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    FREDDY LEPAGE: Venezuela, entre tragedia y farsa…

    Aquí y ahora

     

    Hay varias cosas que traen a Chávez de cabeza. En estos días, a pesar de su enfermedad, se encuentra hiperactivo, se podría decir que repartiendo palos de ciego a diestra y siniestra o, mejor dicho, arremetiendo contra todo y contra todos, buscando réditos electorales, pues. De hecho, Chávez, ha estado en una campaña electoral permanente desde que llegó al poder. Vive en una inmutable inseguridad que lo mantiene en un infinito equilibrio inestable.

    Esta constante marca sus decisiones de gobierno, sin que le importen las consecuencias que puedan tener para el presente y el futuro del país. Eso como se dice popularmente, le resbala. Y, a este paso, sin pausa, va destruyendo lo que queda de la economía nacional y de las instituciones, en aras de un comunismo desfasado que pretende emular ­pero no puede, claro está­ a la anquilosada dictadura cubana de los hermanos Castro. ¡Qué más quisiera él, sino que la sociedad venezolana se rindiera ante su tentación totalitaria! Se ha transformado en una especie de rey Midas al revés: todo lo que toca lo destruye.

    Ojalá no sea como el caballo de Atila que, según la leyenda, por donde pisaba no volvía a crecer la hierba. Sin embargo, las ambiciones del teniente coronel, convertidas casi en una obsesión vesánica, de hacer de esta tierra de gracia un estercolero de atraso, miseria, pobreza y desesperanza tropiezan con obstáculos que serán difíciles de sortear, siempre y cuando la gente se le enfrente de manera decidida, dejando a un lado las evasiones escapistas.

    Los ataques a la empresa privada (generadora de empleos y de bienes y servicios de consumo) se multiplican por doquier. Ya no le bastan las invasiones dirigidas y la confiscación de fincas productivas, las expropiaciones arbitrarias de empresas en pleno funcionamiento y las reiteradas amenazas de tomarlas por la fuerza si no acatan, sumisamente, sus arbitrariedades.

    Chávez delira por un país donde el conjunto de la economía sea controlada por el Estado. Donde el Estado sea dueño de todo. Donde todo lo que se produzca tenga la impronta de su revolución de pacotilla. Donde nadie se atreva a contradecirlo y, mucho menos, desacatar sus órdenes. En fin, un país aherrojado por el pensamiento unidimensional, uniforme y totalitario de los déspotas mesiánicos. Un país sin voluntad ni impulso creador. Un país de ciervos que, obligados o por decisión propia, estén atentos a complacer los deseos de su amo. Aunque me tilden de exagerado, ese es el camino que lleva Venezuela.

    O, al menos, el que nos están imponiendo, a cal y canto, sin anestesia.

    No obstante, y a pesar de los pesares, como suele ocurrir por estos lares, conviven dos países. El de la realidad de todos los días: no “en construcción”, sino, “en destrucción”; dura, cruel, sin posibilidades de salir adelante. Y el otro, el de los aprovechadores a quienes lo que les importa es disfrutar, mientras puedan, de la piñata bolivariana. Su grito revolucionario es: “Hacer dinero a como dé lugar”, aquí no está pasando nada…

    Lo que venga después no es problema de ellos. Personifican una especie de alegre comparsa, saben que, al final, saldrán en volandas a refugiarse en Miami, despotricando del régimen que los amamantó y “disfrutando” de los dólares que obtuvieron sin mayores esfuerzos. Eso sí, siempre soñando con una gloriosa vuelta a la patria, o lo que quede de ella…

    En fin, la historia, como decía Marx, se repite primero como tragedia y, después como farsa. Todavía estamos en la tragedia…


    Por: FREDDY LEPAGE
    @freddyjlepage
    Política | Opinión
    EL NACIONAL


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