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    El Editorial: Los que se van; Huyendo del odio

    “Huyendo del odio,
    los que se van…”

     

    En medio de las interrogantes sobre el estado de salud del Presidente, los apagones y cortes de electricidad y el asalto a la prisión del Rodeo II por parte de la Guardia Nacional Bolivariana, ha pasado por debajo de la mesa el hecho doloroso de los venezolanos que han tenido que abandonar el país e instalarse en Europa o Estados Unidos. También se han radicado en Panamá, Colombia, Perú o Centroamérica.

    Pero la mayoría se ha marchado a norteamérica, en especial a México, Canadá y Estados Unidos. En este último país se manejan cifras que, por su relevancia y significación, causan dolor por el hecho de que reflejan el desplazamiento de familias enteras que, empujadas por el odio y la división implantada desde el poder bolivariano, no han tenido más remedio que buscar otros lugares donde recomponer sus vidas.

    En un despacho de AP, firmado en Miami por la periodista Gisela Salomón, se hace un recuento exhaustivo de las adversidades y de las esperanzas que acompañan a los venezolanos que decidieron enterrar sus recuerdos en Venezuela y tratan ahora de sobrevivir en condiciones sobrecogedoras y muy escasas en oportunidades. Imaginamos, aunque en ningún momento el despacho de AP lo diga así, que más que alejarse del país lo que esta gente hace es quitarse esa cultura de odio sembrada insensatamente por los líderes bolivarianos. Llegar a un país extraño con un idioma y costumbres diferentes no es fácil, pero lo que no es nada difícil es sentir, desde las primeras horas en cualquier lugar en el exterior, la absoluta libertad de no odiar a nadie.

    Hoy, según el concepto fundamental que se inculca a diario desde Miraflores, los venezolanos deben salir a la calle odiando a algo o a alguien, ya sea a Obama, Uribe, la MUD o el gobernador de Lara, de Miranda, del Zulia o del Táchira, a Radio Caracas Televisión o Globovisión, a Vargas Llosa y Carlos Cruz Diez, a Oswaldo Guillén o Pastor Maldonado. Lo fundamental es sentir que cualquier personalidad o institución pública o privada debe ser defendida o demolida sin que se tomen en cuenta términos medios, sino su apoyo o su crítica al régimen.

    Eso nos vuelve presa fácil de la política central del régimen, que se basa en crear adhesiones y fanatismo por doquier, simplemente colocando etiquetas a diestra y siniestra de amigos y enemigos, sin que ello responda a una verdad comprobada.

    Cuando algunos de sus amigos se alza y exige el ejercicio de la crítica y la consulta por la base, entonces se le lapida al estilo del más puro espíritu iraní. A muchos de ellos se le reactivan juicios que estaban engavetados y nunca decididos, para poder chantajearlos en el futuro.

    No nos extrañe entonces que, según cifras oficiales estadounidenses reveladas por AP, entre “2000 y 2010 se aprobaron 4.500 solicitudes de asilo de venezolanos”. Ni en los peores momentos de la dictadura de Pérez Jiménez.


    Por: Redacción
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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