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    SIMÓN ALBERTO CONSALVI: Cuba, el tiempo se acaba

    “El tiempo pasa, y los
    relojes no se detienen…”

     

    El reloj de sol y el reloj de piedra lo miden de manera fatal. Nadie escapa al paso del tiempo. Es el gran test de la historia. No hay mejor ejemplo de estos avatares que la Revolución Cubana. Al cabo de medio siglo, y después de 14 años de incertidumbre, acaba de celebrarse el VI Congreso del Partido Comunista, dos décadas después del derrumbe de la URSS. Ya Fidel no está, apareció por unos momentos ante la gigantesca asamblea, pero no habló. Para un líder de su carisma y personalidad, que durante 50 años marcó el rumbo de manera infatigable, no decir palabra en un momento de tan significativas implicaciones históricas equivalía a decir muchas palabras. Probablemente, Fidel se las dijo para él solo. Si fueron atractivos sus prolongados discursos de orador aluvional, no menos lo es ahora el silencio. Es otro lenguaje, pero lenguaje al fin.

    Por la mente del líder debieron desfilar las grandes jornadas de las cuales fue protagonista. Cuando era joven o cuando pensaba que el tiempo no pasaría, como en las novelas de Proust. Pues, no.

    El tiempo ha pasado y ya nada volverá a ser igual. Como un epitafio, envió unas pocas palabras: “Que hagan las reformas necesarias”. No más.

    Ahora todo el peso de la revolución está en manos de Raúl, el general.

    No son manos inexpertas. Comandó un ejército que calentó los tiempos de la Guerra Fría, combatió y triunfó en África en conflictos que no debieron ocurrir porque si no eran ajenos a la suerte de los pueblos, en ellos se libró el duelo de las zonas de influencia.

    Ahora Raúl es el Presidente de Cuba y primer secretario del Partido Comunista. Es el Presidente de la transición, y de esto nadie debe abrigar dudas. No quiere esto decir que el general se desligue de la religión socialista. Tampoco hay por qué suponerlo. No obstante, oír su intervención, su referencia irónica a los dogmas, su feroz crítica y autocrítica al sistema y a la burocracia creada por el sistema, indica que comprende la dimensión del desafío que el destino puso en sus manos.

    Quizás habría preferido que la ocasión le llagara un poco antes. Paralelamente, Raúl comprende el apremio de los cambios, y también el asunto ese de los relojes. El general ha hablado sin metáforas: O rectificamos o nos hundimos. O inventamos o erramos, suena a Simón Rodríguez.

    Qué bueno sería que el socialismo permitiera inventar fórmulas que lo sustenten y lo prolonguen en el tiempo. Pero estas fórmulas mágicas no existen. De ahí que Castro haya dicho ante el VI Congreso: “O rectificamos o ya se acabó el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos, y hundiremos el esfuerzo de generaciones enteras”. Aquí está el gran dilema. ¿Hay, acaso, caminos alternos que permitan alejarse del precipicio, o sea, del hambre y la necesidad? Ciertamente, los hay, y el ejemplo no lo da la antigua metrópoli, la gran Rusia, sino la República Popular China.

    Como el clamor de cambios y reformas cruza la isla de un extremo al otro, Raúl Castro consideró necesario advertir que no sería el sepulturero. Aunque no se trate de esto, dijo: “A mí no me eligieron Presidente para restaurar el capitalismo en Cuba, ni para entregar la revolución. Fui elegido para defender, mantener y continuar perfeccionando el socialismo, no para destruirlo”. No podía hablar en otros términos, y no se puede hablar de destruir el socialismo, pero sí de democratizarlo, y, sobre todo, de excomulgar a los dogmáticos.

    Conviene leer con pausa el documento “Lineamientos de la política económica y social”.

    Aunque discretas, las reformas serán irreversibles e indetenibles, como dijo el novelista de Dulces guerreros cubanos. Con la bendición apostólica del VI Congreso, junto a nombres históricos, figuran los de líderes nuevos que probablemente tengan una visión del mundo más contemporánea, capaz de avanzar en los cambios sin renegar necesariamente de las ideas socialistas. El postulado dramático de que “o rectificamos o nos hundimos” no deja dudas de que el Gobierno y la revolución de Cuba acometerán cambios de fondo.

    El VI Congreso del PCC aprobó una moción presentada por el general Castro, según la cual ningún funcionario de las altas jerarquías del Estado podrá permanecer en el poder por más de diez años. Raúl habla desde el fondo de una experiencia de medio siglo. Además de que el tiempo pasa, mientras pasa va oxidando y carcomiendo, y no hay ni puede haber confesión más patética que esa de ciertos personajes que se proclaman gendarmes necesarios: “Sin mí la historia no existe”, “el proceso fracasa si yo no estoy en el comando”.

    Si un movimiento político, revolución o contrarrevolución, depende de un solo hombre, puede ser una tribu o una cofradía, como la de Sai Baba en la India, pero no un instrumento de reformas y cambios sociales. Esta anticuada concepción de la política no es más que la mascarilla tras la cual se oculta el personalismo reaccionario de todas las épocas. Cuba, tiempo al tiempo.


    Por: SIMÓN ALBERTO CONSALVI
    sconsalvi @el-nacional.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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