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    ARMANDO DURÁN: Caracas o el caos (y II)

    Caracas o el caos (y II)

     

    Repitámoslo: el desorden, la confusión y el caos que reinan hoy en Caracas sin ninguna compensación para sus habitantes, no es fruto de la casualidad, ni obra del descomunal nihilismo de algún terrorista desubicado, ni simple culpa de una pésima gestión de gobierno. El lento pero pavoroso proceso de desmantelamiento urbano y existencial de Caracas responde, por una parte, al turbulento objetivo presidencial de reducir la vida nacional, pública y privada, a una situación de dependencia total de la voluntad, despiadada o generosa según el caso, del líder máximo. Por la otra, a la incapacidad estructural de la administración pública, gracias al método aplicado por el régimen para seleccionar al personal no por sus méritos profesionales sino por su grado de adhesión al líder máximo.

    El éxito de esta perversa combinación de propósitos está a la vista. Mientras más desvalidos y desesperados se sientan los ciudadanos, mayor será el poder personal del hombre que discrecionalmente parece poderlo todo.

    Lo bueno y lo malo. Y así, a medida que se aceleran la exclusión y el descenso del individuo por la pendiente de esta espiral, mayor será su servidumbre como único recurso para satisfacer sus necesidades más básicas. Menor será entonces su libertad y, cada día, no por poderosas razones de carácter ideológico sino porque de ese modo se expresa la ambición en estado de pureza extrema, el líder del proceso estará más cerca de alcanzar un día la más elevada cima de su sueño imperial. Al final, cuando las víctimas de esta ciega aplanadora totalitaria y burocrática estén a punto de entregar su alma al diablo, vendrá la dádiva salvadora del líder como recompensa a la buena conducta y la resignación, retorcido modo de hacernos comprender a todos los dos factores que mejor definen la actual crisis nacional.

    Uno, que, como los famosos perros de Pavlov, los venezolanos se irán acostumbrando a la escasez y a los mecanismos infalibles de los reflejos condicionados, y pronto aprenderán a estar exclusivamente pendientes de la dichosa campanita que les anuncie que a punto están de tener la posibilidad de acceder a una vivienda o de adquirir un litro de aceite que no sea bolivariano. Y dos, que mientras llega ese día grandioso de la merecidísima retribución oficial, poco a poco, pero inexorablemente, la gran mayoría de los caraqueños terminará por aceptar como natural vivir bajo estas condiciones de mengua sin esperanza. En el duro camino de este viaje hacia la nada, esa mayoría habrá aprendido que lo mejor es no protestar, mucho menos confrontar al líder, clara manifestación de un oportunismo disfrazado de mansedumbre supuestamente imprescindible para no morir física ni políticamente en el intento de rebelarse en nombre de la libertad y la democracia.

    La última muestra de esta forma de entender la gravedad del hoy y el aquí, la registraron un día de la semana pasada las páginas de algunos periódicos: para que el próximo 5 de julio puedan desfilar por el Paseo de los Próceres los gigantescos tanques rusos T-72 recientemente adquiridos por Venezuela para mayor gloria de sus jefes militares, sin ninguna planificación y sin tomar en cuenta el valor arquitectónico de la obra de Luis Malaussena, monumento histórico nacional desde 1993, inaugurada por Marcos Pérez Jiménez en 1956 para proclamar la entrada de Venezuela a la modernidad del siglo XX, Hugo Chávez decidió fortalecer el pavimento de esa avenida. Por ahora, los ingenieros militares ya han destruido las grandes losas de mármol travertino de sus aceras. Esperemos que los martillos hidráulicos de los ingenieros militares no la emprendan ahora contra los espejos de agua, los monolitos, o las fuentes, las ninfas y el Poseidón criollo, obras sin duda de pavorosa cursilería, pero que reflejan fielmente la estética de una época y de una mentalidad que merecen ser conservadas intactas. La improvisación con que se ha emprendido esta tarea de demolición y la tardanza con que se iniciaron los trabajos hacen temer a muchos que la obra no esté lista para el día señalado o sólo a medio hacer. O peor aún.

    ¿Quién fue el funcionario designado por Chávez para alterar quién sabe cómo el pretencioso Sistema Urbano de la Nacionalidad que le vendieron a Pérez Jiménez los codiciosos funcionarios de entonces? ¿Y por qué razón no se escuchan voces indignadas que protesten, como hacen los ciudadanos de cualquier otra ciudad del planeta, cuando el hegemón de turno pretende demoler hasta la memoria física de la ciudad? En el fondo, quizá esta impasibilidad absoluta ante todos los desmanes sea el más cabal testimonio del caos que día a día se apodera de Caracas y somete a sus habitantes.


    Por: ARMANDO DURÁN
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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