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    Elías Pino Iturrieta: La teología de la metralleta

    ¿Acaso no traducen una befa las imágenes de Cristoy del niño Jesús portando armas de guerra?

    El Colectivo “La Piedrita”

     

    En el Islam se exige respeto reverencial por los objetos del culto, hasta el extremo de permitir la lapidación, la prisión, la vergüenza pública y la pena de muerte para quienes se atrevan a dibujar la imagen del Profeta, o para quienes interpreten a su modo, sin apego a la ortodoxia, los versos del Corán. Las penas no sólo se limitan a los fieles de la religión, sino también a los miembros de otras confesiones o a los ateos de cualquier latitud que se aventuren a hacer o promover figuras sobre cuya reproducción existe prohibición absoluta, o a formular explicaciones autónomas de unas fuentes de inspiración divina sobre cuyos contenidos únicamente existe la posibilidad de seguir líneas sacerdotales. Algo semejante, pero en el siglo XXI, a las sanguinarias medidas del Tribunal del Santo Oficio contra herejes, cismáticos y sacrílegos desde la Edad Media hasta el siglo XIX.

    No se trata ahora de criticar los rigores de quienes controlan la fe de los mahometanos, ni de quienes los aceptan, pues es su asunto sin alternativa de reproche. Se trata sólo de llamar la atención sobre cómo los actuales socios venezolanos de algunos regímenes en los cuales impera la voluntad omnipotente de los ayatolas ni siquiera parpadean frente a los procedimientos draconianos. Para ellos es cosa natural el imperio de una teocracia que algunos consideran anacrónica, pero ni siquiera se inmutan ante los desmanes que pueda provocar una facción política contra los objetos y las creencias religiosas que son esenciales para la mayoría de los venezolanos. No sólo manifiestan indiferencia ante conductas que en sentido estrictamente religioso se consideran sacrílegas, sino que no hacen nada para impedirlas. De allí la proliferación de manifestaciones que no se quieren ahora criticar desde una perspectiva confesional, sino sólo por lo que tienen de ofensa a tradiciones y valores entrañables de la sociedad. ¿Acaso no traducen una befa, en tal sentido, las imágenes de Cristo y del niño Jesús, cada uno portando armas de guerra, con las cuales han sorprendido a la colectividad los miembros del Colectivo La Piedrita?

    Tal vez el régimen se abstenga de reaccionar en el tono enfático que debiera, pues se ha ocupado, a través de las arengas del mandón, de manejar sin concierto citas bíblicas con el objeto de vincular los textos del Nuevo Testamento con los propósitos de la “revolución”; pero también por la proliferación de un enjambre de pastores evangélicos, o de gente parecida a ellos, en posiciones del alto gobierno. Debido a la tendencia, se ha retrocedido en el proceso de diferenciación entre lo laico y lo espiritual que ha sido fundamento del republicanismo hispanoamericano a través de la historia, hasta llegar a la grosera extralimitación de La Piedrita en torno a la cual no se desprende sino un contundente rechazo. Unida y fomentada por la tendencia, aunque quizá también por los estrechos vínculos con el gobierno cubano, ha tenido puerta cada vez más franca la simpatía ya vieja hacia cultos relacionados con la magia y la santería, hasta el punto de que se vea en ellos, cada vez con mayor entusiasmo, un lenitivo infalible para las tragedias personales y para el arreglo de los entuertos del oficialismo. Si son ciertas las versiones en torno a la existencia de altares para los ritos de los babalaos en las oficinas públicas, o sobre liturgias de curioso cuño hechas por altos burócratas en lugares apartados, estamos en medio de un estrambótico desarreglo, en medio del imperio de la sinrazón sobre el cual sólo caben pronósticos sombríos.

    Pero también estamos ante un proceso de sacralización de la violencia, que sólo cabe en mentes huérfanas de pensamiento moderno. Las carencias ideológicas pueden desembocar en el espectáculo de un Dios guerrero en cuyas manos quedará otra vez la regeneración de los desposeídos, bajo la orientación de un nuevo profeta quien, así como pretende confeccionar a su manera la memoria de la sociedad, puede redactar el nuevo Evangelio de la justicia popular con el Nazareno en la vanguardia armado con una metralleta. En consecuencia, el gobierno apenas se atreverá a tomar prudente distancia con estos creadores de una nueva imaginería esperpéntica y ferozmente desconsiderada, para cubrir las apariencias y para evitar enfrentamientos con la fe mayoritaria. ¿ Acaso no son sus legítimas criaturas, su hechura indiscutible? Además, no pasará de allí porque en el fondo tiene entre sus planes la fundación del ayatolismo tropical.


    EL UNIVERSAL
    May 8 2010
    Elías Pino Iturrieta
    eliaspinoitu@hotmail.com

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