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    Antonio Sánchez García: Estación desesperanza

    Súbitamente, el cáncer
    le ha abierto los ojos

     

    Lo que ellos ven es su triste y desalmada realidad. Tuvo la capacidad de prever el futuro. Y apoderarse del Poder. No tuvo la capacidad real de construirlo.

    I

    Lo que los animales políticos saben por instinto, los teóricos de la política lo saben por reflexión y análisis. Los profesionales de la política suelen ni saberlo por reflexión ni lo instuyen. La triste y desangelada despedida del Caudillo ante su cohorte de segundones le permitió expresar de manera diáfana y sencilla las claves del asalto al Poder, de acuerdo a un guión que parece calcado de El Concepto de lo Político, del pensador alemán Carl Schmitt. Que evidentemente desconoce. Y que demuestra que el joven teniente coronel organizó su facción conspirativa, realizó el golpe de Estado y pretendió el asalto al Poder con una conciencia y una voluntad que, por esa particular circunstancia, debía culminar necesariamente en la toma del Poder. Proyecto estratégico que con seguridad era absolutamente desconocida por sus mediocres secuaces.

    En su descripción de las circunstancias de su ascenso al Poder, Chávez demostró no haber actuado a la loca ni sin plena conciencia de su magno objetivo, el Poder: obró con plena conciencia meta histórica, dinamitando con los medios a su alcance – que una mediocre, miope y pusilánime alta oficialidad de las Fuerzas Armadas le facilitara consciente o inconscientemente – la frágil y endeble estabilidad institucional de una democracia en decadencia, dispuesta a entregarse en brazos del primer aventurero decidido a violarla. Incluso con el entusiasta auxilio de sus propios detentores. Hizo, en efecto, lo que según Carl Schmitt es el primer paso para asaltar el poder y abrir la sociedad hacia una nueva soberanía: impuso un “estado de excepción”.

    Las etapas del avance hacia el “estado de excepción” los describe Chávez en su última despedida con el lógico recurso a las medidas del tiempo y del espacio. Dijo, palabras más, palabras menos, que mucho antes del juramento del Samán de Güere – al que no se refirió para descartar todo protagonismo revolucionario que no fuera el suyo – había tomado conciencia de que había llegado la hora de pasar del pensamiento – que lo poseía con meridiana claridad – a la acción. Que acechó con esmero por el minuto justo y necesario para introducir el puñal en el purulento sistema democrático. Y que cuando sonó el segundo crucial, ese instante único e irrepetible en que se abren las compuertas de la historia, puso en acción el golpe de Estado. Ese segundo en el amplio panorama de la historia ocurrió el 4 de febrero de 1992. Fue el segundo de Chávez. Lo que la filosofía política griega llamaba καιρός (kairós), ese instante supremo en que se produce un quiebre existencial en el viejo y achacoso cuerpo social para que destelle la chispa – Искра, iskra, la llamó Lenin – del futuro.

    Imposible negarle el reconocimiento: nadie, absolutamente nadie estaba consciente en esa Venezuela de la decadencia de lo que el flacuchento oficial medio se traía entre manos: el asalto al Poder y la apertura de un proceso revolucionario de tinte castrista. Ni Ochoa Antich, quien acompañado por Santeliz, un infiltrado del golpismo, corrió a salvarlo abriéndole además la caja de resonancia mediática que le abriría el curso a la popularización de su felonía, ni muchísimo menos la clase política. Ni siquiera Fidel Castro, que creyó encontrarse ante el clásico paracaidista cara pintada. Esa madrugada tuve la clara percepción de que no estábamos ante un simple golpe de derechas. Estábamos ante un asalto al Poder por la ultra izquierda uniformada. No me equivocaba.

    II

    En un balance de fuerzas y debilidades de su proyecto estratégico puso el caudillo en esta extraña despedida, además, el dedo en la llaga. Cultivado por su padre putativo en las artes del marxismo-leninismo como teoría y práctica, respaldado en una correcta lectura de Gramsci y en una apasionada y sentimental lectura de Nietzsche, reconoció la más grave debilidad del “proceso”: la desunión en puertas y el descerrajamiento de la caja de pandora de las ambiciones personalistas provocadas y o aceleradas por la gravedad de su enfermedad y su eventual desaparición física. Así como la debilidad estructural de un partido que más que un instrumento revolucionario para asaltar y mantener el poder – como el ejemplar partido bolchevique de los revolucionarios profesionales rusos dirigidos por Lenin, según Schmitt el arma más poderosa descubierta por el hombre – es un amorfo conglomerado de ambiciones, apetencias y caudillismos.

    Lo trágico es que esa situación de deterioro es posiblemente insuperable. Tras trece años de ejercicio caudillesco del Poder, de desaforada autocracia y de construcción de un aparato de liderazgo cívico-militar sustentado en el compromiso clientelar y la corrupción ilimitada, así como de su necesario correlato: la frustración del intento por poner en pie un auténtico aparato partidista e ideológico de poder alternativo, como lo ha señalado con perspicacia Heinz Dieterich, la llamada revolución bolivariana carece de vertebración partidista y de inspiración ideológica. Y el llamado poder popular, que debía constituir la columna vertebral de ese sistema de dominación verdaderamente alternativo, no ha ido más allá de articular corruptas y mezquinas clientelas electoralistas.

    De allí la resonancia desesperada de los consejos del caudillo. Contra la desunión, muerte al caudillismo. Una exigencia tan absurda como que la emiten los labios del más desaforado caudillo que haya tenido Venezuela en toda su historia. Revelando con ello la piedra de tranca de este rocambolesco socialismo del siglo XXI: su principal obstáculo es su principal gestor: un hombre dotado de poderes relevantes para bregar antes que con el caos nacional, con el caos interno que la revelación de su cáncer de colon ha provocado entre sus más cercanos seguidores.

    La segunda de las debilidades, un partido que no es tal. Y que para serlo debe comenzar – con 20 años de retraso – a ir a la escuela de cuadros a estudiar el marxismo-leninismo. A ver si puede poner en pie un viejo proyecto descabellado: suplantar la Hegemonía dominante por una nueva Hegemonía y construir el homúnculo que fascina al terrorismo de izquierdas: el hombre nuevo. En un país trasminado hasta la médula por los intereses materiales. Segunda contradicción: después de ganarse las mayorías con la corrupción generalizada de bonos, becas y prebendas, ahora pretende sacarse de la chistera “al hombre nuevo”. Tras 52 años de tiranía el hombre nuevo cubano no sueña en otro paraíso que aquel que se avista en lontananza, del otro lado del golfo de La Florida.

    Súbitamente, el cáncer le ha abierto los ojos. Lo que ellos ven es su triste y desalmada realidad. Tuvo la capacidad de prever el futuro. Y apoderarse del poder. No tuvo la capacidad real de construirlo. La enfermedad debe estar mostrándole que por su culpa se perdió el último vagón del tren de esa historia. Que Dios se apiade de sus angustias. Está varado en la estación desesperanza.

    III

    He sostenido reiteradamente que de un estado de excepción sólo es posible salir con medidas igualmente excepcionales. Como en España y en Chile: no necesariamente mediante el recurso a la violencia, a la fuerza, como se podría interpretar desde una perspectiva atropellada, sino rompiendo las taras de una malversada tradición que llevaran a la decadencia de los organismos políticos y permitieran el asalto al Poder que creara la excepcionalidad.

    Los constituyentes previeron esas medidas de excepción al referirse a la excepcionalidad de mayor cuantía que puede sufrir un sistema de dominación: la violación de los principios soberanos de la Constitución y la ley que norman la vida democrática en sociedad. Quienes a pesar de disponer del respaldo jurídico de dichas facultades inmanentes a nuestro sistema inmunológico han insistido en pasar por alto las innumerables violaciones constitucionales y, lo que es infinitamente más grave, desconociendo y acoplándose al proyecto estratégico de romperle el espinazo al Estado de Derecho e instaurar una dictadura totalitaria, se han negado reiteradamente a reconocer la gravedad del mal que sufrimos y a asumir en consecuencia la conducción de nuestra contraofensiva, han sido los principales responsables del insospechado avance del castro comunismo venezolano. Han desaprovechado circunstancias invalorables, que les ofrecían el momento para reasumir el Poder y reconstruir la desvencijada sociedad en que hoy vivimos.

    ¿Quienes de nuestros dirigentes está consciente del significado meta histórico de la circunstancia por que atravesamos? ¿Quiénes de entre nuestros candidatos está consciente de la batalla mortal que deberemos librar para extirpar el cáncer de la anomia y la disolución que nos abruma? ¿Quiénes de entre los presidentes y dirigentes de los partidos opositores está consciente de que en juego no está un trámite electoral cualquiera sino una lucha de vida o muerte por la recuperación del Poder y la construcción de una democracia moderna, acorde con los desafíos de la globalización y capaz de enfrentar los graves desajustes y miserias que nos acosan?

    Debo confesar que no veo en ellos una visión de la excepcionalidad que vivimos, de la excepcionalidad de los medios que deberemos emplear, de la excepcionalidad de la circunstancia que estamos enfrentando. El pasado, el peso de nuestra historia, nos sigue aplastando como una losa. El país democrático cree que se trata de seguir el canto de sirena de las encuestas y presionar un botoncito durante dos o tres minutos de íntima gestión electoral. Parlamentarismo puro. Aún no comprende que nos aproximamos al kairós, al momento crucial en el que deberemos decidir con toda la fuerza de nuestras convicciones si nuestros hijos heredarán una sociedad llena de oportunidades o una prisión perpetua.

    En eso, el chavismo nos lleva una morena: actúa por convicción tras quien, sintiéndose el iluminado de la historia, le ofrece a la pobresía un mundo de posibilidades. Así sea una ilusión falaz y engañosa, posee la fuerza de las ilusiones. Si fracasa no será por obra y gracia de nuestra dirigencia política. Será por obra de su propia mediocridad y de sus propios desafueros. E incluso, lo que ya es demasiado, por obra de los designios del Señor y la Muerte. Que Dios nos ampare.
    Por: Antonio Sánchez García
    Jueves, 21 de Julio de 2011

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