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    ARMANDO DURÁN: El precio de la unidad

    “Según todas las encuestas, la
    popularidad de Chávez baja…”

     

    En tanto la de la oposición sube y, si las elecciones presidenciales fueran esta semana, Chávez perdería la Presidencia de la República en octubre. Razón suficiente para que millones de venezolanos salten de alegría, como si la oposición fuera hoy, por primera vez desde 1998, mayoría.

    La verdad es que la oposición ha puesto de manifiesto su superioridad en diversas ocasiones, sólo que apenas desde hace pocos meses nos hallamos frente el prodigioso fenómeno de ver finalmente a los partidos políticos opositores ponerse a la tarea de hacer las paces con la realidad y tomar la muy sana decisión de renunciar a la pretensión de seguir confundiendo una supuesta identidad partidista con el interés nacional. Un salto cualitativo trascendente. En términos prácticos, una corrección de rumbo que le ha permitido a los protagonistas de esta historia aceptar el uso de una tarjeta única, expresión definitiva de la unidad subyacente.

    Ahora bien, en este mundo imperfecto en que vivimos, no hay almuerzos gratis. Mucho menos si lo que se sirve en la mesa es esa siempre elusiva unidad, que por supuesto impone precio y condiciones que a su vez dan lugar a inmensos peligros, el primero de los cuales es el creciente aburrimiento del respetable. Un sobresalto que ya comienza a sentirse.

    Sin duda, para hacer realidad el sueño de un candidato verdaderamente único, antes es preciso seleccionarlo. Y no por la vía para nada confiable de las encuestas o, peor aún, mediante la grosera intervención del dedo de los cogollos, sino por el método democrático y participativo de las elecciones primarias. La experiencia, sin embargo, no ha sido hasta ahora muy buena que digamos, porque empeñados en construir la imagen de una unidad inmaculada, se ha echado mano al artificio simplón de elaborar una estampa tan falsa de esa unidad, que el efecto comienza a resultar contraproducente.

    El fastidio, como quedó demostrado en el tedioso encuentro de los candidatos con la prensa el pasado domingo 4 de diciembre, de no atajarse oportunamente, bien puede demoler el esfuerzo que ha significado construir muros sobre los que proyectar este esperanzador panorama de la sociedad civil unida a sus dirigentes por un propósito común. Este contratiempo se irá haciendo insuperable en la misma medida en que la obsesión por blindar la unidad convierta el compromiso unitario de la oposición en rebuscada unanimidad, cuando lo cierto es que, para animar a la concurrencia, hace falta mucha más diversidad y un poco de pimienta.

    El segundo problema que amenaza a los precandidatos presidenciales de la oposición es el disparate de creer a pies juntillas que cualquier señal de discrepancia entre ellos puede ser interpretado por los electores como una inaceptable confrontación entre los miembros de la familia, accidente que ocurre hasta en las más unidas, pero al que en este caso se le atribuye un carácter devastador.

    De alguna manera los precandidatos tendrán que analizar a fondo las consecuencias que acarrea elevar a la categoría de verdad suprema esta tontería de no hacer olas. En verdad, ni pueden desistir de ser individualidades distintas con posiciones también afortunadamente diferentes sobre el futuro del país, ni puede ninguno de ellos eludir el hecho de que a partir del 12 de febrero quien se alce ese día con la victoria, lo quiera o lo objete, tendrá que asumir y enfrentar el poder autocrático y nada democrático del régimen que se aspira a derrotar.

    El otro efecto inquietante de este esfuerzo “unitario” de casi todos es la confusión política y conceptual que implica limitar sus propuestas a la solución de problemas siempre muy concretos, la inseguridad, por ejemplo, y dejar de lado la necesidad de fijar posición frente a los gravísimos desafíos a los que tendrán que dar la cara de inmediato si al final de esta carrera conquistan la victoria el 7 de octubre. Ninguno lo ha hecho, como si las funciones del jefe de un Estado cuya constitución lo define como federal y descentralizado, fueran las que les corresponden a gobernadores, alcaldes y juntas parroquiales. Algo así como tratar de ver, en la Venezuela del siglo XXI, la España de Lope de Vega, donde, según su célebre obra, hace cuatro siglos, podía el rey ser el mejor alcalde de la comarca.

    Aún hay tiempo para sacar bien estas cuentas, pero si no lo hacemos con prontitud y agudeza de ingenio, mucho me temo que la suma final puede elevar exagerada e innecesariamente el precio de la unidad.


    Por: ARMANDO DURÁN
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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