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    HomeEconómiaEl Editorial: El enamoramiento, Con la Polar

    El Editorial: El enamoramiento, Con la Polar


    El enamoramiento: Con la Polar

    En los barrios de Caracas, plagados de bandas de pistoleros y asesinos, los pobladores se abstienen de acudir a las fiestas de la comunidad no vaya a ser que el jefe de los malandros “se enamore” de uno de ellos y le meta un tiro sólo “porque le provocó”. El hecho de que el jefe se enamore de una persona no significa algo espiritual o sexual; todo lo contrario, expresa un odio inexplicable contra un ser humano o grupo familiar que, de repente, le surge al cabecilla de los bandidos y que termina en un arrebato mortal.

    Por lo general, los habitantes de los barrios tratan de no pasar por donde se reúnen los malandros, y dan un largo rodeo para evitar la violencia. Pero muchas veces las bandas armadas bajan a donde reside la gente decente y trabajadora, y los acosan con gritos e insultos, con provocaciones y ataques contra sus ranchos y sus medios de transporte, ya sea una moto o el taxi de algún vecino. Valiéndose de la fuerza de sus pistolas, expropian a los vecinos de sus propiedades y, si no pueden llevarlas consigo, entonces las destruyen o las queman.

    La única ley que existe en el barrio es la que dan las armas.

    Los jefes malandros saben que pueden actuar sin que la policía o el ejército intervengan porque en su territorio nadie puede ejercer sus derechos: si alguien se atreve a acudir a los cuerpos de seguridad o a la Fiscalía, terminará muerto o exiliado del barrio. Cuando algún delito ocurre en el cerro, lo más seguro es que jamás llegue a los tribunales y si por casualidad llega, terminará en las gavetas de un fiscal.

    Los jefes malandros no sólo vigilan la vida diaria del barrio, también mantienen un control día a día de los negocios, exigen pagos específicos por la venta de licores o de cualquier otra actividad económica y se reservan para sí la explotación y venta de las drogas, como un monopolio. Si algún despistado con su familia se atreve a alquilar o comprar un rancho en la parte del cerro que ellos controlan, entonces, a punta de pistola, le dicen que se vaya porque esa zona les pertenece. Los expropian, o mejor dicho, les confiscan la tierrita y el rancho.

    Desde luego, llega un momento en que la comunidad del barrio está pendiente cada fin de semana de lo que al jefe de los malandros se le puede ocurrir, que pone en vilo no sólo su pequeña propiedad, construida poco a poco durante años, sino la independencia de su propia vida. Es la angustia del ciudadano sensato ante las locuras inesperadas de quien gobierna en el barrio con un arma en la mano.

    Cualquier semejanza de este texto con la expropiación militar ordenada contra el Centro de Atención Nutricional Infantil Antímano (Cania) de la empresa Polar, que presta servicios a niños y adolescentes pobres con problemas de malnutrición y a mujeres embarazadas y recién nacidos prematuros, es pura coincidencia. Que quede claro.


    Por: Redacción
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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