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    ARMANDO DURÁN: Poco ruido, cero nueces

    “A las 8:52 pm del viernes
    apagué el televisor…”

     

    Sencillamente no podía soportar un minuto más del largo, aburrido, inútil y, por supuesto, contraproducente discurso presidencial. Una cadena de radio y televisión que sin piedad alguna condenó al país al indescriptible castigo de escuchar durante casi 10 horas a Hugo Chávez, en plan de maestro de preescolar, bonachón y tolerante como nunca antes, tratando infructuosamente de convencer al país de la inmensa suerte que tenemos de poder gozar a plenitud los frutos de esta maravillosa revolución bolivariana. Puras palabras, chistes viejos, otra vez el enigmático cáncer y la sabiduría médica de Fidel, en todo momento arenga política en tono menor contra el imperialismo, porque conquistar la independencia de la Patria no tiene precio, sostuvo, preámbulo para denunciar extensamente la larga noche del neoliberalismo que nos quisieron imponer los enemigos del pueblo.

    En eso anduvo Chávez desde las 2:15 pm hasta las 4:45 pm.

    Durante esta suerte de introducción destacó los tres grandes logros de su revolución: recuperar la faja del Orinoco, darle a Venezuela un proyecto nacional que no mencionó ­pero que todos sabemos que es el socialismo a la cubana­ y bajar las tensiones con Colombia. ¡Válgame Dios! La segunda parte de esta rendición de cuentas presidencial que de ningún modo lo fue, la memoria del régimen es corta y sus cuentas largas y oscuras, Chávez la dedicó a desmontar el desdichado pasado capitalista de Venezuela, causa eficiente de su revolución que, según dijo, por fortuna, llegó a tiempo, y además, en paz. Un hecho histórico invalorable porque su triunfo pacífico evitó el estallido de otra revolución, que sí hubiera sido violenta. Si en tantas horas de habla que te habla Chávez se había jactado de ser un humilde soldado salvador de la patria, a partir de ese punto se presentó ante los venezolanos rebosante de cordialidad llanera, de amor por la democracia, de despreció absoluto por el uso de las armas, nueva visión suya del mundo que le garantizaba al país la mayor suma de felicidad posible, incluyendo en el paquete su compromiso y el de la Fuerza Armada Bolivariana de respetar los resultados electorales de octubre, aunque le fueran adversos. Puso, entonces, la principal trampa de la noche, al añadir de inmediato: “¡Qué bueno sería oír a la oposición que ellos (también) reconocerían los resultados del 7 de octubre, sea cuales fueran.” Las horas que siguieron las ocupó Chávez en destacar supuestos y grandiosos resultados de su gestión presidencial. En primer lugar citó el aumento de las reservas internacionales, de petróleo y de gas, lo cual, afirmó así como así, convierte a Venezuela en una verdadera potencia.

    Habló del crecimiento de la banca pública, del Producto Interno Bruto, de la inversión social, del índice de desarrollo humano y hasta del aumento de la producción de leche. Pasadas las nueve de la noche, se escuchó el único y estruendoso ruido de la jornada. Hasta entonces, a cada rato, Chávez interrumpía su intervención para dirigirse personalmente a algunos diputados de la oposición, con el claro propósito de burlarse de ellos o desacreditarlos. Finalmente le tocó su turno a María Corina Machado. Sin darse cuenta de la irritación que a lo largo de la tarde y de la noche se había ido apoderando del ánimo de la precandidata, o precisamente porque se había dado cuenta y ahora deseaba irritarla aún más, Chávez le aseguró que si ella ganaba las primarias y luego lo derrotaba en octubre, él reconocería su triunfo y “hasta un beso le daría”.

    Ahí mismo ardió Troya. Hoy sábado, bien temprano, vi la grabación del episodio, que no había visto en directo, es decir, a una solitaria diputada de la oposición que aprovechó la oportunidad que le brindaba la cadena para confrontar a Chávez con la verdad: Presidente, lo increpó, llevamos 8 horas escuchándolo describir una Venezuela muy distinta a la real. Qué pasa con los 180.000 muertos en 13 años, con la leche, con la propiedad privada. Luego soltó su sentencia mayor. “Expropiar es robar”. Cuando Chávez, visiblemente descompuesto, le preguntó desafiante si ella lo estaba acusando de ladrón, Machado, impasible, repitió su acusación: “Expropiar es robar”.

    Muy poco se recordará de esas nueve horas y media desprovistas de sustancia. Quizá, el cierre del consulado en Miami. Lo único que sí estoy seguro que todos recordaremos es la lección magistral que Machado le dio esa noche a Chávez y a toda la oposición.


    Por: ARMANDO DURÁN
    Política | Opinión
    EL NACIONAL


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