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    ARMANDO DURÁN: Chávez cierra el cerco

    ¿De qué color era el caballo
    blanco de Napoleón Bonaparte?

     

    La pregunta desconcierta, porque su respuesta es obvia. En la Venezuela actual, sin embargo, la cuestión no parece ser tan elemental.

    Misteriosamente, aquí hay quienes al referirse al dichoso animalito del emperador todavía piensan en cualquier otro color menos en el blanco. Despiste de la función cognitiva inducida por un inexplicable daltonismo político, que puede ser utilizado por muchos dirigentes políticos y no pocos encuestadores reconvertidos en analistas y asesores electorales para reducir los sucesos ocurridos el pasado jueves en la Asamblea Nacional a una simple provocación. Ya saben, otro de esos trapos rojos empleados durante los últimos diez años para no llamar las cosas por su nombre.

    Este nuevo y lamentable episodio del proceso chavista comenzó hace pocos días, cuando en una intervención inesperada, Hugo Chávez condenó al limbo de los espacios sin importancia a Elías Jaua y a Nicolás Maduro, sacó del baúl de los olvidos a Francisco Ameliach y a Ramón Rodríguez Chacín, y nombró a Diosdado Cabello, instalado desde hace dos años en un distante refrigerador para a ver si el país olvidaba los actos de corrupción que se le atribuyen y su escandalosa derrota electoral a manos de Henrique Capriles en Miranda.

    La designación de Cabello como presidente de la Asamblea Nacional y, sobre todo, el carácter agresivo de su discurso permiten poner claramente de manifiesto que la ilusión de los diputados no chavistas de cohabitar con los representantes del régimen en un ámbito tan teóricamente amplio como el Parlamento es una aspiración imposible en el marco de una revolución que se precie de serlo. Con él al frente de la Asamblea, no habrá nada para los enemigos del pueblo, ni un “tantico así”, sostuvo, sino puro y rabioso desprecio. Y para que nadie confunda el sentido exacto de su amenaza, las huestes chavistas que lo acompañaban insultaron, empujaron y agredieron a los diputados de la MUD, que quizá ahora, ante la contundencia de las palabras y los hechos, admitan ser diputados de la oposición, papel que se han negado sistemáticamente a representar, porque según ellos Venezuela debe ser un idílico territorio libre de confrontaciones políticas. Sin tener en cuenta para nada que en la historia de las democracias occidentales los partidos políticos, sus dirigentes y sus parlamentarios son, por definición, o bien del gobierno o de la oposición.

    De acuerdo con la visión que tiene Cabello del mundo y de los sólidos principios golpistas y totalitarios que lo animan, la única tarea que importa llevar a cabo en la AN es dictar las leyes que necesita la “revolución” para construir el socialismo que la mayoría de los venezolanos rechazó en las urnas el 2 de diciembre de 2007.

    Una tarea, por supuesto, en la que de ningún modo tienen cabida los parlamentarios que no sigan a pie juntillas la voz de mando del comandante en jefe. Desde esta grotesca perspectiva de la realidad, habrá que esperar por la decisión final de los 98 diputados del Gobierno a la hora de designar las directivas de las comisiones parlamentarias, cuyo objetivo, previsiblemente, no será en ningún caso abrir canales de comunicación con los “otros” sino todo lo contrario.

    En otras palabras, al comenzar este crucial año, Chávez, acosado por las incertidumbres naturales de su enfermedad y por la naturaleza catastrófica de su gestión presidencial, ha entendido el carácter agónico de las elecciones de octubre y actúa en consecuencia para cerrar, de la manera que sea necesario hacerlo, el cerco que les viene montando a los venezolanos desde el mismo día que se alzó, no contra Carlos Andrés Pérez, como él afirma, sino contra la democracia.

    Para completar este espectáculo, el desfile militar que se prepara para celebrar por todo lo alto el vigésimo aniversario de aquel fiasco militar del 4 de febrero, presidido esta vez por el general en jefe Henry Rangel Silva, el mismo que a cada rato nos recuerda que la tropa de ningún modo reconocería una derrota electoral de Chávez, le servirá al régimen para profundizar la radicalización del proceso. Primero, con el nombramiento de Rangel Silva como ministro de la Defensa, y de inmediato con los del nuevo vicepresidente, ¿acaso Jesse Chacón?, y los nuevos ministros, seguramente militares vinculados a los golpes del 92, del Interior y de Relaciones Exteriores.

    Este es el desafío, desnudo ahora de engorrosos adornos democráticos, que desde hoy mismo les presenta el régimen a los ciudadanos.


    Por: ARMANDO DURÁN
    Política | Opinión
    EL NACIONAL


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