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    Crónica: “El Buñuelo”

    Hay que exigir una profunda transformación del sistema judicial venezolano.

    Con sólo veintitrés años ya lleva en
    su cuenta veintisiete homicidios

     

    La nota de prensa publicada en los diarios esta semana decía: “Funcionarios de la Policía Municipal de Baruta, adscritos al sector de Los Samanes, detuvieron a un joven de 23 años, quien está presuntamente implicado en más de 27 homicidios, 3 de los cuales fueron contra funcionarios de distintos cuerpos de seguridad, uno del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), uno del CICPC y un sargento activo de la Armada”. Este individuo apodado “el Buñuelo” ya había sido aprendido con anterioridad pero se encontraba en libertad, bajo régimen de presentación, medida acordada por un juez no se sabe por cuál valoración de hechos.

    En cualquier otro país la captura de un presunto homicida de este calibre hubiera sido noticia de primera página en los diarios y noticia muy destacada en los noticieros televisivos y radiales. En nuestra patria no pasó de ser una pequeña nota publicada en algunos diarios en sus páginas de sucesos y una declaración televisada en algunos canales. No constituye noticia. ¿Tan acostumbrados estamos ya a los crímenes constantes en nuestras ciudades que ya no nos asombramos? Lamentablemente esta parece ser la realidad. Todos los días se lee el número de asesinados que ingresan a las morgues como simples reportes de cifras sin importancia, cuestión de rutina. Esto es grave pues significa que como sociedad nos hemos acostumbrado a vivir con la violencia. Si nos acostumbramos a vivir con la violencia, el miedo será lo que domine las acciones de todos. No podemos acostumbrarnos a que la violencia sea algo “normal”.

    ¿Cuánto vale la vida? Para alguien que a sus cortos 23 años ya haya asesinado a 27 personas evidentemente no vale absolutamente nada. Si este fuera un caso excepcional, podría pensarse que “el Buñuelo” es un individuo que sufre algún problema mental, o que tuvo una infancia de carencias y abandono, que no tuvo modelaje sobre el bien y el mal, o quién sabe cuántas explicaciones sociológicas más podrían buscarse como raíz. Pero “el Buñuelo” no es un caso excepcional. Buñuelos hay miles. Buñuelos son personas capaces de empuñar un arma, dispararle a otro ser humano y acabar con su vida sin sentir el más mínimo arrepentimiento ni sentido de culpabilidad. Para algunos el asesinar es parte del riesgo, es el extremo no deseado al que se debe llegar si la víctima del día se “pone popy”, es decir, si no se deja asaltar pasivamente sin oponer resistencia. Para otros ni siquiera es el riesgo extremo a correr en caso de enfrentarse a una víctima que se resista. Apretar el gatillo y acabar con la vida de la víctima es simplemente una acción mecánica que realiza hasta por una mirada que considere no adecuada de parte de su víctima.

    Una víctima de un secuestro nos narró que uno de sus secuestradores recibió una llamada a su celular mientras trasladaba a la víctima de cajero en cajero para retirar dinero; por la conversación se reveló que era su pareja a la que le contestó: “ahorita no te puedo atender, mi amor, estoy trabajando, tú sabes como es esto”. Con total normalidad, para el secuestrador y para su novia, el delito era su trabajo, como quien se levanta y debe ir a una fábrica, a una industria o a una oficina diariamente a cumplir su jornada laboral. Algo tan normal como eso.

    Varias veces hemos denunciado no sólo en esta columna si no en diversas declaraciones que algo hay que hacer con el sistema judicial venezolano. De cada 100 individuos que son detenidos en flagrancia, es decir, cometiendo delitos, 80 son liberados por los tribunales dentro de los tres días siguientes a su captura. “El Buñuelo” es otro caso de impunidad. Un juez lo había liberado aun teniendo todo el prontuario que ahora se conoce. Cuando fue atrapado no estaba tratando de enderezar su vida, estaba en plena ejecución de un secuestro, tenía una cédula de identidad falsa y gracias a Dios no le disparó ni a las víctimas ni a los policías que frustraron el secuestro y lo detuvieron junto a sus cómplices. Pero el hecho a destacar es que “el Buñuelo” no ha debido estar libre cometiendo nuevos crímenes cuando ya había sido detenido, presentado a la justicia por homicidio y esa “justicia” lo había puesto en libertad de nuevo para que continuara, como de hecho lo estaba haciendo, con su vida delictiva.

    Una sociedad que se acostumbra a vivir en la violencia tolera un sistema judicial que no deja preso a un asesino. No nos acostumbremos a la violencia, se pueden bajar con certeza esos escandalosos índices, pero también hay que exigir una profunda transformación del sistema judicial venezolano para que quien delinque, sea sancionado. La impunidad es el modelo que genera más violencia.


    GERARDO BLYDE | EL UNIVERSAL
    gblyde@gmail.com
    viernes 29 de abril de 2011

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