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    MILAGROS SOCORRO: Chávez también amamantaba…


    MILAGROS SOCORRO, Chávez también amamantaba…

    Chávez, ya no tiene biografía
    sino su legítima mitografía

     

    El otro día, al coger un periódico para salir a pasear con mi perro, espigué un par de hojas del Correo del Orinoco y topé con una propuesta pasmosa: ¡Chávez también amamantaba!

    [N]o solo era experto en todas las materias, virtuoso en todas las disciplinas, un soldado muy valiente, un golpista exitoso, un estadista de gran prudencia y sabiduría, historiador, cantante, ingeniero, médico y odontólogo, jurista, antropólogo, poeta, ingeniero electricista… mencione usted un oficio, un campo del saber, todos los dominaba el de Barinas como si los hubiera parido. (No es gratuito el símil).

    Pero resulta, según la publicidad del aludido tabloide, que también lactaba bebés, cosa que se deduce del hecho de que la foto que ilustra la página dedicada a una “Campaña de promoción y protección de la lactancia materna” muestra a Chávez con un bebé pegado al pecho.

    Era un ejemplar del lunes 24 de agosto de 2015. Chávez tenía, pues, más de dos años de muerto. No es posible, ni siquiera, que estuviera apoyando la iniciativa. Era un simple esperpento, un ardid electorero, tan tirado por los pelos que, además del mensaje alusivo a la lactancia, agregan una cita de Chávez: “No hay amor más grande que el que se siente aquí en el pecho por una causa, por un pueblo…”.

    Como la frase tiene la palabra “pecho”, los autores de la grotesca cuña consideraron que era muy cónsona con el asunto en cuestión. Y esto lo firma, entre otros, el Instituto Nacional de Nutrición.

    Un alegato del Gobierno bolivariano a favor de la lactancia materna no puede incluir la imagen de una mujer con su hijo pegado al pezón o la de una persona experta en el asunto. Tiene que ser Chávez. Es la manera de operar de los regímenes autoritarios: el mandón, como el rey sol, no solo es el centro del sistema sino que debe ocupar el mayor espacio posible. No dejar que nadie comparta el cartel con el autócrata, mucho menos que se lo dispute.

    Las dictaduras del siglo XX permitían, sin embargo, una hendija por donde podía verse algo distinto al mandón, siempre que tuviera su impronta, su hierro de marcar. Se toleraba un pequeño satélite que reflejara la luz del amo. Así, por ejemplo, Franco admitía la coexistencia con las figuras folklóricas, la España cañí, los carpetovetónicos, Marisol, Joselito… porque entretenían a las masas y eran una construcción simbólica propia del franquismo y de nadie más. El cine español de las décadas del franquismo, la televisión, la música popular, todo formaba parte de una construcción simbólica del franquismo, que, además, excluía todo lo de afuera, lo exógeno, pues.

    Fidel Castro, por su parte, llegó execrando a los Beatles y a todo lo que sonara diverso al son cubano y otros géneros autóctonos. La figuración en pintura, toda representación que abonara al culto a la personalidad, los himnos partidistas, las guayaberas en vez de franelas… todo eso, muy bien (“dentro de la revolución todo, fuera de la revolución, nada”), porque eran como una extensión del férreo poder central. Así, se auspició la difusión de la nueva trova cubana y de ciertos pintores apuntados a las formas permitidas, que asomaban “en el breve espacio en que no estás”, como decía Pablo Milanés.

    Chávez, en cambio, impidió la existencia, aunque pálida, de cualquier otra figura, incluso de las artes y el espectáculo. En los tiempos del chavismo las vedettes no son como Sarita Montiel o Carmen Sevilla, son “actrices” devenidas mujeres de los pranes, sombras que exhiben sus inmensos pechos en los blíchers, en los territorios inestables de la marginalidad. Y una vez fallecido, no puede ser sustituido por una persona. Tienen que ser dos. Como si también a la silla de Miraflores le hubiera caído la inflación. Y al ser dos es como si no fuera ninguno.

    Si un artista popular venezolano quiere destacarse y llegar a grandes audiencias, tiene que salir de Venezuela. Aquí todo lo ocupa Chávez, quien ya no tiene biografía sino mitografía; y la pretensión de compartir aunque sea un cachito de la tribuna es anatema.

    ace unos días, el cineasta venezolano Lorenzo Vigas obtuvo el muy importante premio León de Oro, del Festival de Cine de Venecia, por su película “Desde allá”. El triunfo del connacional en tan relevante escenario cayó como lluvia fresca en un incendio. Nos llenó de orgullo y de alegría.

    Y, sin embargo, fue un hecho casi clandestino. Se explica también porque no hay unos medios de comunicación que le den a estas cosas la proyección que merecen; y no hay medios porque solo han quedado los que sirven al mito del hombre único que todo lo sabe y que se basta para llenar lo que es digno de ser comunicado. Lo mismo ocurrió con el éxito de la cineasta venezolana Marina Rondón, quien conmovió al mundo con su película “Pelo malo”; y por el mismo camino va “La distancia más larga”, de Claudia Pinto. Casi hay que alegrarse detrás de una puerta, porque estas estrellas locales no son Chávez ni tienen nada que ver con Chávez.

    Es el caso también de los Premios Pepsi, que reconoce a los músicos de Venezuela. Acaba de producirse la entrega de este galardón, que establece quién es quién en la escena musical del país, y la distinción de Artista del Año fue para el cuatrista y compositor Edward Ramírez, miembro de C4 Trío y de Kapicúa. ¿Qué repercusión ha tenido esto, que, sin duda alguna, merece ser conocido y apreciado por el país?

    Mientras los dos presidentes de Venezuela confiscan horas para sus alocuciones en los medios, lo relevante ocurre sin que el país lo sepa. O apenas le llegue un susurro, así como llegan las noticias de las penurias impuestas a Leopoldo López en Ramo Verde.

    Lo que no sea Chávez o su secuela debe ser invisibilizado. Y si el Gobierno quiere difundir algo, tiene que ser con la cara de Chávez, que según sus rapsodas si tenía que dar la teta, la daba. Que para eso era galáctico.

    *Milagros Socorro; Periodista y escritora venezolana, su obra va de la narrativa breve, pasando por la literatura testimonial, a la novela. Premio Nacional de Periodismo y columnista de El Nacional.
    Por: Milagros Socorro*
    @MilagrosSocorro
    msocorro@el-nacional.com
    Politica | Opinión
    CARACAS, 25 de septiembre 2015

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