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    SIMÓN ALBERTO CONSALVI: El país del tiempo perdido


    “Chávez en el país de las maravillas…”

     

    En estos tiempos de revolución, de confrontación sistemática, vacía y banal, pero violenta, Venezuela puede admitir muchas definiciones. No intentaremos ese catálogo. Interesa una: somos el país del tiempo perdido. No hay sector venezolano que no esté condenado a perder el tiempo. Lo inmediato y circunstancial consume todo, fatalmente. Desde 1999, lo inmediato y más apremiante han sido los procesos electorales.

    El Presidente de la República, obsesionado por el control vitalicio del poder, no ha tenido tiempo de gobernar.

    De una campaña ha saltado a otra, ha demostrado una imaginación que es preciso reconocerle. Inventa un país y al tiempo lo niega. Ofrece mil obras y al poco tiempo las ignora. Como en el Gobierno nadie lleva récord ni registra cuentas, todas las promesas se olvidan.

    Después de doce años en el poder, cuando Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Perú, Colombia tienen nuevos gobernantes, el jefe del Estado de Venezuela está como congelado en la Presidencia. Esto no es sólo una anomalía, sino algo más enigmático: al presidente Chávez Frías le fascina el poder, quiere ser presidente vitalicio, pero no sabe qué hacer ni con la Presidencia ni con el poder. Es un fenómeno extraño, pero ahí está, perdiendo el tiempo y haciéndonoslo perder a todos, porque todos estamos condenados a depender de esa desordenada ambición de poder.

    Si viviéramos como en otras épocas felices, cuando los presidentes duraban cinco años, ya andaríamos celebrando ahora la partida del tercero. Si resultaban malos, era un alivio pensar que pronto se iban. Eran las virtudes y consuelos de la alternabilidad republicana, palabras que están en la Constitución como simple decoración. En las tácticas del oficialismo, la expresión está prohibida.

    No sólo el Presidente de la República pierde el tiempo.

    También lo pierden los otros poderes del Estado, tan solidarios que no malgastan ocasión de cantarle loas a su proyecto de eternizarse en el poder.

    Ahora, y según la doctrina del TSJ, “la justicia será socialista”.

    O sea. Qué decir de la Asamblea Nacional.

    La pérdida de tiempo en política internacional no es sólo venezolana, ha contagiado a otros países, fatalmente, porque suscriben tratados, convenios, papeles de intención, y Venezuela no cumple con sus obligaciones. Acaba de venir a Caracas el canciller de Brasil, Antonio Patriota, y se rumora que pidió revisar los cientos de convenios suscritos con Lula. En Caracas les cambiaron la seña a los brasileños, ahora las prioridades no son las refinerías ni los grandiosos planes de Petrobras-Pdvsa. Petrobras está ya en otra galaxia y no se maneja como la caja negra de la revolución. La seña de 2011 es la vivienda. Que Brasil, como Rusia y China, venga también a construir casas. Los brasileños están desconcertados. Por eso el canciller volvió a hablar del ingreso de Venezuela a Mercosur.

    Cuando los cancilleres no tienen de qué hablar regresan al tema de Mercosur. Pero ocultan la verdad: se trata de una alianza económica tripartita: Estados, empresa privada y trabajadores. Esto es Mercosur. ¿Por qué ninguno lo dice? Esta es otra manera (multilateral) de perder el tiempo.

    No hay mejor ejemplo que Unasur.

    Venezuela, como país que pierde el tiempo, no se limita a la experiencia oficial o a la gestión de gobierno. Se pierde el tiempo en prácticamente todos los aspectos de la vida del país, desde la economía hasta la cultura, pasando por las universidades y los centros de investigación. La polarización paraliza todo. Nadie invierte un centavo por temor a que al día siguiente lo expropien; temor, miedo o prudencia absolutamente justificados. Esto no pasa en Mercosur.

    No pocos empresarios están pensando en mudarse para Argentina, Brasil, Uruguay o Paraguay, o en asociarse con compañías de esos países. Allá estarán seguros sus capitales y podrán hacer negocios con Venezuela, pero como extranjeros. ¡Paradojas del patriotismo bolivariano! Como si les dijeran a los empresarios: “Váyanse al exterior que aquí les compramos lo que produzcan allá”.

    Un esquema verdaderamente genial.

    El país que pierde el tiempo lo pierde también en las universidades, pendientes de los asedios externos.

    No hay prioridades para las reformas que no vengan impuestas. Tampoco las hay para debates abiertos, tolerantes, imaginativos, que rediman a los venezolanos de la mediocridad que los ahoga. Las universidades no pueden ser la copia de lo que sucede fuera.

    Los museos y los institutos de investigación están desahuciados. Se les niegan los recursos o se les imponen los tristes dogmas del pensamiento único. Ya no se encuentran libros en las librerías porque el Gobierno controla las divisas extranjeras como un instrumento de represión económica e intelectual. En el año del bicentenario de la Independencia, el régimen impone el silencio.

    Nada es peor para un país que perder el tiempo. No hay recurso de mayor valor ni de más vastas implicaciones que el tiempo. Miremos alrededor y comprobemos qué sucede en Brasil, Chile o Colombia.

    Un simple ejercicio.


    Por: SIMÓN ALBERTO CONSALVI
    sconsalvi @el-nacional.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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