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    MARIANELLA SALAZAR: Realismo-mágico peruano

    Artillería de Oficio

     

    Mario Vargas Llosa, el hombre que nos ha enseñado a odiar las dictaduras y a los dictadores a través de los personajes descritos en sus novelas sobre dictaduras latinoamericanas -Conversación en La Catedral y La Fiesta del Chivo-, nos sorprende hasta lo indecible al apoyar para la segunda vuelta de los comicios en su país, al ex golpista Ollanta Humala, un militar retirado que desde su irrupción en la política peruana ha recibido la adhesión de Hugo Chávez, “el gran desestabilizador de la democracia en América Latina”, como acaba de definirlo el propio Vargas Llosa, además de tildarlo de “dictador”, “catastrófico” y “aspirante a Gadafi”, entre otros títulos honoríficos que son un retrato hablado del caudillo venezolano. Resulta incomprensible que se decante por la candidatura de un golpista, de un populista, aunque reconoce que votar por Humala es un riesgo (¿cáncer? o ¿sida?) y hasta un posible error. El Nobel de literatura se justifica al resaltar la moderación percibida en el mensaje del candidato, al separarse del modelo autoritario chavista. Cree en que respetara la libertad de prensa, la propiedad privada, que renunciara a las estatizaciones y a una Asamblea Nacional Constituyente que pueda reelegirlo. En el futuro, si el candidato nacionalista resulta electo y aplica la misma receta castro-chavista de destrucción de la economía, de replicar el plan siniestro que siguen gobiernos satélites de Chávez en América Latina, Mario Vargas Llosa se arrepentirá amargamente de haber pedido a los peruanos el voto a favor de Humala.

    Será tarde cuando reconozca que cometió uno de los errores más graves de su vida. Cuando aspiro en 1990 a la presidencia del Perú y su competidor, Alberto Fujimori, lo derroto, Vargas Llosa confesó haber hecho una lectura errada de la realidad y por eso se lanzó a aquella aventura. En su libro de Memorias, “El pez en el Agua”(1993 Seix Barral), Vargas Llosa hace un acto de contrición conmovedor y no descarta que “en ese fondo oscuro donde se traman nuestros actos, fuera la tentación de la aventura, antes que ningún altruismo, lo que me empujara a la política profesional”.

    En esas Memorias se reconoce “inepto, para la indeseable (pero imprescindible) política”. Ahora reincide en política de grandes ligas y pontifica sobre la salida menos traumática para su país. Piensa que votar a favor de Humala impedirá el regreso a la dictadura fujimorista, no lo dice por rencor a la derrota propinada por Fujimori, su preocupación es legítima: éste es un momento en que la democracia puede derrumbarse. Fujimori, amparado en fuerzas militares, violó gravemente los derechos humanos y fomento con impunidad la corrupción, por eso cumple condena de 25 años de prisión. Aunque en el fondo de su corazón, indultar a su padre es lo que desea, Keiko no podrá “abrir las cárceles a decenas de ladrones y asesinos de la dictadura que saldrán de nuevo a gobernar el Perú”, como afirma Vargas Llosa, como si narrara el capítulo de una novela de ficción. Keiko puede tener una personalidad propia, independiente de la de su padre. “No soy Alberto Fujimori”, dijo, “los hijos no cargamos las responsabilidades de los padres, soy una persona diferente, tengo coincidencias pero también discrepancias con mi padre” y pidió perdón por errores y delitos cometidos durante ese gobierno, al que reconoció como autoritario.

    Claro, podría ser una coartada propia del realismo mágico para ganar la presidencia, como la de Ollanta al deslindarse presuntamente de Chávez. Un dilema que está por definirse, entonces Vargas Llosa volverá a colocar el gran escritor por encima del opinador político, a veces errático.


    Por: MARIANELLA SALAZAR
    msalazar@cantv.net
    @AliasMalula
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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