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    ARMANDO DURÁN: El desequilibrio



    “El candidato Chávez
    se siente acosado..”

     

    Esa es la impresión que transmite su desangelada campaña electoral.

    El primer problema que afronta Chávez es que su obra de gobierno ya ni siquiera la discute nadie.

    Un anticipo real, sin remedio democrático a la vista, de su fracaso electoral el proximo 7 de octubre.

    No se trata de que el enigmático cáncer que padece haya minado su voluntad de triunfador. El problema es otro.

    Si en Venezuela existe una convicción irreducible es la negación de todos sus planes y programas para transformar a Venezuela en aquel mar de la felicidad que nos prometió, hace 18 años, desde La Habana. Su reciente desesperación por construir cuatro casas a la velocidad del rayo para intentar remendar en pocos días su negligencia de años, es el episodio más desolador del naufragio de su imaginación. Basta acercarse a la llamada Ciudad Caribia, su modelo de perfecta ciudad socialista, para comprender la magnitud exacta del descalabro de Chávez.

    Tan inmensa como su incapacidad para combatir el hampa y la inseguridad, o para impedir la quiebra de la agricultura puesta por él en manos de Elías Jaua y de su gente. Experiencias, la verdad, que no se repiten en ninguna otra sociedad del mundo moderno.

    Un segundo aspecto que ha hundido a Chávez y a sus lugartenientes en un desconcierto de tamaño también inconcebible es el rápido desarrollo del liderazgo político de Henrique Capriles Radonski. En pocas semanas, el menospreciado candidato de la oposición ha callado a sus detractores del régimen poniendo en marcha una campaña que lo ha catapultado a alturas de popularidad que ninguno de ellos podía haber sospechado. Primero sus visitas casa por casa, ahora sus actos en las capitales municipales, más adelante sus concentraciones masivas en grandes centros urbanos. Paso a paso, lo cierto es que su presencia se va haciendo avalancha.

    A esta realidad se añade el agotado discurso de Chávez. O más bien, la penosa ausencia de un discurso diferente al de las viejas promesas incumplidas del pasado, que han terminado arrebatándole a sus palabras la magia de antaño, ostensible pérdida de encanto que ha obligado al primer mandatario sustituir su lírica descripción de la venidera Venezuela “bolivariana”, por los lugares más comunes de la propaganda soviética en América Latina en tiempos de la Guerra Fría. A estas alturas, ¿puede convocar Chávez el voto de los venezolanos con el único y retórico argumento de que él encarna la guerra a muerte del pueblo contra esa burguesía pitiyanqui que utiliza a Capriles Radonski para tomar otra vez el poder y volvérselo a entregar a la voracidad del imperio y de sus lacayos nacionales? Siempre ha habido algo antes de algo. La nada absoluta no existe en el mundo real. Esa es la gran trampa que nos pone la razón al aproximarnos a cualquiera de los grandes misterios del cosmos. Y, por supuesto, de la política. ¿Cómo pretender entonces que los venezolanos se olviden de lo que hubo antes de Chávez, cómo hacerles creer que ahora, gracias a Dios y a Chávez, finalmente estamos saliendo de la nada del puntofijismo, un adanismo trivial que aspira a crear de nuevo todo lo que ya había sido creado, mediante la tonta ingenuidad de cambiarle el nombre a las cosas o alterando de manera más bien grotesca la imagen que siempre tuvimos de Bolívar? Esta combinación de factores nos inducen a recordar la mala experiencia que sufrimos cuando el referéndum revocatorio de 2004. En 1993, Chávez comprendió, como sin duda comprende ahora, que estaba perdido. Tras una serie de trabas calificadas entonces de problemas “sobrevenidos” por Francisco Carrasquero, de la puesta en marcha de la Misión Identidad, recomendada por Fidel Castro para alterar continuamente la composición del Registro Electoral Permanente, y de la conversión inconstitucional del referéndum en espurio plebiscito, los venezolanos se fueron el 15 de agosto en la noche a la cama convencidos de un triunfo rotundo del SÍ, y amanecieron con los rectores del CNE anunciando la victoria rotunda del NO chavista.

    El acuerdo firmado hace pocos días por los candidatos avalando a ciegas la credibilidad futura del CNE, la denuncia del Pacto de San José, la decisión de salirse del Ciade, las múltiples amenazas de Chávez, veladas unas y no tan veladas otras, y la indiferencia de algunos dirigentes de oposición ante esta situación de progresivo atropello gubernamental, me ponen a pensar en una perogrullada. ¿No vale más prevenir el ventajismos oficial tal como se viene construyendo sistemáticamente, que lamentar el próximo 8 de octubre sus posibles nefastas consecuencias?


    Por: ARMANDO DURÁN
    Política | Opinión
    EL NACIONAL
    LUNES 30 de julio DE 2012


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