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    FAUSTO MASÓ: El malo conocido

    << El carnicero de Libia >>

    El método del discurso

     

    Según Gadafy a su régimen no lo amenaza el imperialismo, sino Al Quaeda; le dice a Estados Unidos que el enemigo de su enemigo es su amigo, prefiere que lo vean al lado de Washington en la lucha contra el terrorismo y le envía mensajes discretos a los europeos.

    Conoce a los venezolanos desde que por Trípoli desfilaban los líderes de la izquierda, ninguno volvía a Caracas con las manos vacías. Alguno utilizaba los recursos para la revolución, $ 350,000, para su beneficio personal, como comentaba quejoso el embajador de Libia a Pedro Duno y a Domingo Alberto Rangel.

    Chávez ignoraba que Gadafy conocía demasiado bien a los revolucionarios venezolanos; muchos de ellos bebieron y comieron a sus anchas en Trípoli, y a la vuelta del viaje pasaban por Paris. Domingo Alberto Rangel cuenta el atractivo que tenía el país para los maracuchos. No lo llamaban dictador por entonces. Por esos tiempos todo el mundo era de izquierda: comunistas, masistas, adecos, copeyanos. Nadie era de derecha. ¿Igual que ahora? Recientemente los ingleses le entregaron al dictador al acusado de colocar la bomba en el avión de la Panamerican, con el pretexto de que le quedaban pocos meses de vida, lleva tiempo jugando golf en Trípoli.

    El dictador no respaldó más al terrorismo desde que Reagan autorizó a dispararle un cohete en una de sus pintorescas tiendas y murió una de sus hijas.

    Como se sabe, un hijo de Gadafy jugó fútbol en la Liga Italiana, otro protagonizó un escándalo bien conocido en Suiza, no lo juzgaron como a cualquier hijo de vecino. El director de la ¿prestigiosa? London School of Economics renunció en estos días; había entregado un título honorífico a Gadafy.

    Tan pronto Gadafi pareció perder el poder lo abandonaron sus nuevos amigos; ¿le estrecharán la mano si aplasta a la insurrección? Por ahora lo intentarán todo, excepto mandar tropas para sacarlo de Trípoli. Gracias a Gadafy, Chávez apareció en primera página de la prensa mundial (hablen de mí aunque sea mal). La opinión pública pide la intervención en Libia, supone que los rebeldes pelean por la democracia; nadie sabe con precisión quién tomará el poder al día siguiente de que el dictador abandone Trípoli. Este drama durará más de lo previsto porque Libia es una nación demasiada rica; chinos, rusos y turcos han invertido grandes sumas en el país. Ingleses, franceses, italianos y los mismos norteamericanos desean que el posible nuevo gobierno respete sus inversiones.

    El mundo simpatiza con la democracia, pero los grandes poderes prefieren malo conocido que bueno por conocer.

    El malo conocido, Gadafy, anda quizá de salida; nadie conoce al nuevo bueno ni al nuevo peor dictador que reemplace al dictador. No hay nada claro sobre el futuro de Libia ni demasiado entusiasmo con la revolución en los países árabes.

    Ésta sufrirá retrocesos, episodios sangrientos, pero se impondrá y cambiará la historia del mundo. La Revolución Francesa de 1848 fue aplastada por Luis Napoleón III, al final triunfó en toda Europa. A las monarquías árabes las condena esta curiosa revolución que no anunció Fukiyama en el Fin de la Historia. En realidad, el acontecimiento es siempre lo imprevisto; nadie adivina lo que tiene frente a sus narices. ¡Qué bruto nos resultó Fukiyama!


    Por: FAUSTO MASÓ
    fausto.maso@gmail.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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