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    MARACAIBO: Sobrinos de “El Mocho Edwin” reciben “clases” en la cárcel


    Para ellos tener un arma les da estatus, un rango. Meten miedo y los "respetan". Ahí está el asunto en que confunden respeto con miedo.
    Para ellos tener un arma les da estatus, un rango. Meten miedo y los “respetan”. Ahí está el asunto en que confunden respeto con miedo.

    Un “negocio” de familia..


     

    No temen caer presos. Más bien lo anhelan.

    Los sobrinos de “El Mocho Edwin” reciben en la cárcel clases de cómo delinquir.

    Los dos adolescentes se entrenan como líderes criminales en el albergue Cañada I.

    Idolatran a su tío, el “Mocho Edwin”, pram de Sabaneta. Los delincuentes en formación luchan, con violencia, por ganar respeto.

    Eran los más temidos en los barrios Leonardo Ruiz Pineda, Altos de Jalisco y en los alrededores del cine Uairén. A los 15 y 16 años ya habían robado su primer carro, un Mitsibushi vinotinto. Andaban armados. Manipulaban gramos de marihuana, cocaína y crack. Asistían todos los domingos, religiosamente, a la Cárcel Nacional de Maracaibo. Ahí tomaban clases de cómo delinquir, les alimentaban el ego, ponían a prueba su hombría. Visitaban a su ídolo tóxico, al pram del Penal y el de mayor autoridad en el recinto, el “Mocho Edwin”.

    Uno cantaba la zona y el otro le caía a la víctima. Esta vez fue una mujer a la que le robaron el carro, la cartera y el celular. Fue en abril de 2012 en el estacionamiento de un centro comercial en San Francisco.

    Los adolescentes rodaban por la avenida 40 a unos 120 kilómetros por hora. Una patrulla de la Policía municipal de San Francisco los siguió, porque no se detuvieron ante la orden emitida mediante un parlante. Un frenazo que, por poco termina en vuelco, propició una tranca a mediodía que permitió capturarlos.

    En la oficina de Danilo Vílchez los novatos delincuentes sudaban frío. Aunque estaban sentados, sus piernas no tenían quietud. Antes de decir sus nombres, uno de ellos, el más osado, el que le quitó el carro a la mujer a punta de pistola, habló de frente: “Déjennos llamar al tío de nosotros”.

    El funcionario camufló el interrogatorio con una conversación paternal:

    – Ustedes tienen que estar estudiando, no robando carros. Se ve que no te falta nada, a pesar de todo. Vestís bien, cargáis platica. – Pero prefiero ser delincuente. Ser duro pa’ que me respeten.

    – Pero ¿no te da miedo caer preso? Te pueden matar en la cárcel. – No, no me da miedo. Ahí tengo todo. Cuando llegue allá -se refiere a la cárcel- me dan mi pistola; tengo bebidas, droga, plata y hasta putas.

    El adolescente anunció inconscientemente su futuro.

    La llamada de los comisarios a Edwin Ramón Soto Nava, pram de Sabaneta, no detuvo al Tribunal de Niños, Niñas y Adolescentes en enviar la boleta de traslado para el Albergue de Menores Cañada I. Ya tienen un año y dos meses recluidos. Estar encerrados les acumula la rabia, pero la drenan dándoles órdenes al resto de los adolescentes. Se entrenan para ser como su tío, el “Mocho Edwin”, un pram.

    Estimado:

    Por cada 100 licenciados que se gradúan, en cualquier carrera, hay 200 delincuentes “pesados” que sueñan ser algún día prames de algún pabellón o área del retén El Marite o de la Cárcel Nacional de Maracaibo.

    Por el poder:

    Alejandro Moreno, sacerdote salesiano, en una investigación que realizó acerca del delincuente venezolano violento de origen popular en 2007, basándose en 10 testimonios, explica: “Aquí se caen en muchos mitos. Y uno es que la pobreza no tiene nada que ver con la delincuencia. Es decir, tiene que ver en cuanto a que son pobres, pero no es por pobres por lo que delinquen. ¿Por qué lo hacen? Delinquen porque quieren sobresalir, quieren adquirir lo que ellos llaman respeto. Y respeto es imposición, miedo. Eso aplica para todos los delincuentes, pero los viejos lo consiguieron en su época de una manera y los nuevos de otra. A los nuevos no les interesa la comunidad sino solamente la acción violenta” .

    El análisis:

    Hay una pérdida de principios fundamentales, aunque parezca trillado, trastocado. El respeto, la fama y la fortuna parecieran ser, en este tiempo, lo más valioso, el fin último, el propósito de vida.

    Los jóvenes hacen la proyección desde pequeños en que quieren ser prames, por ejemplo, porque los adultos o figuras de autoridad les moldean el carácter. El ser los más respetados del barrio los hace sentir poderosos.

    Para ellos tener un arma les da estatus, un rango. Meten miedo y los “respetan”. Ahí está el asunto en que confunden respeto con miedo. Y eso es una confusión que tenemos en Venezuela, en todos los ámbitos.


    Por: Leandro Cardozo
    leandro-c6@hotmail.com/Criminólogo
    noticias@laverdad.com
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    La Verdad/ Noticia al Día
    Zulia, 18 de Septiembre de 2013

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