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    CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ: Agonía del Estado bellaco



    “El fin del aparato
    antiproductivo”

     

    Tuvieron 14 años para hacerlo y las dimensiones del fracaso lo hacen inigualable en América Latina.

    La pesadilla que gobierna Venezuela parece inexplicable a estas alturas de la dinámica latinoamericana. Revela una sorprendente mezcla de desconocimiento criminal de las experiencias regionales en la empresa de mejorar la vida de los semejantes, y una enajenación ideológica que ciega a sus responsables. No se dan por enterados que son socialistas muchos de los que han desencadenado el progreso de los vecinos.

    También trasluce que hay una estrategia deliberada para empobrecer a la gente y configurar un Estado bellaco.

    Las políticas públicas son bases del crecimiento y el desarrollo, pero la creación y sustentabilidad de los empleos depende de que la ciudadanía invierta sus ahorros en empresas productivas. Es la única opción que existe y la discusión ya no es entre izquierda y derecha, sino entre gobernantes serios, y tarados. De no abrumarnos esta plaga de corrupción e ineptitud, tendríamos un país primermundista gracias al billón de dólares en ingreso petrolero derrochados.

    Latinoamérica actual, superado el populismo y la irresponsabilidad del pasado, es un continente exitoso que sortea la crisis internacional desde 2008. Eso se debe a que los gobiernos descubrieron las virtudes del diálogo social tripartito, la consulta entre Estado, empresarios y sindicatos para tomar decisiones económicas y sociales. Venezuela volverá al tripartismo.

    El Estado bellaco, en cambio, destruye puestos de trabajos al quebrar la economía privada con la alucinación de sustituirlos con burócratas sumisos y silenciosos que coman de la mano. Pervirtieron la administración al llevarla a 2 millones 300 mil empleados. Una proporción de empleos públicos es sana cuando es la necesaria para la eficiencia de los servicios del Estado, y la economía los necesita. El número óptimo lo marca la tasa de productividad.

    Si en una oficina hay tres personas para hacer el trabajo de una, se reduce el rendimiento a menos de un tercio. Se incrementa la ineficiencia, el burocratismo, la desmoralización.

    La superación de la pobreza está asociada a profundizar la democracia, respetar la libertad y el diálogo social para derogar leyes que minan la sustentabilidad exógena de las empresas, y crearles así un ambiente propicio. Los estados decentes se dedicaron a eliminar las trabas administrativas y legales a la formación de capital, modernizar la infraestructura física y social, formar una fuerza de trabajo capacitada, y crear estabilidad macroeconómica, como tendrá que hacerlo aquí un nuevo gobierno.

    Cuando se desalienta la inversión privada nacional e internacional, crecen la informalidad y la miseria y donde ella abunda, se incrementan las tasas de crecimiento y generación de empleo, y disminuye la desigualdad. Un ambiente institucional y legal predecible que garantice la propiedad, combata la corrupción, favorezca el ahorro y la inversión, la competencia y la productividad. Hay una relación muy clara entre ellos. Según Porter ese es el caldo de cultivo del crecimiento.

    Cardoso, Lula y Rousseff, socialistas serios y decentes, igual que líderes de Perú, Panamá, Uruguay, Chile, Colombia, desarrollaron un entorno jurídico, político y económico favorable para crear, producir, y para que los ciudadanos en general, empresarios, trabajadores y Estado desempeñen sus papeles respectivos. Una sociedad civil dinámica, donde todos puedan hacer oír su voz, cuestionar e incidir en el debate público gracias a la prensa libre.

    La sustentabilidad endógena, por el contrario, depende de las propias empresas, de su eficiencia, administración, capacidad de innovar, actualización tecnológica, competitividad y esfuerzo para proveer trabajo decente, productivo, con respeto al ambiente y que cumplan con responsabilidades sociales. Empresas con mala gerencia, salarios miserables y que depreden el entorno, podrán dar ganancias pero no merecen proliferar.

    El desarrollo económico sustentable es producto del binomio trabajo decente-empresa. El próximo gobierno tendrá que recrear instancias de diálogo social para asumir el desmontaje de las excrecencias que conforman el aparato antiproductivo.

    En el futuro inmediato imaginemos el efecto multiplicador de inversiones masivas públicas y privadas en infraestructura, electricidad, acueductos, represas, ferrocarriles, puertos y aeropuertos, autopistas, viviendas escuelas y capacitación técnica, ornato público, salubridad, recolección basura, seguridad. Tuvieron 14 años para hacerlo y las dimensiones del fracaso lo hacen inigualable en América Latina.


    Por: CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
    Politica | Opinión
    @carlosraulher
    EL UNIVERSAL
    sábado 23 de Junio de 2012

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