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    CARLOS BLANCO: LA INVASIÓN

    “Las escuadras
    de ocupación..”

     

    ¿Son acaso las invasiones fenómenos contrarios a la naturaleza del bochinche bolivariano? Para nada. Es un remedo de lo que ha hecho Chávez con el país: encontró el edificio medio vacío, se metió por las buenas –en plan de visita- y una vez dentro, procedió a ocuparlo.

    Los camaradas detectan un edificio a medio construir o casi vacío. Preparan las escuadras de ocupación y ¡zas! se dejan colar en la noche, mediante la utilización de mujeres y niños como escudos en caso de que algún desinformado policía crea que lo ilegal debe ser evitado o si acaso algún vecino me quiere molestar, aquí traigo un chaparro para hacerlo callar. El edificio puede estar en construcción, paralizado por falta de permisos o financiamiento o, simplemente, dejado por algún vivo que lo quería engordar. En cualquier caso, los redentores –guapos y “apoyaos”- entran, se pertrechan y comienzan su trabajo de ocupación, dirigidos por algunos expertos en invasiones que saben qué teclas tocar y qué miedos atizar. Poco a poco lo que era algo a medio hacer se convierte, como por alquimia, en una ruina cubana: pantaletas y calzoncillos que se escurren en las ventanas, ladrillos que cierran espacios para ventanas, y personas humildes y necesitadas como carne de cañón, a la espera de que algún milagro los lleve de allí a la ansiada vivienda. Mientras tanto, lo provisional se vuelve permanente.

    ¿Son acaso las invasiones fenómenos contrarios a la naturaleza del bochinche bolivariano? Para nada. Es un remedo de lo que ha hecho Chávez con el país: encontró el edificio medio vacío, se metió por las buenas –en plan de visita- y una vez dentro, procedió a ocuparlo. El primer piso que era del parlamento lo convirtió en la Asamblea Nacional que maneja con el dedo meñique; el segundo piso, que era el poder judicial, lo capturó sin disparar un suspiro y ahora usa ese piso como cocina para fritangas apestosas; el tercer piso que era la institución militar, ahora es usado como lugar de retozo de los niños: la guardería Negra Matea; el cuarto piso es el casino de PDVSA, que conecta con la sala de experimentos del Banco Central.

    Así fue. El caudillo aprovechó la negligencia criminal de las élites, cuando no su solidaridad, y a plena luz del día invadió el Estado. Aun cuando lo haya derruido hasta el asombro y de sus ventanas cuelgue la miseria, allí se impuso; cada cual en lo suyo pero también en la causa compartida de impedir el desalojo que la sociedad reclama.

    Ni gobierno hay. Si se observa con cuidado, Venezuela es un país sin gobierno. Hay varias razones que explican este curioso acontecimiento. Una razón, es que Chávez despojó al acto de gobernar de su connotación administrativa. Esta dimensión significa fijar objetivos y metas, presupuesto, evaluación de cumplimiento y otros fastidios poco heroicos, en los cuales no hay Chimborazos ni Negro Primero, pero que configuran aspectos centrales del acto de gobernar. En vez de la administración hay discurso televisado; y es éste el principal instrumento de gobierno: el gobierno de Chávez es lo que dice Chávez; en una década se ha visto que es una retórica embustera pero capaz de plasmar un cuento y en los últimos meses ha agregado el paroxismo producto de las dolencias viscerales que lo aquejan.

    La otra razón esencial es que el acto de gobernar se ha desarrollado como un proceso de pesos y contrapesos entre las fuerzas, los intereses y las dinámicas que ha desatado el caudillo, convertido en el centro de los equilibrios. Si Diosdado crece mucho, se le corta la cabeza y luego, amansado, se le permite que le retoñe; si Nicolás ya hablaba como sucesor entonces se procede a la inmisericorde guillotina. La ducha escocesa, agua caliente y agua fría alternadas, para que nadie en particular se considere el favorito y le den ganas de ponerse creativo y trascendental.

    Chávez simula que hay gobierno mediante el terror. Si anuncia refacciones y parques, nadie –en primer lugar los propios- lo toma en serio; por eso se ve obligado a que cada una de sus comparecencias tenga que ser una escena de susto. Nótese que anuncia confiscaciones y agresiones cada vez que habla para que se sepa que está al mando. Sin embargo, ahora no lo está tanto…

    Lo que ha añadido la enfermedad presidencial a la falta de gobierno es que el ejercicio del control de los suyos a través del miedo ya no puede hacerlo a tiempo completo, en el tono dispéptico que lo ha caracterizado, entre el café y la mala digestión. La enfermedad, sobre la cual nadie sabe mucho pero todos sospechan todo, ha hecho que cada cual esté en el camino de montar su propio tarantín. Recuérdese que Diosdado Cabello vuelve a emerger ahora, pero en el momento en que el jefe estaba más deprimido y desmoralizado, los cubanos escogieron a Maduro como sucesor. Fue cuando el Teniente dijo “por aquí”, con una contracción casi espasmódica en el brazo, con el puño apretado y el codo en retroceso.

    El caso es que hay un alzamiento de baja intensidad de la sargentería. Juran respeto y lealtad a Chávez pero no aceptan otra jefatura distinta a la de él, en la certeza de que no tiene la fuerza de antes. Ya el hombre no recibe cuentas; sólo se mantiene para las apariciones públicas y lo demás es control epidemiológico, aislamiento y cuidados intensos –que no intensivos, por ahora.

    Disolución. El gobierno ha entrado en una fase de disolución, lo cual no es sinónimo, por sí mismo, de victoria opositora. Las estructuras de mando el régimen se disuelven porque muchos prefiguran el fin y no quieren que el catarro los agarre sin pañuelo. Los jerarcas que han instalado sus tenderetes en el exterior, por la vía de algún familiar o amigo, testimonian eso que llaman pavor. Varios que habían aspirado a altos cargos, ahora se apartan con discreción; las embajadas se han vuelto más atractivas que nunca.

    Los cubanos parecen haber convencido al caudillo que, al igual que Fidel, debe asegurar la continuidad de esa cosa que llaman revolución. Le han dicho –para halagarlo- que debe semejarse a Fidel: garantizar una línea de relevo con varios cuadros totalmente leales y lograr la reelección al precio que sea, luego retirarse de la primera línea, dedicarse a su recuperación física, y seguir como el jefe político incontrovertido del proceso bolivariano.

    Ante esta realidad, un cambio se ha producido en los días más recientes y cuyos alcances es necesario evaluar en el inmediato porvenir. La idea de militarizar más aún niveles centrales del Estado puede tener dos explicaciones no necesariamente contradictorias: la primera consiste en que los lugartenientes pueden tener un poder hoy que no es controlado por el jefe; la segunda es que el PSUV podría haberse convertido en algo tan inútil que la única institución en la que Chávez estime que puede descansar es la militar, dominada no por el grupo más radical de la “derecha endógena” sino por los que han asimilado, aunque sea de modo retórico, la jerga socialista cubana.

    Ante este panorama de amenaza y terror las fuerzas democráticas tienen el desafío de formular y expresar estrategias precisas que rebasen lo electoral, pues sólo así se podrá tener una estrategia electoral exitosa.


    Por: Carlos Blanco
    Tiempo de Palabra
    08 de enero de 2012
    www.tiempodepalabra.com
    Twitter @carlosblancog




     

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