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    CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ: Sangre en las calles



    Sangre en las calles

    El gobierno de Caldera, una especie
    de tsunami que arrasó todo…

     

    El país lo entregaron banqueros, políticos, editores, anclas, periodistas, intelectuales…

    Las “buenas conciencias”, el lugar común, la opinión convencional, era lo que tenían en el cráneo las elites política, cultural y económica venezolanas en 1992, que donaron una banal explicación aun utilizada: el golpe del 4 de febrero y su réplica del 27, fueron “respuestas a la corrupción y las políticas neoliberales del gobierno de Pérez”. Varios protagonistas de la época debieran releerse para ver su retrato de Dorian Gray. Entre las peores elites dirigentes de Latinoamérica. Llenas de resentimientos y envidias, poco informadas, de medio pelo intelectual.

    No sabían qué ocurría en el mundo, desde China hasta Chile, pasando por Europa y el resto del continente: las reformas económicas aperturistas. Y abortan el gran viraje con el que Carlos Andrés Pérez rectificaba la democracia. Hablaban un lenguaje tumorado (ilegitimidad, soberano, puntofijismo, cogollocracia) que no acuñaron los conspiradores militares, sino cinco o seis capitostes, los notables, que por no haber Vargas Llosa, Borges o García Márquez, pasaban por gran cosa. Y unas decenas de hienas menores cada una en su labor pervertida. Sólo en la novela de Moravia, El desprecio, pueden conseguirse párrafos que expresen lo que merecían.

    Venezuela levantaba vuelo con los cambios económicos, la reforma del Estado y la descentralización, una atmósfera verdaderamente “constituyente”. La elección directa de gobernadores afectaba las cúpulas partidistas y estimulaba el pluralismo, ya que ahora el camino a la candidatura presidencial pasaba por una gobernación y no por la secretaría general del partido. Las importaciones obligaban a mejorar la calidad de los productos nacionales, tratar de otra manera al ciudadano consumidor, invertir, crear, innovar. Muchos empresarios tenían flojera.

    Era más cómodo vivir arrequintado a los favores del gobierno y la mayoría de los gremios empresariales reaccionó airada frente a Pérez que pretendía ponerlos a trabajar. La inteligentzia -más bien indigencia– nacional no entendía la caída del muro de Berlín y no sabía de la reforma económica china, y los más ayunos eran precisamente los de izquierda, que zaherían con más encono a los calificados tecnócratas de Pérez, por hacer las reformas que impulsaba Den Xiaoping. Habían diseñado para su país el mejor y más completo programa de reformas económicas de América Latina, que ya daba frutos.

    No hubo un solo caso de corrupción conocido entre éstos, y luego de la degollina, emigran a cumplir importantes funciones como intelectuales, consultores, editores, banqueros y funcionarios internacionales. Venezuela y China tuvieron esos años las más altas tasas de crecimiento productivo del mundo.

    Pero la execración límite fue el papel jugado por algunos gerentes y dueños de grandes medios -no los medios; otros no hicieron lo mismo-, varios colocados en sus posiciones por suerte familiar, pero sin calificación, neuronas ni responsabilidad para desempeñarlos, que despedazaron premeditadamente el prestigio de las instituciones. Pensaban liquidar el gobierno y los partidos para abrirse paso al poder. Lo veían muy cerca. Cachicamo trabaja para Chávez. Esta enfermedad revolucionaria no es, por eso, obra de los incultos, ignorantes, “que se venden por una bolsa de Mercal”.

    Dos conspiraciones se unen. La de derecha, en la que confluyen sectores de la tecnocracia y el empresariado “modernizador” que le asqueaban los políticos, querían un mundo Chanel; y la de izquierda en la que estaban involucrados desde los más radicales hasta progresismo, que añoraban acabar con AD y Copei. Todos se sentían herederos posibles. Esa es la música que suena cuando una banda de criminales uniformados salen el 4 de febrero a las calles a matar, adulados por una piara de pescueceadores civiles a los que, ya usados, rebotan como balones.

    Y la debacle: la destitución de Pérez por la Corte y el Congreso, el descarrilamiento del programa económico. El gobierno de Caldera, una especie de tsunami que arrasó todo. Sobreseimiento del golpista, su candidatura, cuya inhabilitación rechazó la misma corte que también le aprobó una constituyente inconstitucional. Pérez que derrotó con heroísmo los dos golpes militares y se sometió a la decisión de las instituciones. El país lo entregaron varios banqueros, políticos, editores, anclas, periodistas, gacetilleros, antiperecistas, intelectuales, que hoy vagan como los fantasmas de Shyamalan, sin poder siquiera pasar al otro mundo. Es una responsabilidad que tienen que explicar a los jóvenes.


    Por: CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
    Politica | Opinión
    @carlosraulher
    EL UNIVERSAL
    sábado 9 de febrero de 2013

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