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    ANTONIO A. HERRERA-VAILLANT: El pobre en su choza



    ranchos caracas 3

    Los pobres estan rodeados de
    radicales y mototerroristas


     

    En los “cerros” no toman desiciones estan limitados por la sombra y el terror de un hampa armada y motorizada.

    Por mucho tiempo se ha insistido que Venezuela saldrá de la tiranía tan solo “cuando los barrios se levanten”, colocando ese acontecimiento como condición indispensable para el renacer de la Venezuela democrática, libre, pacífica y progresista.

    Se trata de una premisa sumamente negativa que postula una condición casi imposible de alcanzar y en consecuencia hace que el resultado deseado quede por siempre frustrado. Aquello que Karl Marx despectivamente llamó “lumpen” jamás inició y propulsó los grandes cambios. La historia lo refrenda.

    Hay razones prácticas para que eso sea así. En primer término, el horizonte de la gente marginal que batalla por llegar de día en día casi siempre se limita a la supervivencia, a los problemas inmediatos de su entorno. No se asoman al futuro, ni manejan conceptos abstractos. Desesperadamente se aferran a todo lo que les suministre oxígeno para continuar viviendo.

    No son “vendidos” como despectivamente dicen muchos: es que se agarran de cuanto les permita atenuar su triste marginalidad. Muchos agradecen y todos temen perder lo que reciben, así de simple. Quién posee solo una camiseta se pone otra que le den, sin importar el color. Se trata de ese “pueblo niño” que identificó el Padre Taparelli en el siglo XIX. Por eso es que en tiempos más felices Jóvito Villalba exhortó a sus seguidores margariteños: “coge todo lo que te den los adecos y vota por URD.”

    En materia de entorno, los de más abajo viven en barrios sin plazas ni avenidas donde salir a protestar, comunicados por estrechos pasadizos, rodeados de malvivientes y “mototerroristas” del régimen. Una cosa es sonar cacerola en una urbanización o en el relativo anonimato de un edificio residencial, y otra muy distinta intentarlo en un rancho hacinado entre muchos otros, donde te pueden acribillar a ti y a los tuyos.

    Hay zonas de Caracas a las que la policía no entra desde hace más de 40 años. Barrios donde las encuestadoras deben negociar con matones para que les dejen entrar. ¿Qué validez tiene una respuesta donde el encuestado no mira al que pregunta sino a la bestia que se para atrás de brazos cruzados?

    La leyenda de “cuando bajan los cerros” persiste en el imaginario colectivo y quizás rememora al grupo que salió a protestar el 4-1-58 luego que el Coronel Hugo Trejo fracasara en un primer intento de derrocar a Pérez Jiménez. Pero las verdaderas multitudes salieron a las calles el 23 de enero – después y sólo después que unos uniformados sacaron a otro uniformado – pues les dejaron saquear mansiones y linchar esbirros.

    Otros señalan el 27 de febrero 1989 cuando también salieron a saquear – aprovechando un momentáneo vacío de autoridad y estimulados por quienes actualmente mandan, como éstos mismos han reconocido.

    Ahora algunos barrios populares han comenzado a protestar, lo que subraya la gravedad de las condiciones. Pero lo hacen limitados por la sombra y el terror de un hampa armada y motorizada para atacar impunemente y a mansalva a todo el que se rebele contra la dictadura.

    Mas los “cerros” no suelen tomar iniciativas – como en las películas – para promover cambios políticos. Si por privaciones fuera hace rato que hubiesen desaparecido las aberraciones que oprimen Cuba y Corea del Norte. Si fuese por miseria la mayor parte de China, India y Brasil ardería en llamas. El hambre puede traer saqueos de abastos y supermercados, pero no busca cambios de régimen.

    Los grandes cambios de la historia provienen de las clases medias y de los sectores emergentes, de todos los que tienen aspiraciones. Eso es exactamente lo que hoy se experimenta en Venezuela: La rebelión de lo más progresista de su población contra la hez de la sociedad.

    Los que viven en zonas populares pero con visión de futuro, los que desde muy abajo que luchan por superarse, y los muchos empobrecidos en lo económico más no en lo intelectual – esos sí salen – y se suman a la clase media para formar esa mayoría del pueblo venezolano que tenazmente plena avenidas y plazas.

    Del denominado “lumpen” jamás se debe prescindir. En primer término por elementales razones de humanidad, solidaridad, caridad, y responsabilidad social. Pero la meta debe ser su inclusión social para que se eleven a formar parte de una clase media pensante – no para meramente ponerlos a votar como ganado con un diluvio de falsedades y bajo amenaza de perder alguna limosna.

    Pero no se puede ni se debe exigir al pasivo colectivo marginal que tome la iniciativa: ese motor de arranque estará casi siempre en la clase media, con los osados estudiantes siempre a la vanguardia caminando siempre hacia el futuro.

    Simón Bolívar y todos los libertadores del continente entendieron la palabra “pueblo” como una ciudadanía cívica y consciente, no como masa incivilizada. El sueño del Libertador – y de cuanto dirigente decente haya tenido nación alguna – ha sido y es rescatar a los que se encuentran sumidos en la miseria y encaminarlos hacia la superación, no rebajar las naciones al mínimo común denominador.

    Solo unas pocas mentes enfermas y tenebrosas tratan de mantenerlos arranchados por generaciones para fabricar un utópico “hombre nuevo” que sólo existe en las desquiciadas imaginaciones de un Jorge Giordani (“No debemos eliminar la pobreza, ese es nuestro capital”) y de otros que aún deliran con las fracasadas teorías comunistas.

    Hoy vemos un insólito ministro y-que de Educación del régimen insistir en que: “No vamos a sacar a gente de la pobreza para llevarla a clase media, para que después aspiren a ser escuálidos (opositores).” A confesión de parte, relevo de pruebas.

    Al componer el Himno Nacional de Venezuela, el doctor Vicente Salias -prócer y mártir de la Independencia- con clarividente realismo identificó como “bravo pueblo” a los ilustrados ciudadanos que se decidieron a lanzar el yugo del imperio español. Previendo que después les apoyara ese pobre infeliz que -desde el interior de su choza- libertad pidió.


    Por: antonio A. Herrera-Vaillant
    aherreravaillant@gmail.com
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    EL UNIVERSAL
    lunes 24 de marzo de 2014





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