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    HomeElecciónesEl Editorial: La muerte sigue viva

    El Editorial: La muerte sigue viva

    Cárceles y renuncia

     

    Con el mayor cinismo el ministro del Interior posa ante las cámaras de la televisión oficialista y pasa revista a lo que sucede en las prisiones como si estuviera hablando del estado tiempo y de la remota posibilidad de lluvia en el litoral central. No se le nota en la cara la más mínima angustia ni su voz deja traslucir alguna tristeza por los cientos de seres humanos que están encerrados como animales en las cárceles de este país, esperando que les llegue la muerte en cualquier momento producto de un enfrentamiento entre bandas por el control del penal.

    Ese ministro, a quien se le paga un sueldazo y se le da el privilegio de transitar en automóviles blindados y precedido de escoltas motorizadas, que no se ensucia las manos para cambiar un caucho, que no hace cola para comprar leche o conseguir aceite de maíz, que jamás lo van a asaltar para quitarle el reloj o el celular, ese señor ministro hace muchos meses que no está haciendo bien su trabajo y, por su culpa y su desidia, muere gente en la calle víctima del hampa, y muere también un número creciente de presos en las cárceles.

    Desde que llegó al Ministerio de Relaciones Interiores y Justicia, este joven burócrata anunció que resolvería el urgente problema de las policías y de la red de corrupción que las rodeaba y las penetraba como un cáncer imparable. Ni lo uno ni lo otro.

    Hoy el desprestigio de la Policía Metropolitana es total, la antigua PTJ, luego de ser renombrada Cicpc, ahora no es más que una caricatura de aquel cuerpo policial que tantas victorias logró en su lucha contra el crimen, y la Policía Nacional Bolivariana se ha convertido en una institución racista y discriminadora porque su acción se ha concentrado en aquellos lugares donde la estrategia política del Gobierno le interesa que actúe. Pero lo más grave es la ausencia de una política concertada de seguridad que no sólo sirva para cuidar a los ministros y altos burócratas de la revolución que jamás son asaltados ni secuestrados, sino que abarque a todos los ciudadanos, vistan o no una privilegiada franela roja.

    El derecho a la vida no puede teñirse de un color político, a menos que el odio inculcado desde el poder sea tan grande que nos haga olvidar que un ser humano merece el respeto en cualquier circunstancia de emergencia o de peligro.

    A nuestro joven ministro del Interior no le queda otro camino que asumir su fracaso y aceptar que sus políticas no han sido efectivas. Por el contrario, cada día ellas causan más dolor y muerte entre los venezolanos de todos los sectores sociales, desde los más humildes hasta los sectores pudientes.

    A esa aplastante acumulación de lutos se le suma hoy la matanza de una veintena de presos en la cárcel del Rodeo I. ¿Puede usted dormir bien señor ministro, o sus noches transcurren acuchilladas por el llanto colectivo de los venezolanos?


    Por: Redacción
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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