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    Elías Pino Iturrieta: El kinder de la abuela Rosa Ines

    El kinder de la abuela
    Elías Pino Iturrieta

     

    El hecho de que el Presidente ignore las críticas pudiera ser motivo suficiente para dejar de escribirlas… Como se sabe, y como obsequio a la población natal en la cual ejerce su hermano la función de gobernador, dispuso la fundación de un Jardín de Infancia con el nombre de su abuela… La manifestación de afecto filial es conmovedora, digna del bombo de una cadena nacional… Sobre tales efusiones no queda otra cosa que despojarse del sombrero después de enjugar con lágrimas el pañuelo, si no fuera porque ordenó la obra con los recursos públicos

    Podré escribir tranquilamente en 2012, sin ocuparme del presidente Chávez? ¿Asumiré frente a la computadora el papel de autónomo escribidor para extenderme sobre el asunto que quiera, alrededor de cualquier tema que atraiga mi atención y mi veleidad, sin detenerme en los hechos y en los caprichos del jefe del Estado? Anhelé la posibilidad cuando se acercaba el año nuevo, aunque sólo fuera para librarme de lo más parecido a una situación de rehén de quien orienta fatalmente el movimiento de las teclas, la dirección de los temas y aun la disposición de los adjetivos, los silencios, las pausas y los disgustos. Parece misión imposible, sin embargo, cuando se quiere mantener una relación de fidelidad a los principios de republicanismo y civilidad que forman parte de la esencia de Venezuela, desde su nacimiento; y cuando quien debe ser su custodio se empeña en burlarlos según amanezca de ánimo y de ganas de hacer la “revolución” desde una posición de poder que le permite hacer lo que le parezca con la sociedad, sin alternativa de una apelación que no sea la de llenar unas cuartillas sin destino porque el destinatario se las mete en la guerrera sin siquiera imaginar que existen, o porque sabe que existen y las descalifica de antemano para alimentar el hábito de prepotencia que engalana su cesárea personalidad.

    El hecho de que el Presidente ignore las críticas pudiera ser motivo suficiente para dejar de escribirlas, sugerirían con sobrada razón los lectores cansados de pasar la vista cada semana por un reproche que no conduce a nada, o también deseosos de solazarse en otros contenidos, pero seguramente concordarán con el atrapado rehén de los domingos cuando siente que no le queda más remedio que abordar un despropósito como el que llevó a cabo el carcelero de sus artículos la semana pasada en Sabaneta. Como se sabe, y como obsequio a la población natal en la cual ejerce su hermano la función de gobernador, dispuso la fundación de un Jardín de Infancia con el nombre de su abuela. La manifestación de afecto filial es conmovedora, digna del bombo de una cadena nacional, en principio. Sobre tales efusiones no queda otra cosa que despojarse del sombrero después de enjugar con lágrimas el pañuelo, si no fuera porque ordenó la obra con los recursos públicos y porque vivimos en un país que se reconoce como república desde 1811. Poco antes, en otra transmisión en cadena, el presidente Chávez se refirió a Juan Vicente Gómez, sobre quien voy a relatar un elocuente episodio relacionado con la enormidad que nos ocupa, tal vez el único a través del cual pueda edificarnos el sombrío dictador.

    Señores de la adulación, ciertos personajes asiduos a la corte de Maracay fraguaron el proyecto de llegar al corazón del Benemérito a través de la apología de su padre, don Pedro Cornelio Gómez. Al principio consideraron suficiente desgranar esporádicos elogios del fallecido fundador de La Mulera, pero el Presidente permanecía inmutable ante el recuerdo que se afanaban en transmitirle. Fue entonces cuando los cortesanos resolvieron perfeccionar el plan. Le presentaron un programa formal para el traslado de los restos de su padre hasta la capital de la república. Las cenizas del extraordinario patriota, argumentaron, no podían reposar en un anónimo rincón de la provincia. En consecuencia, organizarían una solemne ceremonia de exhumación y un cívico recorrido hacia Caracas, para conducir finalmente el féretro hasta un regio mausoleo de mármol frente al que se pronunciarían oraciones y discursos de exaltación. El dictador escuchó en silencio el descabellado propósito y dijo, cuando concluyeron los proponentes: “No, señores. ¡Pedro Cornelio Gómez era un hombre serio para que ahora lo vengan a pasear como un muñeco! ¡Y yo también soy un hombre serio! ¡Buenas tardes!”. Fue, seguramente, la única gran lección que Gómez dejó a la posteridad, lección de ponderación, de separar sin vacilaciones la vida privada de la función mayor de gobernar, de distinguir lo doméstico de lo público, aun en un predicamento que pudo tocarle fibras sentimentales porque se refería al fundador de la parentela que se enseñoreaba en el país para dominarlo según su antojo.

    Tan amigo de los relatos históricos y de las anécdotas que se atribuyen a los hombres fuertes -a esos implacables individuos de uniforme, tropa y bayoneta a quienes acude ahora para hablar con curiosa insistencia de la estabilidad de Venezuela-, el presidente Chávez seguramente desconocía la reacción de Gómez frente al designio de encomio de su difunto padre. Tal vez porque, como sentirán de seguro la mayoría de los memoriosos dotados de circunspección, imaginara que poca cosa de provecho se puede sacar de la evocación de un gobernante brutal. Pero, si hubiese manejado la anécdota, quizá nos hubiera ahorrado el bochorno de la fundación del aludido plantel con el nombre de la abuela. Probablemente hubiera dibujado raya severa entre lo privado y lo público, entre lo que es de la sagrada familia y lo que corresponde al pueblo soberano. De los rincones de la Historia a veces salta una inesperada liebre que puede aconsejar los pasos del porvenir. Y, a la vez, desde una perspectiva egoísta, permitir que el escribidor se ocupe de temas menos ásperos. Pero quién sabe cuándo, porque mientras prosiga don Hugo su faena, no tendrá más remedio que hacer de su rehén.

    Por: Elías Pino Iturrieta
    Política | Opinión
    eliaspinoitu@hotmail.com
    Martes, 10 de enero de 2012




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