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    FREDDY LEPAGE: Atrapado entre lo nuevo y lo viejo



    Aquí y ahora

     

    A Chávez le vienen de perlas aquellas palabras del intelectual y político español, Manuel Azaña, que rezaban: “Tiempos de renovación y mudanza (¿cuál no lo ha sido?) pueden echar un doble engaño sobre la mente política: La ilusión de empezar, la esperanza de concluir”.

    Pues bien, trayendo el agudo pensamiento de Azaña a nuestros días, a la campaña política actual, en la cual Chávez hace todos sus esfuerzos retóricos para aparecer como nuevo (aun cuando su mensaje siga siendo el mismo de hace 14 años) ante la frescura, actualidad, contenido y contundencia del discurso del progreso de Capriles, podemos sacar algunas conclusiones.

    Claro que estamos en tiempos de renovación. El país entero se cansó de las largas, repetitivas y vacías peroratas del mandamás de Miraflores, trastocadas la mayoría de ellas en promesas incumplidas y lanzadas al viento con una venenosa verborrea eruptiva llena de odio y resentimiento. Con ese mismo cuento no puede aparecer como distinto de lo que siempre ha sido. Eso sería algo así como lograr la cuadratura del círculo, ¿no? En lo único que sí luce renovado es en lo físico, ya no es aquel militar flacuchento de cuando se atrevió audazmente a intentar el fallido golpe de Estado. Y sobe todo en los afiches retocados con photoshop con que ha inundado las calles y avenidas de pueblos y ciudades; amén de la vallas del “corazón” que, a lo mejor, se confunden con la propaganda de alguna medicina que promueve los ejercicios o el consumo saludable de omega 3.

    Pero, siguiendo con Azaña, en lo relativo a la mudanza, esta ha sido para peor. El país está sumido en un maremágnum de confusión generalizado. Es como si todo estuviera envuelto en un permanente sacudón sin final y sin llegar a ninguna parte.

    La economía destrozada mientras sobrevive de los ingresos petroleros; la inseguridad haciendo de las suyas, ya nadie se salva, ni siquiera los integrantes de los cuerpos de seguridad, mucho menos el ciudadano común; la escasez y el costo de las medicinas y alimentos de primera necesidad tiene categoría de calamidad nacional; de los servicios públicos, vías y carreteras, ni hablar y, mucho menos, del problema carcelario que, sino fuera por la sensibilidad de la sociedad venezolana, alcanzaría categoría de desgracia inaceptable, que haría tambalear a cualquier Gobierno.

    Quedemos aquí porque si no el espacio de todo el periódico no alcanzaría.

    Lo bueno es que como estamos en tiempos de mudanza, en toda la geografía patria se nota la viva confianza del pueblo en un futuro mejor, sin exclusiones aberrantes, representada por la candidatura de Henrique Capriles que, para desdicha del teniente coronel, sí representa el verdadero cambio: un porvenir de bienestar, sin compromiso alguno con lo malo del pasado que incluye, por supuesto, a quien gobierna. Chávez, le guste o no, así pretenda disfrazarse, es el pasado. Se le acabó su tiempo.

    Por eso la gente ve en Capriles la esperanza, la ilusión, de que está concluyendo una etapa destructiva de la política nacional. Mientras tanto el abanderado del oficialismo sigue atrapado en el laberinto, sin salida, que encarna lo nuevo y lo viejo de nuestro proceso político. Está condenado a cargar con la piedra de Sísifo. Cada vez que sueña que él representa lo nuevo, la piedra rueda cuesta abajo como en la fábula. Por eso se aferra a las cadenas para tratar, de tanto repetir lo mismo, de convencer a una audiencia cansada, fastidiada de escuchar lo de siempre. Por más que se encadene, la piedra volverá al piso. No es posible cambiar lo que es un estado de ánimo generalizado.


    Por: FREDDY LEPAGE
    @freddyjlepage
    Política | Opinión
    EL NACIONAL


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