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    LUIS ALFREDO RAPOZO: La merienda de las 4 de la tarde



    “Entre unos pistoleros y los
    compinches del “Danielito”

     

    No quise mandar a mi hijo a la panadería porque en ese momento había un enfrentamiento a tiros entre dos malandros. Entonces, le dije “hijo esperemos un rato y yo mismo te compro el pancito dulce”. Efectivamente, después que se calmó la cosa y sacaron del barrio a una niña herida, porque una bala entró a su cuarto y se calmó la algarabía de la gente para ver quién era el hombre tirado en la calle en medio de un charco de sangre; me tomé mi tiempito y fui a comprar el pan dulce, para la merienda de las cuatro de la tarde de mis niños, que suelen mojarlo en leche mientras ven a Chávez en cadena nacional, hablando de la superpotencia que seremos y de las bondades de la revolución.

    Salí de mi casa rápido y crucé la calle bordeando al difunto; un jovencito con cara de pocas pulgas, quien era abrazado por su madre mientras lloraba y recogía la pistola 9 mm., que le había quedado debajo del cuerpo: Era el “Danielito” a quien yo le regalaba pelotas de goma para que me botara la basura hace como 8 años tan solo, quien aparentemente había recibido no menos de nueve balazos como si fuera una película mexicana donde Antonio Aguilar decide caerse a tiros, por un simple despecho o porque perdió una apuesta en el juego de cartas en una taberna de mala muerte, después de cantar una ranchera con gritos y todo. De esa manera, aproveché el momento como es usual y le di una palmadita en la espalda a la joven madre, que mojaba el pecho del muchacho con sus lágrimas y le di mi sentido pésame, mientras yo exclamaba “tan bueno que era ese muchachito”.

    Entonces, seguí mi camino rumbo a la panadería, cuando comenzó nuevamente la balacera -media calle más abajo-, entre el pistolero y los compinches del “Danielito”, que no se querían quedar con ese muerto impune y allí volvió a correr sangre, pero parece ser que no hubo muerto. Afortunadamente, logré entrar en la casa de mi compadre Perucho Marcano y juntos nos tiramos al piso como es la costumbre,- porque mucho retardado no la ha contado si se queda paralizado en medio de la refriega-.

    Luego, me fui con mi compadre a la panadería, pues él estaba muy excitado por el acontecimiento y decidió acompañarme para comentar el asunto.

    Inmediatamente, le compramos el pancito al Portugués, quien estaba echando el cuento de cuando “el Danielito” lo atracaba, pero nunca accionó el armamento ni maltrató a sus empleados.

    Compré los pancitos en forma de ocho, preferidos de mis niños y me devolví vertiginosamente a mi casa, rezando y encomendándome a la Virgen del Valle como siempre, pues nunca me ha fallado. Dejé a mi compadre en compañía de su mujer y seguí a mi casa, viendo al difunto con su madre, que aguardaba a la morgue con su hijo tapado con una sabana y una vela prendida en su cabecera. Cuando llegué a casa, mis hijos celebraron con el vaso de leche en las manos y Chávez seguía hablando de Rosainés, el majunche y el dulce de lechosa que le mandaría su mamá, en plena hora de la merienda de las 4 de la tarde.


    Por: Luis Alfredo Rapozo
    luisrapozo@yahoo.es
    @luisrapozo

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