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    ARMANDO DURÁN: Discursos y mentiras

    Partidarios de Chávez escucharon su alocución desde la calle.

    Diputados cometieron un exabrupto al
    aplaudirlo varias veces a lo largo del discurso

     

    El sábado 15 de enero pasará a la historia como el día en que Hugo Chávez intentó realizar por última vez un triple salto mortal para hacerles creer a los venezolanos y a la comunidad internacional que él es un gobernante democrático. Un gobernante, sin duda, con tendencia autoritaria, fruto de su formación militar y resultado inevitable de sus arrebatos de indignación ante los atropellos del imperio y de sus lacayos nacionales, pero en todo caso, demócrata a carta cabal.

    Tras más de siete horas de barroca repetición de anécdotas y lugares comunes, en cierta medida alcanzó su objetivo.

    Se acabó la guerra y se acabaron los enemigos, afirmó, para anunciar así el comienzo de un período de diálogo y entendimiento entre los venezolanos.

    ¿Fue por eso que algunos diputados de la oposición cometieron el exabrupto de aplaudirlo varias veces a lo largo de su discurso? No se trataba, sin embargo, de nada novedoso. Muchas veces Chávez ha dado señales similares de debilitamiento. Sólo que las circunstancias actuales del proceso político venezolano permitían presumir que tal vez ahora la cosa iba en serio.

    Lamentablemente, la alegría dura poco en casa del pobre, y esta deseada ilusión de rectificación presidencial se desvaneció abruptamente la tarde del pasado jueves, cuando en un solo instante inesperado, los opositores al régimen volvieron a ser lo que siempre habían sido, enemigos de Chávez, es decir, del pueblo, razón por la cual merecían ser triturados, tratados a carajazos, pulverizados por la aplanadora roja rojita del régimen.

    En mis reflexiones de hace una semana lo advertía.

    Chávez, acorralado por su progresivo aislamiento internacional y la práctica desaparición del ALBA, por la magnitud de una crisis económica sin solución viable a la vista, el colapso de todos los servicios públicos, los escandalosos casos de corrupción, negligencia y abusos del poder, había llegado a la desmesura de enfrentarse a sus convicciones más firmes e incluso felicitarse públicamente porque la oposición, al fin, había optado por abandonar las armas y sustituirlas por el ejercicio democrático de la política. ¡Vamos, pues, a hacer política!, exhortó al país. Una sola cosa no aclaró en su fastidiosa perorata. ¿A qué política se refería? ¿A la que, ante los presuntos múltiples éxitos de la revolución, a la oposición no le quedaba ya otro remedio que entrar por el aro del diálogo y el entendimiento a la manera estrecha como lo entiende el régimen? Recordemos que desde el 4 de febrero de 1992 la única forma de diálogo que admite Chávez ha sido, y a todas luces seguirá siendo, la guerra. No la cohabitación con el adversario político, sino su sometimiento o su destrucción total.

    Dentro de este esquema, sirva como ejemplo su anuncio un día de que renunciaría a los privilegios de la Habilitante en mayo, y la amenaza feroz, cinco días después, de que como la oposición, en lugar de alabar su magnanimidad había “exigido” la derogación inmediata de esa ley, una grosería inadmisible, que se vayan a lavar ese paltó donde puedan, porque de ninguna manera estaba dispuesto ahora a devolverle a la Asamblea su derecho de legislar. En otras palabras, diálogo sí, por supuesto, pero siempre y cuando la oposición acate al pie de la letra todas y cada una de sus ocurrencias. Si no, allá ustedes, porque aquí, en el espacio glorioso de la revolución, no hay cabida para la contrarrevolución.

    A partir de esta interpretación totalitaria de lo que significan la disidencia democrática, el debate civilizado y los acuerdos negociados entre el Gobierno y la oposición, mecanismos de funcionamiento esenciales del sistema democrático, el resto del discurso oficial, de la vulnerada Constitución y del supuesto respeto a las leyes son puras mentiras.

    Incluida en esta deformación de la realidad nacional la dependencia de los poderes públicos a la voluntad personal de Chávez. Dentro de estas severas coordenadas antidemocráticas del ordeno y mando cuartelario discurrirá la vida política del país hasta y después de que en diciembre del año que viene acudamos a las urnas del régimen para elegir al próximo presidente de Venezuela.

    Mientras llega ese día incierto, esto es lo que hay. Más de lo mismo hasta el agotamiento físico y espiritual de todos, el marasmo de una nación víctima de la arbitrariedad oficial y la decadencia social, la arrogancia y la destemplanza de Chávez y la obediencia ciega de sus acólitos. Lo cual coloca a Venezuela en una situación sencillamente desesperada.

    Tal como lo resumía el viernes Simón Alberto Consalvi en un brillante tweet aforístico: “Esto como que no tiene arreglo.

    Aquí no hay con quién”.


    Por: ARMANDO DURÁN
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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