Aquí y ahora…

El dictador Mubarak sucedió al presidente Anuar el-Sadat en octubre de 1981, después de que éste fue asesinado en una parada militar. En ese momento, se adelantó a criticar los períodos presidenciales ilimitados, establecidos en la carta magna de esa nación.

Sin embargo, Mubarak ha gobernado en un estado de excepción desde el inicio de su gobierno. Y aún, 30 años después, ese estado de excepción sigue vigente, bajo la premisa de ser indispensable para combatir el extremismo islamista.

Cuando la verdad es que ha sido el instrumento fundamental que le ha permitido perpetuarse en el poder. Por eso las manifestaciones de la plaza Tahrir de El Cairo han servido para que se expresen las legítimas manifestaciones a favor del respeto a los derechos civiles y de la democracia.

Las nuevas generaciones que han visto disminuidas sus posibilidades de emigrar hacia Europa o Estados Unidos, sienten frustradas las oportunidades de obtener un trabajo decoroso y un futuro mejor. Estos regímenes, al convertirse en tapones de la movilidad social, cercenan las posibilidades de una vida digna para todos. La chispa de la libertad la encendió un mozo tunecino que se inmoló, al estilo bonzo, cuando la policía le quitó su puesto de verduras que, al fin y al cabo, era su único medio de subsistencia. Esto generó una ola de protestas de la población enfurecida que acabaron con el régimen de Ben Alí. Como suelen ser los sucesos históricos, nadie previó las consecuencias fatales de semejante acto de desesperación humana, ante la injusticia reinante, en un país de no muchos habitantes, en el cual la política no había dado muestras de mayor trascendencia en el quehacer cotidiano. Pero volvamos a Egipto, donde la situación está por demás complicada.

¡Está que arde!… Los reclamos populares exigen, sin cortapisas, la salida del tirano que se ha valido de todas las artimañas y trapacerías para mantenerse al frente del Gobierno. Desde la tortura, la persecución de la oposición y el crimen político, hasta impedir candidaturas distintas de la suya y prohibir el acceso a los centros de votación de importantes sectores adversos a su régimen despótico (ha realizado cinco referendos para reelegirse, sin permitir la observación internacional. En septiembre de 2011 ­a los 82 años de edad­ tenía previsto realizar la sexta consulta electoral).

Con razón, nunca ha sacado menos de 70% de los votos.

Egipto, desde 1956, ha tenido solamente tres presidentes: Nasser, Sadat y Mubarak.

Ahora la realidad es otra. Los egipcios se han hartado de tantos y reiterados atropellos. Hoy, aquel militar que fue elegido a los 52 años ­bajo las promesas de cambiar el sistema político­, aquel hombre que se autodefinía como “un defensor de la democracia”, tambaleante y acorralado por las circunstancias, promete no reelegirse (?) y reconoce, tardíamente, la necesidad de impulsar una transición pacífica hacia la democracia, mediante cambios constitucionales. ¿Será que se acordó de 1981, cuando prometió que limitaría los mandatos presidenciales a dos? No creo que haya leído a Charles Dickens, que dijo: “Nunca es tarde para el arrepentimiento y la reparación”. No creo que tenga ese tipo de remordimientos. Lastimosamente, lo hecho no borra el daño causado…

Por: FREDDY LEPAGE
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