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    RAMÓN HERNÁNDEZ: Obediencia



    El Tejado Roto

     

    No cabe duda de que gobierna una camarilla de ignaros petulantes. Cada gesto, cada reacción y cada anuncio sirven para demostrarlo. Siendo esencialmente gente proveniente del cuartel, que de alguna manera tenía grabado en el ADN la frase de Mao según la cual el poder se deriva de la punta del fusil y no de procedimientos democráticos, no debe extrañar que los cuadros del partido oficialista sean más propensos a la obediencia que al cuestionamiento y al debate, pero no necesariamente a la disciplina.

    Adormilados por los altísimos beneficios petroleros, la ausencia de contraloría y la existencia de un clima de permisividad que no tuvieron ni los andinos de Gómez, los militantes de la revolución apenas tienen ánimo y tiempo para revisar sus propias cuentas bancarias. La certidumbre los enceguece y les hace creer que esta revolución, que los puso a valer y a disfrutar, contrario a lo que aprendieron en las leyes de la dialéctica, no lleva en su esencia el germen de su destrucción o transformación.

    Abobados por las verdades científicas que exportaba la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, según las cuales la lucha de los contrarios finalizó en el instante en que se implantó el socialismo, abandonaron la discusión y toda búsqueda en el campo de las ideas. En Rusia, era lo que le convenía a Joseph Stalin, pero para ellos, siendo subalternos, era la forma de eludir los gulags y sus sucedáneos. Asentir, apoyar, respaldar u obedecer, según fuese el caso, las directrices de la cúpula gobernante protegía, igual que ahora, de purgas, extrañamientos y sometimientos al escarnio público.

    En Venezuela, se ha vuelto a la adoración primitiva del líder, a los tiempos en que un dictador sanguinario, corrupto y cruel era llamado “benemérito” a contraesencia de la razón, y la gente disimulaba o fingía no sentir el corrientazo que le recorría la columna vertebral. Abunda en el poder la jactancia que se deriva de suponer que se cuenta con la confianza y respaldo del jefe, pero se olvida que se deben más a la fidelidad perruna y a la obediencia innominada que a las ideas y propuestas que aportan para el mejor funcionamiento del régimen.

    Todo jalabola es prescindible.

    Fingiendo sabidurías y destrezas de la cuales carecen, los altos funcionarios del Ejecutivo y las piezas fundamentales de los demás poderes declaran con el mentón alzado, pero sin informes técnicos que los respalden, sobre la pureza del agua, pero extrañamente no se atreven a consumirla, mucho menos a mezclarla con los caldos que vienen importados de Escocia. Vendo paradigma sin usar y cachucha de medio pelo.


    Por: RAMÓN HERNÁNDEZ
    @ramonhernandezg
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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