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    SIMÓN ALBERTO CONSALVI: Las revoluciones terribles (I y II)

    Las revoluciones terribles

     

    Han pasado doce años desde que Ángel Bernardo Viso escribió el prefacio a la segunda edición de Las Revoluciones Terribles.

    Cuando lo releo tanto tiempo después no disimulo mi perplejidad. Todas y cada una de las líneas escritas de estas páginas y las aprensiones que traducen se han ido cumpliendo tan al pie de la letra que no queda otra alternativa que comprobar cómo se ha hecho realidad lo tan claramente advertido. Ahora circula la tercera edición de Las revoluciones terribles bajo el sello editorial Libros Marcados.

    Me permitiré sostener que pocas lecturas pueden ser tan necesarias y tan útiles para los venezolanos de este momento. Es preciso comprender las revoluciones y las consecuencias devastadoras que tienen para los pueblos cuando se proponen el control absolutista de las sociedades.

    Pienso en Bárbara Tuchman y en La marcha de la locura, y en su tesis tan sagazmente demostrada de que las sociedades se equivocan a pesar de haber sido advertidas de los trágicos riesgos que corren.

    Apenas habían transcurrido dos años para el inicio de la presidencia de Hugo Chávez Frías cuando apareció la primera edición de Las revoluciones terribles en 1997. Tuve el privilegio de presentar el libro con una glosa extensa sobre sus tesis y visiones.

    El tema de la revolución ha dominado los desvelos de grandes escritores en el mundo, en distintas épocas y perspectivas no sólo diversas sino también antagónicas: Alexis de Tocqueville, Albert Camus, Hanna Arendt, François Furet, entre los europeos, en Estados Unidos el historiador Gordon Brown, y en la dimensión hispanoamericana Mariano Picón-Salas y Octavio Paz. Las revoluciones terribles se diferencia de todos por sus propósitos específicos. Es un libro erudito, de gran sabiduría, un admirable viaje a través de los tiempos y las revoluciones que trata de establecer lo que han significado en la historia las moderadas y las terribles, según el esquema de Hegel, para distinguir revoluciones terribles como la Francesa, de revoluciones moderadas como la Gloriosa de 1688, en Inglaterra, y la rebelión de los colonos norteamericanos que conduce a la creación de los Estados Unidos. Como expresa Viso: “Resaltar las diferencias de esas revoluciones, y sus implicaciones de largo alcance, es uno de los propósitos de este libro”.

    Octavio Paz escribió en cierta ocasión: “Muy pocas veces la historia es racional; todo aquel que la haya frecuentado sabe que siempre hay que contar con un elemento imprevisible y destructor: las pasiones de los hombres, su ambición y su locura”. Paz se daba la mano con la historiadora estadounidense al destacar la locura como una de las pasiones que desatan el gran poder destructor.

    El análisis de las viejas revoluciones es como una introducción al capítulo “La revolución hispanoamericana y su juego con las viejas máscaras”. La utilización de las “máscaras” tiene un efecto breve: la gente se persuade de que ha sido engañada y así cae la Primera República, y también en la Segunda, porque en la mayoría predomina la adhesión al monarca; su efecto, en verdad, es breve, pero no así sus consecuencias.

    Son precisamente estas el enigma que se trata de descifrar. En el capítulo “La palabra sagrada, el olor a incienso y el continuo repicar de las campanas”, Viso analiza lo que llama “tercera señal engañosa”, que define así: “La tercera señal engañosa enviada por los promotores de la revolución es la abrumadora utilización de las ceremonias religiosas, de los sermones de los sacerdotes y de las pastorales y otros documentos emanados de las autoridades eclesiásticas, para tratar de ocultar a los estamentos inferiores la ruptura de la alianza tradicional entre el trono y el altar; y esa utilización comienza desde el primer acto revolucionario triunfante, es decir, desde la constitución de la Junta Suprema, el 19 de abril de 1811, con motivo de la celebración del Jueves Santo”.

    Ángel Bernardo Viso contrasta la experiencia norteamericana con la experiencia española, al tiempo que en España combaten la invasión francesa y ocurren en ella movimientos revolucionarios, parcialmente consecuencia de la Revolución de 1789. El ensayista analiza el enfoque de Carlos Marx y de Alexis de Tocqueville sobre ese momento español, como las conclusiones del abate De Pradt, sobre el carácter moderado de la Revolución de Estados Unidos. Concluye: “… de modo que entre los colonos nunca predomina la voluntad de ruptura total con la cultura inglesa, al contrario de lo ocurrido en Hispanoamérica, donde en cambio la aristocracia promotora de la revolución decide ejecutar al padre español”.

    II


    La revolución hispanoamericana es una de las revoluciones terribles, y de modo particular lo fue en Venezuela. Para explicar su carácter en comparación con el modelo inmediato, la Revolución Francesa, Ángel Bernardo Viso observa que mientras esta fue producto de varias décadas de preparación, degradándose al final por la influencia de las sociedades de pensamiento, “en Hispanoamérica el torrente revolucionario irrumpe en forma más repentina, y en unas sociedades no consolidadas; así, al poco tiempo de adoptarse de manera oficial las ideas de autonomía e independencia estas se convierten de inmediato en violencia: la resistencia armada, las represiones y combates sangrientos empiezan en Venezuela a los seis días de haberse proclamado la independencia; es decir, el 11 de julio de 1811”.

    Doce años después de la revolución bolivariana del presidente Hugo Chávez Frías, la relectura del prefacio de Viso escrito en el año 2000 me persuade de que debo escribir un prólogo al prólogo y no a Las revoluciones terribles. Sin concesiones ingenuas a la tentación de los pleonasmos, hace más de trece años, en 1997, dije que era uno de los libros más importantes escritos en Venezuela.

    Una afirmación de esta naturaleza no se hace en vano.

    Al asumirla, me mueve la certidumbre de que simplemente expreso lo que es denominador común entre historiadores y ensayistas políticos. No de los políticos, y lamento escribirlo.

    No son los nuestros, ni ahora ni antes, aficionados a la exploración del pensamiento ni a las especulaciones intelectuales que si lo fueran, Las revoluciones terribles estarían inscritas en sus agendas de discusión o de reflexión como una visión crítica de la historia venezolana capaz de hacernos mirar hacia nosotros mismos, muchas veces sin piedad. No lo están, y de ahí tantos equívocos, tantos desmanes de la impostura y tan desmesurada alteración de nuestro proceso histórico.

    Dije al inicio que la lectura del prefacio de Las revoluciones terribles repasado doce años después invita a la reflexión e, incluso, al estupor. La razón no es otra que comprobar cómo lo advertido se convirtió en realidad. Viso no se llamó a engaño y percibió con claridad lo que habría de venir. Quiero llamar la atención del lector acerca de lo que encontrará a vuelta de página. Lo invito a que nos detengámonos en los ocho puntos señalados en el prefacio que explican cómo Hugo Chávez Frías ha dominado la sociedad y ha confiscado el Estado venezolano. El primero es definitivo: se trata de un presidente de facto que desconoció la Constitución ante la cual prestaba juramento, y a partir de entonces, 1999, no ha hecho algo diferente a los dictadores de todas las épocas, pelajes y colores: socavar el orden jurídico y vulnerar el Estado de Derecho para eternizarse en el poder, en nombre de la soberanía popular.

    Los ocho puntos observados por Viso en 1999 sobre las anormalidades de la política venezolana vale la pena retenerlos y comprobar tantos años después cómo se han convertido en realidad. Entre las cuestiones percibidas entonces fue el sometimiento de todos los poderes a la persona del jefe del Estado. Así se rompió con el equilibrio y la independencia consagrados por la Constitución de 1961, y se despejó el camino de la autocracia. Un tercer elemento, los ascensos militares sin autorización del Senado. La utilización de oficiales activos en misiones políticas. Paso a paso, podría comprobarse ahora, la politización castrense avanzó hasta extremos no previstos.

    Lo que entonces se percibió como extralimitación, el uso y abuso de los medios estatales, y la guerra declarada contra los medios privados, devino en sistema y control político de una red todopoderosa, unipersonalmente controlada, y en un conflicto permanente contra los independientes. Tal como Viso lo percibió una década atrás.

    De una política exterior de Estado se fue derivando a una política internacional apuntalada en ciertas coincidencias ideológicas, como la relación con Cuba, o posiciones antiimperialistas, como la que propicia los vínculos con Irán. O grandes rivales de Estados Unidos, como Rusia y China, que más que rivales son socios, pero aquí se ven con los anticuados ojos de la Guerra Fría. Y, en el entorno, el abandono de los intereses permanentes del país por lo circunstancial dictado por el propósito de influencia.

    De esa manera, Viso sostiene que la praxis del ejercicio del poder ha tratado de colmar la brecha exis tente entre Revolución y Constitución, concentrando todo el poder en manos del caudillo. Reitero, Las revoluciones terribles es uno de los grandes libros escritos en Venezuela. Un texto polémico, cuyo propósito es develar mitos y mirar críticamente el proceso histórico venezolano sin concesiones a las “verdades” establecidas o a los convencionalismos. Una obra que invita a una doble lectura: la histórica y la contemporánea, la teórica y la que se refleja en la realidad que nos concierne.


    Por: SIMÓN ALBERTO CONSALVI
    sconsalvi @el-nacional.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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