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    Antonio Sánchez García: Venezuela ¿Un narco-estado?

    ¿Un narco-estado? Venezuela Now !

     

    “Narco-estado – Se define como narco-estado al conjunto de instituciones políticas que constituyen un Estado influenciadas por el narcotráfico cuyos actores fungen simultáneamente como funcionarios gubernamentales y traficantes de drogas narcóticas ilegales, amparados por sus potestades legales.”

    es.wikipedia.org/wiki/Narco-estado.

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    Quien quiera comprender el significado del término tiene un buen medio de conocimiento: entrar a Google y perseguir los múltiples links de reportajes, informes y testimonios que dan cuenta de esa sofisticada forma de explotación neocolonial, infinitamente más lucrativa que el exterminio de manadas de elefantes y el comercio del marfil que sentara a Leopoldo de Bélgica en el trono de la maldad infinita y llevara a Joseph Conrad a escribir la que sea posiblemente su más perfecta, acabada y estremecedora novela, El corazón de las tinieblas.

    Ninguna casualidad que un periodista de El País, de España, investigando in situ la conversión de Guinea Bissau en un narco-estado, penetre en la noche del narcotráfico guineano, “una de las naciones más pobres del mundo, un territorio donde los militares, enzarzados en sangrientas pugnas, impiden investigar los alijos de droga encontrados, y los “narcos” latinoamericanos cruzan la tenebrosa noche de Bissau en coches de lujo.”

    La referencia a Conrad es explícita: “En la noche, en el corazón de las tinieblas de la capital guineana hay vida. Las sombras se mueven como en pleno día. Es la adaptación al medio, como los felinos, y a muchos años de vivir en la oscuridad.

    La vida nocturna permite descubrir que la presencia de traficantes de distinto pelaje,contrabandistas, negociantes, aventureros, espías, confidentes, no es una fábula. Alimentados por ruidosos grupos electrógenos, bares, restaurantes y discotecas tienen abundante clientela los días que están abiertos. Hasta un casino. ¿Un casino en Bissau? ¿Para qué? Para lavar dinero sucio, comenta un residente.”

    Quien venga siguiendo esos insólitos reportajes se habrá sobresaltado al encontrar en el que acabamos de citar, escrito por Francesc Ralea para El País, de España, y publicado el 28 de junio de 2009, una descripción que bien podría ser la de un lugar perdido de una Venezuela nada imaginaria: “Por las calles polvorientas asoman vehículos que no pasan desapercibidos en un parque móvil de derribo como el guineano. Kalliste, en la plaza del Che Guevara, es uno de los locales frecuentados por los amantes de la ostentación en medio de la miseria. A medianoche, mientras suena la música en vivo, llegan camionetas Hummer, Porsche Cayenne, Mercedes, Audi. Últimos modelos.

    De su interior salen negros fornidos o tipos con acento latinoamericano acompañados de muchachas atractivas. Algunos de estos vehículos duermen en el hotel 24 de Septiembre, con fama de tener la mejor piscina de Bissau. Los fines de semana, jóvenes de buena planta y aprendices de modelo pasan aquí la tarde, en compañía de buen whisky, móvil en mano y ante la mirada de guardaespaldas. Son escenas de un mundo que parece irreal, en contraste brutal con la realidad de cualquier rincón de este país maltratado.” Francis Ford Coppola, quien se inspiró en El corazón de las tinieblas para rodar su impactante Apocalipsis Now, encontraría el perfecto guión para otro de sus ejercicios imaginarios.

    De pronto la imaginería se convierte en realidad: “Soldados de uniforme se ocuparon de un avión procedente de Venezuela que la jefa de policía creía lleno de droga.” Venezuela Now.

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    Tres meses después de la publicación del reportaje citado en uno de los periódicos más influyentes de habla hispana, imposible de pasar por alto por las oficinas de información e inteligencia de Miraflores, el presidente de la república Hugo Chávez recibía en gloria y majestad a una nutrida comitiva de Guinea Bissau, encabezada por su primer ministro Carlos Gomes. Un encuentro con el canciller Nicolás Maduro, para afianzar relaciones y preparar la firma de numerosos acuerdos de cooperación bilateral (sic), se hizo necesaria, pues Gomes fue uno de los mandatarios africanos ausentes en la cumbre África-América del Sur celebrada en septiembre de ese mismo año en Margarita.

    Para quienes no están informados, valga recordar que Guinea Bissau es una nación africana envuelta en una ingobernabilidad permanente, tan pobre y misérrima como Haití, tan sumida en el pantano de las tinieblas como el reino del horror descrito por Conrad y tan devorada por conflictos intergrupales y asediada por unas fuerzas armadas que se disputan el privilegio de controlar, precisamente, el narcotráfico, como muchas de las que sirven de perfecto escenario para la proliferación de ese mal del siglo:” Los empleados públicos de Bissau, excepto los militares, no cobran sus salarios desde el mes de enero. “Aquí haría falta un dictador, en el buen sentido, para moralizar la sociedad”, dice el jefe del Ejército guineano”. “Las Fuerzas Armadas de Guinea Bissau son un reino de Taifas, sin un mando claro”, dice el jefe de la misión de la UE. Grandes narcotraficantes usan Guinea-Bissau como base para introducir droga en Europa. Una de las naciones más pobres del mundo, un territorio donde los militares, enzarzados en sangrientas pugnas, impiden investigar los alijos de droga encontrados, y los ‘narcos’ latinoamericanos cruzan la tenebrosa noche de Bissau en coches de lujo.”

    Por entonces, hablamos de mediados de 2009, Guinea Bissau comenzaba a ser considerado el primer narco estado africano. Narco-estado: un complejo sociopolítico creado por el gangsterismo político del crimen globalizado para imbricar en un solo haz los carteles internacionales de la droga con la institucionalidad política de una nación quebrantada. Una inédita forma de corrupción a escala sideral que hace de naciones pobres, de escasa institucionalidad, de frágil cultura y una congénita enfermedad por el rentismo, la presa perfecta para el mágico enriquecimiento súbito, la gobernabilidad caudillesca, dictatorial y autocrática y el horror de caer bajo las garras de las guerrillas y el narcotráfico. El propio narco-estado.

    Un mal que, tras doce años de esfuerzos sistemáticos llevados a cabo por una autocracia militar y la más brutal degradación de nuestros valores republicanos, ataviado con la falsa virginidad del socialismo y el patronato de Simón Bolívar está a punto de transformar a nuestro país en un Narco-estado. Quien lo dude, que escuche las estremecedoras revelaciones de la jueza Mildred Camero al periodista José Vicente Antonetti, o las aún más espeluznantes confesiones de Walid Makled a Casto Ocando. ¿El llegadero para una Nación violada y escarnecida por el castro-chavismo? Avance su propia respuesta.

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    Al parecer, no hemos llegado tan lejos como para ver a nuestras fuerzas armadas convertidas en un reino de taifas: (en árabe: “bando” o “facción”). Ni Caracas aún se arrastra a las alturas de Port au Prince o Bissau, las capitales del infierno. A pesar de los pesares, la siembra del petróleo en instituciones democráticas, profundamente afincadas en el inconsciente colectivo, así como el progreso material y el desarrollo espiritual construidos en las seis o siete décadas anteriores al asalto al poder por la barbarie castro-chavista, situaron a nuestro país en la variable constelación de los países del Segundo Mundo al que acertadas políticas públicas bien podrían encumbrar al primero, como está a punto de ocurrir con Brasil, con México, con Colombia, con Chile. Incluso con Perú y Argentina, si los embates del castro-chavismo terminan por ser erradicados de esos y otros países y se termine por configurar el ansiado Eje Pacífico que una a Chile con Perú, Colombia y México para convertirlo en la gran referencia sociopolítica y económica del futuro.

    Pero el caso destapado por Walid Makled y las revelaciones que involucran a la cúspide del poder político, económico y militar gubernativos con la fabricación y tráfico de toneladas de cocaína y su transporte desde instalaciones portuarias y aeroportuarias – oficiales y clandestinas, incluso privilegiadas con el uso exclusivo de las autoridades de gobierno, como la Rampa Cuatro de Maiquetía – han adquirido tintes verdaderamente dramáticos que nos sitúan al borde de la condena internacional.

    De todas las revelaciones de uno de los más grandes capos mundiales de la droga – triste record para nuestro país – le hiciera recientemente al periodista venezolano Casto Ocando, posiblemente la más aterradora sea la que denuncia la conversión de Venezuela de país de tránsito y comercialización al de país productor de estupefacientes. Posibilidad perfectamente imaginable, dado el descalabro de las FARC, los principales productores del pasado. Con un complemento de tal explosividad, que daría lugar para un verdadero estremecimiento de la estructura de gobierno: la protección de altos oficiales de nuestras fuerzas armadas.

    Por ahora, el conflicto se encuentra represado en el ámbito de nuestras relaciones internacionales y tiene como principales actores, además de Venezuela, el país cuestionado, a Colombia y los Estados Unidos. Países enzarzados en un complejo toma y daca respecto de sus intereses jurisdiccionales y estratégicos. Los Estados Unidos consideran que Walid Makled constituye parte esencial de una vastísima red de narcotráfico que afecta su seguridad nacional y la seguridad del hemisferio y exigen, en estricto apego a su política en la materia, su extradición para avanzar eficazmente, tanto jurídica como políticamente, en la lucha contra el mal sociopolítico del siglo. Al que Venezuela parece no sólo haberle dado la espalda, sino haber favorecido hasta extremos tan preocupantes o mayores que los que terminaron con el secuestro, encarcelamiento y procesamiento del coronel Manuel Antonio Noriega, ex hombre fuerte de Panamá. De allí el empeño del gobierno venezolano por tenerlo resguardado en sus mazmorras. Con la boca bien sellada.

    ¿Es Venezuela un narco-estado? No se trata de un asunto meramente teórico, digno de una discusión categorial para politólogos. Si ya estamos de acuerdo en que el régimen del teniente coronel Hugo Chávez no es una democracia y ahora comprobamos que además preside un narco-estado, las conclusiones de índole político estratégico debieran ser más que evidentes. Esperemos que la oposición venezolana, pronta a enzarzarse en lo que podría derivar en una estéril discusión candidatural, tome en cuenta tan graves asuntos.

    En ellos les va su vida. Nuestra vida.


    Por: Antonio Sánchez García
    Política | Opinión
    6 Abril, 2011

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