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    SIMÓN ALBERTO CONSALVI: Obispo pecador, presidente de carambola



    Las famosas “cláusulas
    democráticas…”

     

    Para fortuna de la maltratada y ambigua democracia en América Latina, ha sido prácticamente unánime la condena al proceso político que concluyó, en la destitución del presidente Fernando Lugo de Paraguay. La democracia de la región atraviesa un momento deplorable de reacomodos, complicidades y silencios. Un momento signado por el asalto y la destrucción de los principios de la democracia y de sus fundamentos en “el nombre sagrado de la soberanía de los pueblos”. Nunca se había mentido tanto, nunca las hipocresías habían violado todos los límites de la discreción como en esta primera década confusa del siglo XXI.

    La democracia sin adjetivos ha sido la primera víctima de esta conspiración. A estas alturas de los tiempos no sabemos cuál es la validez y respetabilidad de los principios que le dieron consistencia al sistema interamericano desde la gran IX Conferencia de Bogotá, donde se creó la OEA.

    Todos parecen si no condenados a muerte, sí al silencio y los laberintos del no compromiso.

    De ahí la irrelevancia cuando no el fracaso de las cumbres regionales, interamericanas e iberoamericanas. Los Estados y sus presidentes o gobiernos prefieren optar por el oportunismo, por el individualismo que produzca más y convenga más sin pensar en el conjunto.

    La democracia y quienes abogan por ella han sido derrotados. Con las famosas “cláusulas democráticas” se ha jugado a tantos malabarismos que finalmente se concluyó que “la flexibilidad” era el Ábrete Sésamo de la democracia en América. La democracia tumultuaria de los países de la Alternativa Bolivariana se devora a sí misma. La inestabilidad parece ser su signo. Evo Morales nunca había dado tan evidentes demostraciones de incompetencia como en la crisis desatada por una huelga de las fuerzas policiales. El Presidente apela a las fuerzas armadas, como en un deseo de enfrentar policías con militares, como si él fuera a sobrevivir en su papel de gran árbitro. Ecuador es un volcán en erupción cotidiana porque Rafael Correa quiere abrir página todos los días. Sus desmanes verbales le crean fiascos como el “asilo diplomático” de Julian Assange, que tomó en serio una invitación “a vivir en Ecuador” y a utilizarlo en su guerra contra los medios.

    Más temprano que tarde la “doctrina de la flexibilidad de la democracia” (pregonada por Unasur) fue puesta a prueba.

    El Congreso de Paraguay destituyó en un zafarrancho político, como si se tratara del jefe de un comité de barrio, al presidente de la República, Fernando Lugo. Sea el momento de anotar que la crisis paraguaya no comenzó con la destitución de Lugo sino con su elección. Como era un demagogo entrenado en sus tareas de predicador, pronto hizo aliados y se ubicó en el círculo de los iconoclastas. En la mañana Lugo comulgaba con Dios, y en la tarde con el Diablo. La debilidad de la democracia paraguaya fue ilustrada por el respaldo de varios partidos o de grupos sociales a un personaje caído del cielo que no pasaba de haber hecho proselitismo en sus sermones de obispo católico. Fernando Lugo fue, así, un presidente de carambola, producto de oportunismos y cálculos inconfesables. La alta votación que respaldó su caída indica que defraudó a todos los que lo llevaron al poder.

    Pero esto no bastaba para justificar su destitución. Las leyes paraguayas siguen demostrando que la democracia todavía tiene mucho camino por andar en el país del doctor Gaspar Rodríguez de Francia. El Presidente fue acusado de malversación de recursos públicos aprobados para combatir la creciente ola de delincuencia. También de sermonear a los militares y conducirlos por el camino de la “conversión revolucionaria”. Se le responsabiliza de propiciar la invasión de tierras, de relaciones secretas con el llamado Ejército del Pueblo Paraguayo.

    En el expediente se le reprocha el hecho de no haber enviado al Congreso para su ratificación la cláusula democrática de Unasur. Ninguna de estas acciones u omisiones justificaba su destitución, ni todos en su conjunto. Bastaba que el Congreso actuara y lo interpelara, e investigara el destino de los recursos asignados a proyectos específicos.

    La sociedad paraguaya fue excesivamente permisiva con Fernando Lugo. Un obispo dedicado a los pecados de la carne que durante su presidencia tuvo que ir reconociendo hijos, según las demandas de sus madres, no podía ser el ciudadano ejemplar que los pueblos aspiran a que sean sus presidentes.

    De modo que cuando aquí se afirma que la crisis paraguaya no comenzó con la destitución del ex obispo sino con su elección, no se hace un simple juego de palabras.

    Obispo pecador, ¿cuál era la confianza que una sociedad tan conservadora como la paraguaya podía tener en quien había engañado y mentido tanto? Porque en el caso de Fernando Lugo no se trataba de “colgar los hábitos”, algo muy respetable. Se burló de la doctrina e hizo mofa de sus votos. ¿Son éstas, acaso, las condiciones morales que se le reclaman a un jefe de Estado? La doctrina de la “flexibilidad de la democracia” también está a prueba.


    Por: SIMÓN ALBERTO CONSALVI
    sconsalvi @el-nacional.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL
    DOMINGO 1 DE JULIO DE 2012

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