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    HomeVenezuelaCaracas: La pensión como única alternativa

    Caracas: La pensión como única alternativa

    En Caracas hay registradas más de dos mil pensiones ante el Ministerio de Turismo

    La única opción para miles de caraqueños
    que no quieren vivir en un barrio

     

    Compartir cuatro baños con treinta desconocidos, tener horario para llegar al sitio en el que vives, cocinar en hornillas comunes, no poder invitar a nadie a tu habitación, convivir muchas veces con maleantes o traficantes de drogas… muchos son los inconvenientes que cotidianamente deben enfrentar quienes viven en una pensión.

    Pero en una ciudad en donde la congelación de cánones de arrendamiento ha hecho desaparecer el mercado de renta inmobiliaria, la pensión es la única alternativa para los caraqueños que no quieren vivir en un barrio pero no pueden darse el lujo de pagar más de mil bolívares mensuales por una habitación en algún apartamento.

    En la práctica es además la única opción habitacional para todas las personas que vienen del interior, sea por estudio o en busca de trabajo, y no tienen un familiar en la capital.

    En Caracas hay registradas más de dos mil pensiones ante el Ministerio de Turismo (allí viven unas 60 mil personas), pero esta estadística se queda corta ante la cantidad de casas que funcionan como pensiones de manera no oficial. Alfredo Padilla, director del Inaesin (Instituto de Altos Estudios Sindicales), cita un estudio según el cual en casi 70% de las viviendas autoconstruidas vive al menos una persona que no pertenece al núcleo familiar.

    Intervención gubernamental:

    El pasado 10 de abril, el presidente Hugo Chávez sacó a la luz pública el tema de las pensiones al amenazar con expropiar aquellas que no estuvieran al día, y habló de “cobros excesivos”. A finales de mayo habló de convertir las más de 200 pensiones que existen en la parroquia San Juan en casas de abrigo para parturientas.

    Desde entonces, casi todas las pensiones de la ciudad han sido visitadas por distintos organismos con el fin de verificar su estatus legal, el estado en que se encuentran y los alquileres que se están cobrando. Por otra parte, en Santa Rosalía miembros de consejos comunales anunciaron su idea de convertir pensiones en geriátricos.

    Algunos inquilinos creen que este trajín podría redundar en su beneficio (pues el estado de la mayoría de las pensiones es lamentable) mientras otros temen que transformar estas viejas estructuras en casas de abrigo o geriátricos significaría escamotearles su única posibilidad de dormir bajo techo.

    “Es lo peor que hay”

    Johnny Alberto Hernández tiene la mitad de su vida (16 años) viviendo en pensiones, desde el día cuando desde San Cristóbal se vino a Caracas a buscar trabajo.

    También ha pasado algunos períodos viviendo en un ranchito en La Vega, y por precarias que allí sean las condiciones él extraña ese período de su vida.

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    El estricto reglamento que impera en las pensiones, la imposibilidad de llevar a ninguna visita hasta su habitación, la necesidad de imponerte un horario para utilizar el baño o la cocina, el cuidado constante para que no se te metan en el cuarto y te roben, la incertidumbre del mañana… todo eso le hace decir que se siente “preso” viviendo en una pensión, con todo y que allí al menos no debe respetar un horario de entrada, como ocurre en tantas otras.

    Dice que vive en pensión simplemente porque desde hace dieciséis años espera que solo sea “mientras tanto”, y asegura que es “lo peor que hay”.

    Él no aspira a vivir en un apartamento, porque los precios son prohibitivos, tanto para alquilar como para comprar, “ni que trabajara las 24 horas”. Dice que tiene visto un ranchito en La Vega, cerca del lugar donde hoy vive su mujer en la casa que él le construyó. Tener un techo propio sin importar el lugar: ese es el tamaño de sus sueños.

    “Aquí se ve de todo”

    Desde que en 1998 se vino desde Santa Bárbara del Zulia buscando un mejor futuro para ella y sus dos hijos, Joanna Vizcaya ha vivido en seis pensiones diferentes, la mayoría de las cuales ni siquiera tenían nombre.

    Aunque ha aprendido a asumir sin demasiados énfasis cada acontecimiento de su vida, cuando se le pregunta qué cosas pierde quien vive en una pensión no duda en contestar que la “felicidad”, pues contrariamente a lo que pudiera pensarse ella cree que solo quien nunca ha tenido la posibilidad de tener una casa propia sabe con certeza la alegría que eso te produce.

    Dice que en una pensión se ve de todo, pero muy pocas de esas cosas son bonitas: inquilinos tiroteados, drogas, desesperación, miseria, “toda clase de porquería”. Su hermana, que vivía en la misma pensión que ella, fue atracada en su habitación, un malandro le puso la pistola en la cara a su hija de dos meses y no aguantó: terminó regresándose a Zulia.

    Vizcaya no siente que su vida sea tan mala: después de todo, al menos en esta pensión puede tener con ella a sus hijos de 14 y 15 años. Es sobre todo por ellos que nunca ha pensado siquiera en la posibilidad de irse para algún barrio. Por más dura que sea la vida del inquilino de pensión, al menos aquí siente que sus hijos pueden crecer sin tantos peligros.

    Compartir cuatro baños con treinta desconocidos un dilema diario.

    “Administrarla es una pesadilla”

    El oficio (corredor inmobiliario) llevó a Carlos Becerra a tomar una decisi´on de la que hoy se arrepiente con todo su ser: comprar y administrar una pensión.

    En estos siete años al frente de la pensión Gilcar, en San Martín, asegura que son muy pocos los recuerdos gratos. En cambio le quedó grabada en su retina la imagen de un tiroteado en la habitación 117, o los restos de una poceta desparramados por el piso luego de que un militar descontento con su pareja le pusiera un tumbarrancho.

    Antes que nada, dice que le gusta pensar en sí mismo como en alguien que presta un servicio, precisamente porque eso es lo que olvida la gente, tanto los inquilinos como quienes opinan desde afuera:  Carlos Becerra presta un servicio.

    Un servicio cuyo pésimo pago ejemplifica con algunas cuentas: a pesar de que es dueño de una casa con 37 habitaciones, apenas recibe unos doce mil bolívares mensuales. De allí debe pagar a dos empleados, cancelar dos mil bolívares mensuales en agua y luz y comprar artículos de limpieza. A cada rato, además, debe gastar en camas y colchones, pues es com´un que los inquilinos los rompan cuando se van. También son cotidianos los robos de bombillos o los destrozos del cableado. Al final, dice que saca 5 mil bolívares mensuales después de un trabajo que exige su presencia las 24 horas del día.

    Carlos Becerra está cansado, y luego de o´ir los planes del Gobierno le ofreció vender esta vieja casa. Aún espera respuesta.

    En dos tiempos:

    10 de abril. Hugo Chávez dice que deben ser revisadas las condiciones en que se manejan los sistemas de pensiones y alquileres de habitaciones en la ciudad. Dijo que muchas de estas pensiones pertenecían a gente que estaba en el exterior, y que en caso de no aparecer sus dueños podía pensarse en la expropiación.

    25 de mayo. Al solicitar una ley que otorgue la propiedad de la vivienda a inquilinos que tengan muchos años pagando alquiler, el Primer Mandatario lanzó la idea de utilizar algunas de las más de doscientas pensiones de San Juan para embarazadas de alto riesgo.


    Por: Javier Brassesco
    EL UNIVERSAL | Ciudad

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