los motivos y propósitos que impulsaron a Capriles Radonski a darle la razón al discurso oficial de Chávez, cuya única finalidad, como se hace en Cuba, es construir una realidad muy distinta de la real. Pero si bien estas lluvias torrenciales no tienen un “causante”, sus efectos devastadores sí son culpa de alguien y, aunque muchos, por las razones que sean, prefieran no mencionarlo, ese culpable tiene nombre y apellidos propios: Hugo Chávez Frías.

    Suya es la culpa de haber despilfarrado consciente e ideológicamente más de 900 millardos de dólares en 12 años de clientelismo nacional e internacional, en compras de armamento ruso y, a todas luces, en autorizar selectivamente el abuso de poder y la corrupción. Suya es la culpa de haber convertido a Venezuela en una nación desde todo punto de vista peligrosamente frágil y marginal. Suya es la culpa de haber sepultado el país en una noche profunda, de desamparos sin límites todavía conocidos, una orfandad ante la cual de ningún modo basta con lamentarnos y hacer obras de caridad: también, y sobre todo, se impone emprender acciones políticas encaminadas a superar los orígenes de un problema que nada tiene que ver con las inclemencias del tiempo, sino con la tortuosa decisión chavista de aplicar los medios de la guerra y la subversión a la confrontación política. En definitiva, de Chávez es la culpa de haber destruido los servicios de salud y educación, los sistemas eléctricos, la infraestructura vial y hasta la industria petrolera, y en habernos convertido a todos en prisioneros y víctimas del hampa y de la improvisación burocrática.

    Este es el problema de Venezuela, el que Chávez trata de silenciar con su locuacidad y sus amenazas, y la razón por la cual, diga lo que quiera Capriles Radonski o quien sea, estas lluvias sí son un problema político. Y además, un problema político de primerísima necesidad, para no vernos algún día obligados a sufrir esa noche terrible que describe Yoani Sánchez, cuyo complemento más natural nos la ofrece otro gran escritor cubano, Leonardo Padura, quien en su última y magistral novela, El hombre que amaba a los perros, ambicioso proyecto literario que entrelaza las vidas paralelas de Ramón Mercader y León Trotski, tragedia que adquiere su sentido final precisamente cuando Padura le añade su propia experiencia vital, “pura mierda petrificada del presente”, vivencia pavorosamente similar a la que describe Sánchez, alcanza su gran sentido final: “Asediados por el hambre, los apagones, la devaluación de los salarios y la paralización del transporte, entre otros muchos males… Nuestras delgadeces, potenciadas por los largos desplazamientos en bicicletas chinas nos habían convertido en seres casi etéreos, una nueva especie de mutantes… años como irreales, vividos en un país oscuro y lento, siempre caluroso, que se desmoronaba todos los días, aunque sin llegar a caer en las cavernas de la comunidad primitiva que nos acechaba”.

    Cualquier parecido con el trasfondo de estas lluvias y, de seguir las devastaciones de todo tipo como van, con el futuro de Venezuela, no es pura casualidad.


    Por: ARMANDO DURÁN
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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