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    HomeActualidadBarinas: Los delincuentes en Barinas

    Barinas: Los delincuentes en Barinas

    A Luis Enrique Montilla, según dicen, le dieron varios balazos. Pero eso no fue suficiente: también lo degollaron con un cuchillo de cocina y lo lanzaron a una fosa abierta en un viejo cementerio barinés.

    INSEGURIDAD DIVIDIÓ A VECINOS
    DE LA URBANIZACIÓN LOS LIRIOS

     

    (Tarquino González Concho/Fotos: Javier Roselis).- Los delincuentes en Barinas no sólo asesinan, roban, hurtan, extorsionan, secuestran y cometen otros hechos que mantienen en vilo a la población, sino que ahora dividen a toda una comunidad como la de la Urbanización Los Lirios, cuyos integrantes vienen haciendo cuantiosas inversiones económicas y luchando para preservar sus vidas y sus bienes ante la mirada indiferente de los organismos oficiales competentes.

    La feroz arremetida que desde hace casi dos años vienen ejecutado los delincuentes en ese sector de la parroquia Alto Barinas, obligó a muchos vecinos a levantar portones y fortificar sus casas para protegerse.

    Sin embargo, la colocación de los portones para cerrar las calles principales y las laterales mantiene enfrentados a los vecinos.

    Muchos están de acuerdo con la colocación de esas “alcabalas” que impiden y controlan el paso de personas y vehículos…otros, por el contrario, alegan que esa medida viola el derecho al libre tránsito establecido en la Constitución Nacional e impide el acceso, incluso, a áreas comunes de la urbanización. Tras muchas reuniones, asambleas, recolección de firmas y hasta consultas ante los organismos competentes, los vecinos parecen estar muy lejos de llegar a un acuerdo respecto a las medidas adecuadas para protegerse de los “choros”.

    La Prensa visitó en la mañana de ayer esa comunidad, donde se pudo observar que la mayoría de las calles cuentan en este momento con portones que impiden el libre tránsito, pero los mismos constituyen un mecanismo para frenar a los “indeseables”.

    También logramos hablar con varios vecinos para conocer de primera mano sus puntos de vista que mantiene dividida a la comunidad.

    El primero en hablar fue Humberto Cedeño, habitante de la calle “Los Capachos”, quien manifestó su desacuerdo con la colocación de portones que impiden el acceso de los vecinos a áreas comunes.

    “Yo estoy de acuerdo con la ubicación de portones en las calles laterales, siempre y cuando ese sea el consenso de los vecinos, pero no en las calles principales, pues impide el paso a áreas comunes de la urbanización”, opinó.

    Este vecino agregó que los habitantes de la comunidad deben evaluar otros mecanismos para protegerse de los delincuentes, como la contratación de vigilantes.

    Tras admitir que esa urbanización ha sido seriamente impactada por la delincuencia, Cedeño señaló que, en efecto, el asunto de los portones tiene dividida a esta comunidad que nació hace más de 12 años y que hoy agrupa a unas 320 familias.

    “Todo lo que está sucediendo es consecuencia de la delincuencia”, dijo el mencionado ciudadano.

    Otras medidas Jhon Ascenso, habitante de la calle principal de Los Lirios, también dijo estar en desacuerdo con la colocación indiscriminada de portones, pues ello impide el acceso y la salida a sus hogares.

    “No hemos podido llegar a la conciliación y nos mantenemos divididos por este problema”, lamentó. Dijo compartir la preocupación de sus vecinos frente a la inseguridad que los agobia, pero insistió en que los portones no es la mejor salida.

    “Todos deberíamos ponernos de acuerdo y habilitar el portón principal (la única entrada y salida del sector) y la vigilancia…esa sería una buena solución”, comentó.

    Este vecino rechazó de plano la colocación de portones en las vías principales, pues obstaculizan la circulación.

    Están obligados

    Cruz Mario Garmendia dijo por su parte que el asunto de los portones es consecuencia directa de la acción de los delincuentes, quienes han cometido diversos actos en ese sector desde hace más de año y medio.

    Aseguró además que la colocación de esas estructuras cuenta con el apoyo mayoritario de los vecinos y con los permisos correspondientes de la Alcaldía de Barinas.

    “Nosotros tenemos sustento físico del apoyo de los vecinos…allí están 350 firmas que indican eso…no permitiremos que sean retirados los portones”, adelantó.

    Mientras tanto Dilcia Noguera, cuya casa está ubicada en la calle Los Novios, comentó que el tema de la inseguridad es competencia de las autoridades, pero ha tenido que ser asumida por los vecinos, quienes son los perjudicados directos.

    Esta ciudadana también se manifestó a favor de los portones y dijo que la mayoría de los vecinos no están dispuestos a permitir que sean retirados.

    “Estamos cansados de tanta delincuencia y hemos comprobado que la vigilancia no da resultados”, comentó.

    Crímenes de odio:

    No existen en la norma penal venezolana, pero abundan en la calle. Como los motivados por homofobia, por ejemplo. Los colectivos LGBTI aspiran a que se incluyan en la agenda de la AN.

    Luis Enrique Montilla, según dicen, le dieron varios balazos. Pero eso no fue suficiente: también lo degollaron con un cuchillo de cocina y lo lanzaron a una fosa abierta en un viejo cementerio barinés. Le acompañaba su amigo Baudilio Gallardo Bastidas. Ambos de 18 años, peluqueros de oficio. Gallardo intentó huir. Peor para él. Recibió un tiro en el abdomen. Sus victimarios no estuvieron satisfechos con tan poca cosa: cortaron su cuello con el mismo filo. No fue suficiente: le prendieron fuego mientras agonizaba.

    Sobre ellos dijo un diario regional: “La comunidad de Barrancas resultó alarmada por el hallazgo de los cadáveres de dos jóvenes con tendencia afeminada”. Una manera un poco torpe de aclarar que eran homosexuales. Sus padres los reportaron como desaparecidos ante la policía científica: los vieron vivos por última vez el pasado 11 de enero. Cuatro días más tarde los familiares encontraron los cuerpos en el cementerio de Pueblo Viejo, en Barrancas.

    El asunto se resolvió así: Erik Mike Sepúlveda, de 19 años, orquestó la celada y el doble asesinato ayudado por cinco cómplices, dos menores entre ellos. La discusión por una deuda de 400 bolívares explica el asunto y la detención de los asesinos -con foto del cuchillo incluida- cerró el caso para efectos policiales.

    A Rodrigo Durán le conocían como Xiomara. Una amiga vio cómo sucedió todo: ambas estaban en la avenida Libertador, en Caracas, haciendo trabajo sexual. Primero pasaron unos policías que les dijeron algunas cosas: lo de siempre, los insultos. Horas más tarde, desde un automóvil particular un hombre solo les gritó otro tanto. Lo común: ser insultadas y responder.

    Al rato volvió el mismo sujeto. Detuvo el carro. Hizo señas, las llamó. Xiomara pensó que podía ser un cliente. Calculó muy mal: recibió seis balazos, pasó 11 días agonizando, hubo extraños problemas para atenderla en alguna terapia intensiva y murió, finalmente, durante una intervención en el hospital Pérez de León el 18 de mayo de 2009.

    Chantal fue testigo de este asesinato: no hubo robo, no fue un cliente habitual que regresó molesto. Sólo hubo plomo. Pero no se atrevió a denunciar, ni a explicar cómo era el victimario. Se esfumó. Durante meses no regresó a la Libertador. Pero hay que trabajar y ese es el mejor sitio. Tuvo que volver. El 14 de enero de 2010, muy cerca de Pdvsa, la mataron de un balazo. Estaba sola. No la robaron. Nadie, fuera del CICPC, conoce el estatus de la investigación. En realidad, tampoco se sabe si ha habido tal investigación. En concreto: Yonatan Matheus, director general de la ONG Venezuela Diversa, ha intentado que le informen al respecto. Ha sido en vano.

    Además del horror y la obvia orientación sexual de sus infortunados protagonistas, estas historias tienen otro elemento común: en su tratamiento policial y penal debería considerarse el concepto “crimen de odio” por encima de la salida tan sencilla de despacharlos como “ajuste de cuentas”. Y ese factor no se maneja, entre otras cosas, porque no existe en las leyes venezolanas.

    “Es una categoría que se refiere a agresiones y delitos cometidos contra una persona y que están asociados a prejuicios del atacante que pueden ser religiosos, raciales, por su nacionalidad o por su orientación sexual e identidad de género, real o percibida”. La explicación es de Tamara Adrián, abogada y activista por los derechos de la diversidad sexual. El concepto incluye todo lo que contiene el Código Penal. Es decir, no se trata sólo de asesinatos.

    Así lo define el Tolerance and Non-Discrimination Information System (Tandis): “Son hechos criminales cuyo motivo es el prejuicio. Este motivo es lo que hace a los crímenes de odio diferentes de otros delitos. Incluyen actos de intimidación verbal y hasta violencia física o daño a la propiedad. El término se refiere más a un tipo de delitos, o fenómeno, que a un delito específico. No es una definición jurídica y no todos los sistemas penales los reconocen. Los crímenes de odio tienen dos elementos: un delito y un motivo prejuicial. Sin delito no hay crimen de odio. Sin motivo prejuicial es un delito ordinario. El perpetrador siempre escoge a su víctima por pertenencia (real o percibida) en un grupo específico (étnico, religioso, sexual, con discapacidades, etcétera)”.

    La condición agravante
    En lo que va de año se han identificado al menos 4 asesinatos que podrían ser tratados como crímenes de odio. En la lista están los dos jóvenes de Barinas. También Angel Segundo Pirela, 19 años, travesti. Se hacía llamar Angela, estudiaba peluquería quizás para abandonar la calle. Lo encontraron muerto en Maracaibo el 18 de enero. Sin, pómulo y cabeza: por ahí entraron las balas.

    El registro no es completo. Se levanta apenas con lo que se publica en la prensa o con el comentario de calle. Problemas, muchos: las familias suelen esquivar la atención para que no se conozca la orientación sexual de las víctimas. Pero sin personal ni recursos suficientes y pese al secretismo que ya es norma en el CICPC, Venezuela Diversa contó siete casos en 2009. El de Sasha Estefanía (Carlos Velásquez), 28 años, transgénero, es uno. A las 6 de la tarde en la calle Los Cedros de la urbanización caraqueña La Florida, un balazo en la cabeza la dejó sin vida.

    La mañana del viernes 3 de julio de 2009 encontraron el cuerpo de Jhon Carlos Molina Morales detrás del politécnico Santiago Mariño, en San Cristóbal: primero pensaron que era una dama, dice la nota de sucesos regional. Hasta que se constató que era “un transformista que actuaba en horas nocturnas”. Otra torpeza del lenguaje que refleja parte del problema: ¿en qué se “transformaba” Molina? Murió a balazos. Como casi todos los del inventario.

    ¿Hay que asumir que todos los asesinatos de homosexuales, travestis y transgéneros son crímenes de odio? Támara Adrián explica que existe una suerte de convención internacional al respecto: “Si una persona gay, transgénero, lesbiana, sexo diverso, es asesinada, hasta prueba en contrario la hipótesis policial debe suponer que se trata de un crimen de odio y deben estar atentos a la presencia o no de elementos de esa naturaleza. El problema aquí es que no se considera el móvil del odio. Y si no se investiga no hay mucho que se pueda hacer”.

    Motivos fútiles, carga de prejuicio, posible relación con grupos fanáticos, presencia de signos particulares y, especialmente, ejecución con saña. Esos son algunos de los aspectos que -aunque varían de un hecho al otro- ayudan a identificar que se trate de un crimen de odio.

    Lo de Barinas calza como ejemplo: “Ese fue un crimen de odio”, dice José Ramón Merentes, de Unión Afirmativa Venezuela: “Muestra evidentes signos de desprecio por las víctimas: los degollaron, quemaron a uno, enterraron a otro”.

    La Red LGBTI de Venezuela, que reúne a diversos colectivos organizados de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgéneros e intersexuales; ha tratado de que la legislación nacional reconozca la existencia de los crímenes de odio. De hecho, reiteraron su solicitud formal ante la Asamblea Nacional -en documento del 22 de febrero de 2011 (ver nota complementaria)- a que la reforma a las normas penales incluya la tipificación de crimen de odio como agravante genérica en todos los delitos. Piden, además, que se designe una Comisión Especial para Asuntos de Diversidad Sexual en la AN.

    Tamara Adrián, directiva de la red, asegura que en noviembre pasado intentó conseguir un derecho de palabra ante la comisión de diputados que discutía la reforma al Código Penal: “No respondieron”.

    El planteamiento no es aislado. Se trata de un aspecto inserto dentro de la aspiración a eliminar lo que consideran como “leyes segregacionistas por razón de orientación sexual o identidad de género”. El asesinato es el eslabón final donde termina una larga cadena de hechos asociados con la discriminación y el prejuicio.

    Venezuela Diversa comenzó a documentar los casos en 2008 a raíz de la muerte de José Eduardo Aranda, conocido por su “nombre social”, Aranta: merideña, un balazo. “Tenemos un programa de prevención de VIH con las chicas que trabajan en la avenida Libertador. Y allí nos encontramos con sus problemas: palizas, acoso policial”, explica Matheus: “La violencia contra ellas se ha incrementado y de eso no se habla. Se intenta justificar esa violencia y los maltratos por el tipo de trabajo que realizan, pero no se toman en cuenta sus derechos humanos. Lo que hacen es criminalizarlas y justificar socialmente las agresiones. Se niegan a reconocer que son crímenes de odio. Por eso empezamos el registro, para visibilizar esta situación”.

    Daniel Márquez, de Unión Alternativa Venezuela, advierte: “No existe una dirección especial en la Defensoría del Pueblo, ni en la Fiscalía que se ocupe de estos casos. En la Alcaldía Metropolitana había una oficina de atención a LGBTI donde recibían denuncias, pero la eliminaron al salir el alcalde Juan Barreto”.

    La única instancia, entonces, no existe más. Un estudio hecho en 2008 por Acción Ciudadana Contra el Sida, reflejó que 50% de los encuestados han sufrido agresiones por parte de cuerpos policiales o por privados debido a su condición de LGBTI . 89% de las agresiones no son denunciadas: 45% no lo hace por desconfianza al sistema y 28% por miedo o vergüenza. Se estima que hoy ese panorama sea peor. “Las pocas denuncias que se llevan a cabo no se procesan con categorías diferenciadoras”, señala Adrián: “Muchas se catalogan como hampa común o crimen pasional. Y esa es una forma de invisibilizar la problemática”.

    “No todo crimen de odio termina en muerte”, advierte Matheus. Por eso se hace seguimiento -o se intenta- a situaciones de acoso y maltrato a las personas de la “diversidad sexual”. En sus recorridos por Caracas el equipo de Venezuela Diversa encuentra razones de alarma. Por ejemplo: a la homofobia de los cuerpos de seguridad se suma la de vigilantes privados de centros comerciales que hostigan con impunidad. “Hay un empeño por criminalizar el hecho de ser gay”. A partir de esa idea resta poco para unir la cadena: “Violencia verbal, física, abuso de autoridad, extorsión y, finalmente, la muerte”.


    Por: Tarquino González Concho




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