­¡Pero, Pino…!

Para ser experto en mecánica automotriz sólo hay que tener un carro viejo. Ese es mi caso. Soy el mejor amigo y a la vez la pesadilla de mis mecánicos, incluso del principal, “el canario Pino”, el cascarrabias de la avenida San Martín.

Pino se me queda viendo cuando llego al taller, y luego, con la mano, se persigna y le echa la extremaunción al carro porque imagina lo que viene.

­Mira Pino, le siento una fallita con un ruidito que se escucha como pitz…, pitz…, pitzzzz… y al rato hace put…, put…, putttt… Y en el peor de los momentos, se apaga. Debe ser una pendejadita, pero me tiene harto.

Pino, con una cara difícil de describir, combinación entre “ay, papá, salvé el día” con “qué ladilla con este carro otra vez”, disimula e hipócritamente es compresivo. Él sabe muchísimo de todo, pero tiene como diez ayudantes, cada uno es especialista en algo. Todos están atentos hasta que Pino hace una seña y se acerca uno que viene con cara de “ah, sí, el más pendejo”, pero, al igual que Pino, también disimula.

­¿Cómo está, señor Nazoa? ¿Cómo es el ruidito? Pino, tajante, le dice: ­No preguntes. Móntate en el carro y oye.

El mecánico se monta. Me dice que demos una “vueltica” y pasa algo que jamás falla: el ruidito o la fallita desaparece como por arte de magia, y yo ligando que la maldita falla salga para que el mecánico la escuche. Pero nada. El carro finge perfección.

Regresamos al taller y Pino me mira con desprecio y con cara de que yo soy un maniático que inventa vainas para molestarlo.

­Clauuudioo… estoy muy ocupado. Llévate el carro y tráemelo cuando tenga la falla.

­¡Pero, Pino…! Tengo semana y media con la falla. A veces se me apaga; incluso, el otro día fui a un motel y cuando quería regresar el carro no quiso prender. ¡Qué pena! Tuve que venirme con la mujer en una grúa. ¡Por favor, Pino! ¡Consígueme la falla! Él se apiada de mis ruegos y como por gran lástima o por no dejar me pide que abra el capó mientras ordena: ­Claudio, acelera y frena a la vez, enciende las luces, el radio y el limpiaparabrisas.

Le colocan a mi carro un montón de cables por todas partes, mientras en la pantalla de una máquina rarísima salen unas rayitas. A todas estas se han ido acercando todos los mecánicos y cada uno señala una parte diferente, mientras, en silencio, con cara de que está pasando algo terrible, todos dicen que no con la cabeza.

A una orden de Pino, los mecánicos se retiran comentando en silencio lo que vieron. Algunos ríen con burla. Pino se acerca a la ventana y, como si fuera a darme un pésame, me ordena que apague el carro y me da las malas noticias.

­¡No sé cómo no te has matado! Tienes que cambiar los cables de la distribución, los tripoides, el brazo loco, el freno de mano, la cadena del tiempo, las mangueras de entrada y salida de aire (nunca he entendido por qué si quieren que salgan lo dejan entrar), y las correas están a punto de romperse.

Dejo el carro a mi amigo el canario Pino. ¡Ni de vaina le pregunto cuánto me va a salir todo! Paro un taxi para ir a mi casa. Increíble: el taxi tenía el mismo ruidito que mi carro. Se lo hago saber al chofer y él me contesta: ­Eso debe ser una pendejadita.

Es hora de mi venganza y, como si yo fuera el malvado viejo Pino, le digo: ­Esos son los tripoides, el brazo loco, el fre…

Por: CLAUDIO NAZOA
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