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    LUIS VICENTE LEÓN: Los que nos quedamos



    ¿Emociones o racionalidad?

     

    Quedarse, pudiendo irse, se ha convertido en una decisión valiente y peligrosa.

    Hay dos tipos de personas que se quedan en Venezuela: quienes deciden quedarse y quienes no tienen opción. Nos referiremos aquí sólo a quienes toman la decisión voluntaria de quedarse, pues las razones de los otros están predefinidas.

    Puede resultar insólito, pero quedarse, pudiendo irse, se ha convertido en una decisión valiente y peligrosa. Sabemos los problemas y carencias que nos aquejan, conocemos los riesgos de seguridad que vivimos, lo primitivo que ahora es vivir aquí y la incertidumbre que existe sobre el futuro. No sólo hemos leído los muertos en el periódico. Los hemos velado y llorado. Hemos visitado amigos después de un secuestro y hemos visto el miedo y la rabia en sus ojos, si es que no fue al revés. Hemos sufrido las consecuencias de la descomposición social que sirve de justificación racional a quienes han decidido irse. Pero, a pesar de todo, el grupo de hoy decide quedarse. ¿Por qué?

    Las razones se dividen en emocionales y racionales. Las primeras apuntan a sentimientos de pertenencia, patriotismo y derechos. Los emocionales dicen quedarse porque “nacimos y nos criamos aquí, esta es nuestra tierra; nuestra familia y amigos hacen vida aquí y no debemos abandonar lo nuestro sin luchar por lo que nos corresponde”.

    Daniel optó por quedarse. Además del apego familiar, porque quiere ser parte de esas personas que luchan por salir adelante. No desea ser un “polizón” una vez que se haya rescatado el país. Quiere sentirse orgulloso de su propio esfuerzo para lograrlo.

    Vicente se queda porque tiene fe en Venezuela y su pueblo. Dice que la recuperación depende de nosotros mismos, que es el momento de comprometernos y aplicar nuestra formación para ser ciudadanos productivos y salir adelante: “queda mucho por hacer y reconstruir, pero no es el momento de tirar la toalla”. Por su parte, Corina, cuyos hijos emigraron, se queda para cuidar lo que quiere que sus hijos tengan cuando regresen, aunque no puede saber si realmente lo harán.

    Los emocionales piensan que es indispensable luchar para conseguir el país que quieren. Álvaro, Luz y José lo describen con una mezcla de amor y frustración. “No quiero perder el derecho de ver el Ávila al amanecer”; “Voy a luchar por estar cerca de mi familia y mis panas”; “Nadie me va a quitar mi derecho a vivir en mi país”.

    Los racionales tienen otros conectores. Emigrar para ellos implica adaptarse a una sociedad y una cultura que no es propia, alejarse de tus seres queridos y sus contactos y empezar una vida desde cero, lo que consideran un retroceso en vez de un avance.

    Como Gustavo, creen que más allá de los problemas que vivimos “es aquí donde sabemos movernos, relacionarnos y prosperar”. Carla nos dice que “hablan mucho de lo bueno de otros países, pero en ninguna parte se logran hacer las actividades y los proyectos que se hacen aquí”. “Si voy a pasar trabajo en un mundo convulsionado, prefiero pasarlo en mi país”. Como dice Moisés: “Venezuela está llena de oportunidades. Más allá de sus problemas políticos y su brutal inmadurez, está condenada a crecer y yo quiero ser parte de ese crecimiento”.

    Para muchos, como Antonio, emigrar puede resolver problemas individuales pero no los del país “simplemente nos hace ajenos a ellos”.

    ¿Emociones o racionalidad? Ustedes escogen. Cada persona tiene derecho a vivir donde quiera. Pero el país sólo puede ser patria en la medida en que logre que sus nuevas generaciones sientan una emoción profunda de luchar por él, quizás aprendida por el arraigo, la costumbre y la familia (la emoción), pero es también muy importante que estén conscientes de que al final de esa lucha está también su propia felicidad (la racionalidad). Lo demás… serán casas muertas.


    Por: LUIS VICENTE LEÓN
    Luisvicenteleon@gmail.com
    @luisvicenteleon
    EL UNIVERSAL
    domingo 3 de junio de 2012

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