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    REPORTAJE: Una familia adicta a la rapiña

    Leila Trabelsi: Es la emperadora de Túnez, dueña de la voluntad del presidente y de los torcidos destinos de un país que ha explotado de rabia.

    Los negocios de la esposa de Ben Ali y
    sus allegados cubrían todos los sectores

     

    ■ La esposa de Ben Ali regia la voluntad del presidente y el destino del país

    ■ Su estatura pública creció tras las elecciones de 2009

    ■ Es madre del único hijo del gobernante, al que llaman el ”príncipe heredero”

    Muchos tunecinos se sentían humillados cuando, determinados días del año, el Gobierno del dictador Zine el Abidine Ben Ali fijaba las jornadas de solidaridad con ciertos colectivos de la sociedad tunecina. Convenía dar unas monedas. Por si acaso. Abdelaziz Belkhodja es un prestigioso escritor tunecino que ha dedicado tiempo a indagar en la desmedida corrupción del régimen depuesto el viernes. La familia -especialmente la de su segunda esposa, Leila Trabelsi- acaparaba un inmenso poder económico. Apenas había un sector de la economía en que no metieran sus zarpas. Pura rapiña. Belkhodja explica en su informe, a modo de preámbulo, que la lista de compañías propiedad de media docena de familias estrechamente vinculadas a Ben Ali es incompleta. Los testaferros también jugaban su papel.

    La emperadora de Túnez:

    Una todopoderosa primera dama, dueña de la voluntad del presidente y de los torcidos destinos de un país que ha explotado de rabia. Leila Trabelsi encarna como nadie los demonios que la revuelta ha querido exorcizar incendiando la calle: una maraña de corrupción con epicentro en su clan y un sistema que asfixia al pueblo mientras tiende alfombra roja al paso de sus propias élites.

    Que son, sobre todo, miembros de la todopoderosa familia de la primera dama, que se arropa con alta costura facturada en París y Milán y a la que más vale arrimarse si se quiere conservar la silla en el gabinete tunecino.

    Su biografía se desdobla según quien la refiera. Muchos detalles son un misterio, coloreados en los papeles oficiales y embarrados en la lengua de un pueblo que no la ama.

    La Mata Hari del país de los jazmines:

    Para unos muchos es la arribista encumbrada desde una infancia opresiva once hermanos a los que el cabeza de familia mantenía vendiendo frutos secos y una peluquería de barrio hasta la presidencia de la nación. Un meteórico ascenso gracias a sus encantos de ‘cortesana’.

    Una Mata Hari que primero cortó la cuerda de Ben Ali con su primera esposa, Naima Kéfi madre de sus tres hijas, y luego deshizo los lazos del gobernante con su propio pueblo.

    Se le atribuye una personalidad manipuladora hasta el esperpento: las malas lenguas dicen que consiguió que Ben Ali se divorciara asegurando que el bebé que llevaba en su vientre era un niño, el sueño del presidente.

    Finalmente dio a luz a una niña, Nesrine, en Bruselas. Corría el año 1986 y los amantes aún no estaban casados (no lo hicieron hasta 1992). Mucho tardaría aún el ‘príncipe heredero’, Mohamed, al que Leila dio a luz en 2005, trece años después de tener a su segunda hija, Halima.

    Con la llegada de Mohamed se cumplió el sueño de su padre, cuya voluntad quedó aún más si cabe bajo el influjo de su esposa. Leila ha ido creciendo en estatura pública en los últimos años. Sobre todo tras las elecciones de 2009, cuando comenzó a leer algunos de los discursos de su marido.

    ¿Una sucesión a lo Kirchner?

    Por eso hay quien especula con una sucesión a lo Kirchner, aunque otros opinan que canalizará su ambición a través de su hermano Belhassen, padrino del clan Trabelsi.

    Los documentos oficiales se empeñan en dibujar a una mujer bien distinta. Una luchadora por los derechos de las mujeres árabes que trata de conciliar modernidad y tradición a través de la OFA (Organización para la Mujer Árabe). Y una primera dama que se desvela por los más débiles y visita frecuentemente y por sorpresa colegios de niños con problemas y asilos de ancianos.

    A la reina de Cartago, como se la conoce, se la achaca un papel crucial en la última crisis. Incluso se dice que se encuentra fuera del país, con un saco de lingotes de oro del tesoro público. Aunque lo más probable es que siga dentro, gobernando en la sombra y asegurándose de que todo cambie para que todo siga igual.

    En todo negocio:
    La importación de bebidas alcohólicas en el país, la compañía azucarera de Bizerte, la atunera tunecina o el monopolio de la explotación pesquera del lago que colinda con la capital, a cambio de limpiar las aguas de algas, son el chocolate del loro de los intereses de los Trabelsi, los Mabruk y tres o cuatro familias más afectas al tirano. Esta mafia inició su andadura hace dos décadas con la petición de créditos sin garantías a bancos nacionales, dinero con el que comenzaron a adueñarse de un sinfín de instituciones financieras. Alertaba el Fondo Monetario Internacional de su inquietud por la gran cantidad de bancos en relación con la población de Túnez -casi 11 millones de personas-, pero la impunidad anulaba esos llamamientos.

    El Banco Internacional Árabe de Túnez pasó a manos de los Mabruk; el Banco de Túnez lo controlaba Belhasen Trabelsi, hermana de Leila, quien otorgó su dirección a la esposa de Abdelwahab Abdalá, un preboste del régimen. No contentos, los privilegiados parientes logran licencias para que Saher Matri, yerno de Ben Ali, fundara el Banco Zeituna, y Slim Zarruk, Mediobanca. “Cabe destacar la salida de divisas del país hacia cuentas extranjeras saltándose las leyes vigentes en Túnez”, escribe Belkhodja.

    Nunca les pareció suficiente. Saher el Matri, el yernísimo aún no treintañero, hijo de un coronel, también obtuvo créditos sin garantías, “nunca devueltos”, para hacerse con la sociedad Ennakl. Agrupa los concesionarios de coches Audi, Seat y Porsche. Los de Mercedes y Fiat pertenecían a Maruan Mabruk. ¿Casado con? Cyrine Ben Ali. El Matri también se hizo con el concesionario de KIA. El joven Ben Gaied pidió la mano de una hija de Ben Ali y el regalo fue la dirección de Peugeot.

    Se inmiscuían en todo negocio. “El presidente designaba azafatas de Tunisair”, relata el escritor. La gestión del aeropuerto internacional de Cartago, la Compañía Tunecina de Navegación, las licencias de telefonía, cadenas de radio y televisión, periódicos, empresas de comunicación que difundían noticias falsas al exterior en las que Ben Ali aparecía como “el muro contra el islamismo”.

    Las sociedades inmobiliarias, complejos turísticos, viviendas adquiridas a medio euro… Son incontables. Estos días han ardido el mayor centro comercial de Túnez (Géant) y varios supermercados de la familia. También gestionan Carrefour. La fortuna que saquearon solo ellos la conocen.





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