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    HomeVenezuelaJOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO): ¡Gracias a Dios estás vivo!

    JOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO): ¡Gracias a Dios estás vivo!



    madre de policia asesinado

    Venezuela un país
    brutal y caótico

     

    Al señor Rafael, un compañero de la radio, lo robaron este miércoles en la mañana cuando apenas aclaraba el cielo y se disponía a ir al trabajo. Lo abordaron en la parada, un motorizado con parrillero, pistolas en manos, para quitarle -lo mucho o poco- que llevaba encima. Su reacción, tal vez por la experiencia que dan los muchos años que tiene de vida, fue lanzarse al suelo -quizá para que sus atacantes creyeran que, del susto y por la avanzada edad, le había dado un infarto. Y ese fue el momento que aprovechó el parrillero para sacarle la billetera que tenía en el bolsillo trasero del pantalón, montarse de nuevo en la moto y huir del lugar.

    Este miércoles, el señor Rafael, fue uno más de los centenares de víctimas del hampa. Llegó pálido a la radio, temblando aún por la experiencia que acababa de vivir. Nos contó que no se llevaron el dinero que cargaba y el celular porque, entre sus hábitos, está distribuir y esconder sus pertenencias: en las medias, en el doble bolsillo que le mandó a hacer al pantalón, dentro de la camisa… Mientras estábamos allí oyéndolo, llovieron los cuentos de quienes también, a esas horas tempraneras, les había ocurrido algo similar. ¿El leit motiv? Los asaltos siempre fueron perpetrados por motorizados. Nuestras palabras de consuelo para el abuelo Rafael fueron las comunes, las que todos, después de estos episodios que no deberían ocurrir, repetimos: -¡Gracias a Dios estás vivo y no te pasó nada! Frase que, en estos tiempos que corren, decimos cada vez con más frecuencia. Qué mal estamos como país cuando sus habitantes no podemos circular, caminar, ¡vivir! sin la zozobra de que, en cualquier momento, podemos ser “la próxima víctima”.

    Sin embargo, no quiero generalizar diciendo que todos los motorizados son delincuentes -porque sí existen algunos honrados, muy trabajadores y que a punta de rodar por estas calles como mensajeros han levantado a sus familias. Pero, los casos recientes, los que me cuentan o los que leo en la prensa, relatan que el atacante fue un motorizado que, a mansalva, disparó contra quien se le antojó y se alejó “del lugar de los hechos”.

    Por razones que no vienen al caso, este domingo pude conocer la historia de cómo los señores de las funerarias -a quienes por la naturaleza de su trabajo, en más de una ocasión les ha tocado recoger algún cadáver en la morgue de Bello Monte- han tenido que desarrollar una “coraza” porque lo que allí ven no tiene descripción. Pero, lo que más les asombra es como, de un tiempo para acá, en medio de la pila de cadáveres que se forma los fines de semana, lo que abunda son los cuerpos perforados por las balas. No una ni dos: ráfagas completas de municiones descargadas, indistintamente, en hombres o mujeres.

    Entonces, sin duda, Venezuela es un país brutal y caótico. Lo vemos en los reclamos iracundos que por tonterías, como tropezar a alguien, inmediatamente caldean los ánimos de los involucrados, dispuestos incluso a irse a los puños. Lo vemos en la cara desencajada de la gente, agobiada por la inseguridad. Se aprecia en la altivez del malandro que sabe que puede actuar impunemente porque no hay ley que pueda contra su falta de buena conducta. ¿En qué momento la violencia se apoderó así de Venezuela? No es la primera vez que escucho, incluso como recomendaciones de los expertos en seguridad, que a la hora de tener un altercado en la calle, en el tránsito, con algún motorizado, lo mejor es no discutir. Resulta que no podemos reclamar, aun cuando tengamos razón, porque el caos en el que vivimos ha hecho que cualquiera, sin mediar palabras, nos pueda dar un tiro. ¿Cuándo en nuestro país habíamos llegado a esos extremos de violencia? ¿Qué pasó? ¿Cuándo dejamos de ser ciudadanos civilizados para transformarnos, todos, sin excepción, en potenciales víctimas?

    Ni la pobreza ni el hambre pueden ser la justificación de tanta hostilidad, como en algunas ocasiones justificaron los seguidores de Chávez. Nosotros, los venezolanos, cuando volteamos la mirada hacia atrás, hacia nuestros orígenes, descubrimos cómo nuestras familias alcanzaron lo que alcanzaron a punta de trabajo honrado, decencia bien arraigada y honestidad como principio indispensable. A los venezolanos de mi generación, nos enseñaron la importancia de la educación y el apego a los valores. El respeto hacia el otro, va en la crianza. Tenemos que enseñarles a nuestros hijos que “del cielo solo cae agua” -como me cuenta una amiga, le decía su papá para indicarle que en la vida no nos podemos sentar a esperar que las cosas ocurran y que sólo con trabajo, constancia y disciplina, podría obtener lo que tanto soñaba.

    Por eso, también comparto la opinión del empresario Carlos Dorado, quien recientemente escribió un artículo, tan conmovedor como cierto, en el que destacaba cómo su abuelo le había enseñado que el trabajo evitaba tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la pobreza.


    Por: JOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO)
    mingo.blanco@gmail.com
    Politica | Opinión
    @mingo_1
    EL UNIVERSAL
    viernes 25
    de octubre de 2013


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