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    Zenair Brito Caballero: La corrupción institucionalizada

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    “La corrupción como el
    tango se baila de a dos”

     

    Como he venido escribiendo últimamente en mis últimas columnas de opinión, las personas que vivimos y trabajamos en Venezuela estamos, en cierta medida, condenadas a convivir con la corrupción institucionalizada, al menos durante una generación o probablemente más.

    Conviene recalcar nuevamente que convivir con la corrupción no es lo mismo que tolerarla o ser permisivo con ella, sino por el contrario, sufrirla y padecerla muy a nuestro pesar.

    La famosa frase que escuché a un político entrevistado en la televisión por cable resumió el pensamiento de políticos y funcionarios –“La corrupción como el tango se baila de a dos”– es una falacia interesada, que confunde víctimas con verdugos. La gran mayoría de los ciudadanos no somos responsables ni tampoco cómplices de la corrupción, sino sus víctimas.

    No nos reporta ningún beneficio, sino sistemáticos perjuicios y vejaciones insultantes a nuestra dignidad, ante la prepotencia de quienes tienen el poder para menoscabar nuestros derechos gracias a la corrupción institucionalizada. Hará falta al menos una generación para revertir el arraigo de la corrupción entre los funcionarios y mandos medios de las instituciones públicas.

    A algunos les parece lo que escribo en mis artículos sobre la corrupción y les seguirá pareciendo ahora una apreciación pesimista y, sin embargo, una generación es, por desgracia, el mejor de los casos, el más favorable de los escenarios posibles, porque se basa en el supuesto que haya en la cúpula de varios gobiernos sucesivos la voluntad política y la determinación para que el combatirla se convierta en una política de Estado, lo que por desgracia no parece ser el caso.

    Mientras en los cargos claves haya corrupción, el sistema se retroalimentará, porque solamente podrán ascender y hacer carrera aquellos funcionarios que estén dispuestos a ser cómplices con la ilegalidad a cambio de algunas migajas de la torta de la gran corrupción y los negociados multimillonarios que, desde luego, están en los centros de decisión y mando y no en las manos de los subalternos.

    Contradiciendo la afirmación del político entrevistado, la corrupción en Venezuela no es un baile de a dos, sino un ballet donde todos sabemos quiénes son los coreógrafos, los primeros bailarines y el coro de bailarines de menor cuantía. Mientras se expulse a las personas honestas y eficientes para poner en sus puestos a incondicionales, como hemos visto en muchos cargos públicos; mientras se ponga en duda la honestidad de los actuales jueces y hasta de los miembros de la Corte Suprema, con casos tanto de “aceitado” de trámites como venta de sentencias; mientras la mitad de los cargos importantes del Poder Ejecutivo se vean salpicados por casos como las confiscaciones de fincas y de empresas o la sobrefacturación de alimentos podridos por Pudreval y que para la asistencia social, no parece que haya ninguna posibilidad que se aborde seriamente la posibilidad de sanear la administración pública.

    Pero, por otra parte, un sistema de corrupción institucionalizada no se puede sostener a menos que las condiciones sociales y económicas sean las adecuadas. Para comprar votos como elemento central del sistema de pugna electoral –ejemplo que es, por desgracia, un procedimiento generalizado en el país–, además del dinero generado por la corrupción, hace falta suficientes personas lo bastante pobres para vender su voto y también suficientemente faltos de cultura cívica para pasar por alto que, al vender su voto, encumbran a los mismos responsables de la falta de cultura y la pobreza.

    Siempre he sostenido que la incultura y el catastrófico nivel de nuestro sistema educativo son más graves aún que la corrupción porque, además de ser un daño en sí mismos, generan las condiciones que los corruptos se eternicen en sus feudos, elección tras elección, y que, salvo excepciones, solo puedan ser derrotados por adversarios políticos aún más corruptos.

    Es por eso que hay que pensar que el mantenimiento de niveles de pobreza mucho más altos de lo que justifican las limitaciones de la economía del país y la persistencia de las miserias de nuestro catastrófico sistema educativo no son una casualidad, sino a la vez causa y consecuencia de la necesidad de los corruptos de una “clientela” que les permita sostenerse en los puestos de decisión y responsabilidad a través del clientelismo.

    Hay que decir que en los últimos años ha habido un fenómeno que hace pensar que este círculo vicioso se está rompiendo: el alto impacto del voto castigo que se registró en varios estados el pasado 26 de septiembre para la elección de los diputados a la Asamblea Nacional. Aun así falta mucho para que podamos hablar de una cultura cívica que realmente haga del voto un arma de los ciudadanos contra la gran corrupción.

    Mientras se mantenga activo el círculo vicioso de pobreza, incultura, falta de civismo, clientelismo y corrupción; mientras no se comience la limpieza por donde debe comenzarse para ser eficaz, que es por los grandes cabecillas encumbrados, pocos resultados cabe esperar y seguiremos padeciendo la corrupción institucionalizada, no una generación o dos, sino cien años o más. Eso es sin duda lo que quieren los corruptos, pero ¿es lo que deseamos el resto de los venezolanos? Creo y espero que no.


    Por: Zenair Brito Caballero
    britozenair@gmail.com

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