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    EDUARDO SEMTEI: Érase una vez, dijo Rubén Darío



    “Érase un país donde no
    habitaban el odio…”

     

    Érase una vez un país tropical, lleno de petróleo, de gas, de gentes lindas y docenas de misses, peloteros, pilotos y grandes orquestas. Una nación premiada por el destino. Con playas azules que invitaban al esparcimiento, al disfrute, al amor, incluso, al juego de bolas criollas y al dominó. Guachafitas, merengues y parrandas.

    Montañas cubiertas de nieve.

    Llanos atractivos.

    Érase una vez un territorio con muchos trabajadores que cultivaban maíz, sorgo, café, hortalizas y sueños. Abundante en minerales de todo tipo.

    Érase un país donde por gran tiempo reinó la armonía. Existían dos grandes tribus, verdes y blancos y una pequeña aldea roja. Durante mucho tiempo, en esos años, se construyeron represas, carreteras, centros de espectáculos, viviendas, universidades, centros comerciales, refinerías, sitios para espectáculos.

    Érase un país donde no habitaban el odio, el enfrentamiento, la división entre familias. Los viejos humildes sacaban sus sillas de extensión y las explayaban en los frentes de sus casas para ver el atardecer. Lares de paz y sosiego. Y todo transcurría entre asuntos verdes y blancos, mientras los rojos rojitos ejercían su derecho a la vida sin más contratiempos que aquellos fijados por la Constitución y por las leyes.

    Y en ese país las gentes se visitaban. Se sonreían. Y entonces, de pronto, como la poesía del Lobo de Rubén Darío, el varón gigante, el venezolano, que tenía corazón de lis, alma de querube, nuestro vecino, el primo, familia, nuestro dulce Francisco de Asís, vio que todo empezaba a cambiar. Llegó un rudo y torvo animal, bestia temerosa de sangre y de robo, las fauces de furia, los ojos del mal, lobo de Barinas, el terrible lobo, rabioso, asolaba empresas grandiosas; cruel, hizo deshechos bancos e inversiones. Y todos votaron, confiaron en él.

    Cuando se paseaba orondo de oprobio, cargado de soles, pistolas al cinto, con sus amigos, alforjas cargadas del dólar del mal y, entonces, el pueblo salió, al hombre buscó, en su madriguera, dentro del palacio, cerca de su cueva, encontró a la fiera, herida de muerte, enorme, que, al verle, se lanzó feroz contra seguidores y contra opositores, y la voz del pueblo, una dulce voz, alzando la mano al lado del lobo, dijo: Paz, hermano, el hombre escuchó la voz mayoritaria, dejó su aire tosco, arisco, mortal, cerró sus fauces abiertas y se oyó en el cielo: Hermano venezolano, está bien, y cantó el pueblo.

    ¿Es ley que tú vivas de horror y de muerte? Todos se miraron perplejos de asombro. El lobo tranquilo sacó un crucifijo, juró por su honor jamás regresar al ruedo mortal.

    Y el Gran Comandante, humilde, exclamó, es duro el invierno y es horrible el hambre.

    En Caracas busqué y no hallé algo de comer. Y busqué el ganado y a veces comí; ganado y pastor. Y le dijo el pueblo, sencillo y confiado, yo siempre te vi mancharte de sangre, herir, torturar, encarcelar testigos, jueces y alguacil, y las roncas voces de sordo clamor dijeron que reina el odio, y luego el rencor.

    Érase un pueblo amante, solícito, fresco y bailador. Y de pronto aquello acabó. Todo el mundo huía del propio vecino.

    Se miraban lejos, casi ni se hablaban. Y la gente quiso volver a la paz. El pueblo le dijo: Está bien hermano. Sabes que el Señor que todo lo ata y desata, en prueba de paz tiéndeme la pata. El lobo lo hizo y el pueblo a su vez le tendió la mano. Pero al final, otra vez sintiose el temor, la alarma, entre los vecinos y los electores. Estaban las gentes colmadas de espanto. Y el pueblo preguntó: Dime, ser oscuro, ¿por qué has vuelto al mal, al odio, al desprecio? Contestó la fiera, babeada de odio: Porque soy así. Mi naturaleza.

    No les pido tregua. No les pido paz. Lo mío es la guerra y enfrentamiento. Yo mismo quisiera ser hombre mejor. Pero yo no puedo. Lo tengo que hacer. Y el pueblo dolido, con sus muchas voces, rezó convencido, Padre nuestro que estás en el Cielo…


    Por: EDUARDO SEMTEI
    @ssemtei
    POLÍTICA | OPINIÓN
    EL NACIONAL
    MARTES 28 DE MAYO DE 2012


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