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    The Guardian: Muamar Gadafi, el método en su locura

    Al-Saadi Kadafi es teniente coronel, pero supo ser jugador de fútbol. Su relación con Diego y Bilardo.

    ¡Pueblo de Libia!

     

    Así, comenzó la transmisión, “en respuesta a su voluntad, cumpliendo con sus más preciados deseos, respondiendo a sus incesantes demandas de cambio y regeneración… sus fuerzas armadas han tomado a su cargo el derrocamiento del régimen reaccionario y corrupto, cuyo hedor nos ha enfermado y horrorizado a todos… A partir de hoy, Libia es una república libre y autogobernada”.

    Era el 1 de septiembre de 1969, y el joven capitán del ejército sentado al micrófono para anunciar el golpe era Muamar Gadafi —entonces de sólo 27 años y ferviente admirador de la revolución naserista en el vecino Egipto. El martes, transmitió de nuevo al país y, esta vez, las cosas fueron distintas. Ya no es el “régimen decadente” del rey Idris el que está bajo ataque, sino el de él.

    En los 40 años desde que asumió el poder, la conducta de Gadafi ha divertido y sacudido al mundo casi por igual —desde su sentido bizarro de la moda hasta su aparición del lunes asomándose por algo semejante a un papamóvil sosteniendo una sombrilla blanca. Como me dijo una vez un psiquiatra jordano mientras mirábamos el desempeño de Gadafi en una cumbre árabe: “Veo a gente como él todos los días en mi hospital”.

    Pero por muy desequilibrado que parezca, sus acciones generalmente tienen algún tipo de lógica, aunque se trate de una lógica que aquellos que no están sintonizados con la manera de pensar de Gadafi no puedan comprender. Cuando recorrió África lanzando dinero por la ventana de su automóvil, estaba haciendo una declaración seria: a menudo, la asistencia internacional es mal utilizada o termina en las manos equivocadas, entonces, ¿por qué no dejar que las personas comunes recojan la ayuda de la calle?

    Lo mismo pasó el lunes con el episodio del papamóvil. En respuesta a los rumores de que había abandonado el país, posó para las cámaras ante un edificio que todo libio reconocería —su antigua casa en Trípoli (misma que los estadunidenses bombardearon en 1986 matando a su hija).

    El martes regresó a la casa, vistiendo en color caqui y declarándose “un combatiente”. Fue un discurso enojado, desafiante —y corto, duró una hora. También, de una manera extrañamente malévola, fue un discurso honesto. Gadafi habló del “honor” y expresó todos los sentimientos que es probable que Ben Ali y Mubarak hubieran querido articular en sus últimas transmisiones presidenciales, si no hubiesen estado vistiendo traje y corbata e intentando verse dignos.

    Gadafi, por supuesto, no se imagina parecido a Mubarak o Ben Ali. No considera el levantamiento como una rebelión masiva contra su liderazgo, sino como un estallido de viejas rivalidades tribales —un movimiento reaccionario inclinado a destruir el espíritu revolucionario del primer y único jamahiriya popular del mundo.

    Estas rivalidades son una corriente oculta constante del gobierno de Gadafi, pero generalmente se han manifestado en las mezquitas y estadios de futbol, y no en las calles. Hace apenas 10 años, por ejemplo, poco después de que el hijo de Gadafi, Saadi, se convirtiese en el capitán del equipo de Trípoli, la ciudad de Benghazi —desde hace mucho considerada un centro de oposición al régimen— sufrió una serie de derrotas humillantes en el campo de juego.

    En un partido, en el verano de 2000, Benghazi ganaba 1-0 en el medio tiempo, pero en el tiempo complementario el árbitro le dio dos penales a Trípoli junto con un gol que era fuera de lugar. Los jugadores de Benghazi se retiraron en protesta, pero los guardias de Saadi les ordenaron que regresaran y el partido terminó con una victoria de 3-1 para Trípoli.

    Poco después, Benghazi jugó contra al-Baydah (la ciudad natal de la madre de Saadi). Después de otro penal sospechoso, los fans de Benghazi invadieron la cancha y abandonaron el juego. Al salir, los fans incendiaron la sede local de la Federación Libia de Futbol (por supuesto, dirigida por Saadi) y las autoridades tomaron represalia disolviendo el club de Benghazi y demoliendo sus instalaciones.

    Dada la historia, no es sorprendente que Gadafi vea las insubordinaciones actuales como más de lo mismo (aunque a una escala mucho más seria), y está determinado a suprimirlas con la fuerza que sea necesaria para preservar la “marcha histórica” de su revolución.

    Uno de los puntos principales en su discurso del martes, enfatizado por su entorno simbólico, fue que su régimen había soportado el bombardeo “de 170 aviones bajo el liderazgo de países nucleares como EU, Gran Bretaña y la OTAN” —implicando que los rebeldes locales no triunfarían donde aquélos habían fallado.

    También explicó por qué —a diferencia de Ben Ali y Mubarak— no puede renunciar. Técnicamente, esto es correcto, dado que Libia no tiene presidente. Gadafi afirma constantemente que él es sólo un ciudadano libio común (aunque, por supuesto, pasa muy poco sin su aprobación). Su título “Hermano Líder y Guía de la Revolución” no es un cargo público, sino una descripción de su papel histórico. Por lo tanto, no se le puede quitar o entregar a ninguna otra persona.

    Pero Gadafi tiene una cosa muy importante en común con Ben Ali y Mubarak. Al continuar disfrutando de las glorias de 1969 ha perdido el contacto con su pueblo. La mayoría de los libios vivos en el presente no tiene recuerdo alguno del rey Idris o de la revolución que lo derrocó. Para ellos, eso es parte del pasado del país, pero no forma parte del futuro.

    • El hijo futbolista de Kadafi:

    La historia de uno de los hijos de Muamar Kadafi, que actualmente pugna por mantener el poder en Libia, es por demás particular. Soñador como pocos -“quiero ser como Ronaldo”-, el excéntrico Al-Saadi Kadafi llegó a ser futbolista profesional y gracias al dinero se dio diferentes gustos: desde jugar un amistoso con el Barcelona por un “puñado” de euros hasta pagarle a Diego Maradona para que le enseñe “algunos trucos”. Es la historia del hombre que dio positivo en un control antidoping sin jugar un sólo minuto en el fútbol italiano.

    Al-Saadi, de 37 años, siguió la carrera militar. Al igual que su padre, tiene el rango de teniente coronel y el Financial Times asegura que es uno de los hombres que maneja el aparato de seguridad libio. Pero alguna vez él supo inscribir su nombre en las páginas deportivas, especialmente en todo lo que hace al fútbol.

    Su carrera futbolística comenzó en el Al Ahly Tripolli, de Libia. Allí jugó 74 partidos y marcó tres goles. Luego seguiría en el Al Ittihad, donde era presidente y capitán del equipo. Además también ocupaba los cargos de vicepresidente de la Federación de Fútbol, presidente del Comité Olímpico y capitán de la selección nacional. Mientras militaba en este equipo se dio el lujo de jugar un amistoso contra el Barcelona en el Camp Nou a cambio de unos 300 mil euros.

    En 2003, sorprendiendo al fútbol en general, fue fichado por el Perugia italiano, de la Serie A. Su presentación se hizo con bombos y platillos en un castillo del siglo XIII y hasta contrataron “hinchas” para inflarle un poco el ego. El excéntrico delantero iba a los entrenamientos en un Mercedes blindado o en un Lamborghini Diablo que se hizo traer desde Libia, alquiló 13 habitaciones en el mejor hotel de la ciudad e hizo estacionar su helicóptero privado cerca de las instalaciones del club.

    Con entrenamientos esporádicos y ejercicios especiales porque su condición física no era la de un profesional, Al-Saadi marcó todo un récord en octubre de 2003 al dar positivo en un control antidoping por nandrolona sin haber jugado un sólo partido en el conjunto italiano. En sus dos años en el Perugia terminó jugando pocos minutos en un encuentro y luego fue transferido al Udinese donde llegó a disputar 10 minutos del último partido de Liga. Después de un año llegó a la Sampdoria donde nunca pudo jugar y terminó aceptando su retiro en la temporada 2006/2007.

    Kadafi se dio el gusto de contratar a profesionales como Ben Johnson, Carlos Bilardo (entrenador de la selección de Libia entre 1999 y 2000) y Diego Maradona para que le enseñaran “algunos trucos” en forma personal. Incluso el propio Diez fue “invitado de honor” en el casamiento del hijo de Muamar.

    © The Guardian / 2011-02-24
    Traducción: Franco Cubello




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