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    ARMANDO DURÁN: ¡Viva la política!


    Los diputados oficialistas
    recibieron a los de oposición

     

    La primera reacción de Hugo Chávez y sus lugartenientes al conocerse los resultados electorales de la jornada del 26 de septiembre fue la furia.

    No pasarán, repitió Aristóbulo Istúriz, para advertirle al país, de forma categórica, que el pueblo, gracias a la revolución renovadora de su soberanía, ni siquiera dejaría llegar a las puertas del Capitolio Nacional a los 65 diputados del imperio. Efecto directo de este flagrante acto de ilegalidad fue el desafuero público y notorio del general Henry Rangel a las más elementales normas constitucionales.

    En todo caso, durante las semanas siguientes a ese traspié electoral parecía que las amenazas del régimen se cumplirían al pie de la letra. Sobre todo con la aprobación vertiginosa de leyes encaminadas a engendrar la inmediata reestructuración socialista del Estado, comenzando con el paquete de leyes que apuntan a la transformación de Venezuela en una sociedad comunal, y terminando, para que no dejáramos de entender el propósito antidemocrático que se perseguía, con esta nueva Ley Habilitante que, en la práctica, equivale a suspender las actividades naturales de la Asamblea Nacional hasta nuevo aviso. Un clima político y espiritual muy propicio para garantizarle a Chávez un tránsito feliz y sin contratiempos hacia el poder total y eterno.

    No obstante, la distancia que separa la realidad de los sueños chavistas sigue siendo enorme: las universidades venezolanas se opusieron a las pretensiones de Chávez de manera tan contundente, que él se vio obligado a dar una brusca vuelta atrás para evitar males muy mayores. De ahí su inesperado veto a la ley de educación y la retirada táctica general a lo largo de todo el frente de combate. Las uvas de la fábula todavía están demasiado verdes.

    La primera consecuencia política de esta mal llamada “rectificación” fue que en lugar de los obstáculos con que tratarían de impedirles a los diputados de la oposición instalarse en sus escaños parlamentarios, el oficialismo les brindó a las voces de la disidencia un recibimiento discreto, relativamente “cordial”, sin la violencia prometida. Una maniobra que le sirvió a Chávez para expresar su satisfacción porque la oposición, finalmente, había optado por abandonar las armas, ¿qué armas?, y sustituirlas por la política. ¿Qué política? Vaya, que gracias a los éxitos de la revolución, a los enemigos del pueblo no les había quedado otro remedio que entrar por el aro del diálogo y el entendimiento con los legítimos gobernantes de Venezuela.

    Era, en definitiva, lo que pudiéramos llamar el triunfo de la política. A la manera de Chávez, por supuesto, quien sólo tardó horas en ordenarles a sus diputados “triturar” al enemigo, y a Fernando Soto Rojas, convertido por Chávez en portavoz verbal y fáctico de su desprecio por los mecanismos de la democracia, advertir que los parlamentarios opositores serían tratados a “carajazos”. La única manera que tiene el régimen de hacer política.

    Esta experiencia no es nueva.

    Hace seis años, la entonces llamada sociedad civil, agrupada alrededor de la Coordinadora Democrática, logró vencer los obstáculos con que el régimen había sembrado los caminos que conducían al referéndum revocatorio. Chávez estuvo tentado a no reconocer su derrota en el Reafirmazo, pero al final, en patético discurso pronunciado desde Miraflores, aceptó correr el riesgo de ser revocado. Pero tal como sostuvo en el discurso de su primera toma de posesión al parodiar la famosa reflexión de Carl von Clausewitz sobre estrategia militar, para él, “la política es la guerra por otros medios”. Y, naturalmente, no fue revocado.

    Lo mismo ocurrió con su emblemática derrota del 2 de diciembre de 2007. Tras negarse a reconocer del todo la victoria del No a la reforma constitucional, “victoria de mierda”, descalificó groseramente la voluntad mayoritaria de los venezolanos, procedió a dictar las leyes, incluidas las aprobadas entre el 26 de septiembre y el 5 de enero, que los venezolanos habían rechazado aquel día en el referéndum constitucional.

    ¿Existe alguna razón para suponer que las cosas sucedan ahora de una manera diferente? Francamente, creo que no.

    Cada día se ha ido haciendo más evidente el verdadero objetivo político de Chávez. Y los poderes que él mismo, recurriendo a la política, al triunfo de la política en su especificidad mortífera, se ha otorgado.

    Sin recurrir abiertamente a la fuerza ni a la represión. Sin romper del todo los tenues hilos que aún lo atan a ciertas formalidades inocentes de la democracia. Hasta llegar un día, por las vías de esta política, a la meta señalada. Es sólo cuestión de tiempo.

    Por: ARMANDO DURÁN
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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