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    ANARQUÍA: Embarazadas huyen para dar a luz en Colombia



    “Yo ya perdí un bebé en mi país”.

     

    En Cúcuta ahora nacen más bebés venezolanos que colombianos. El 80% de los partos que se producen en la fronteriza Cúcuta son de madres que huyen de la falta de atención médica del chavismo…”.

    La crisis venezolana afecta profundamente a las mujeres. Las “mujeres y las niñas” son más vulnerables tanto en Venezuela como cuando migran hacia otros países de la región. Entre el 2015 y el 2016, la tasa de mortalidad maternal en Venezuela aumentó un 65%, según datos de Amnistía Internacional. La tasa de natalidad ronda los 2,2 hijos por mujer.

    Maduro anima a las venezolanas “a parir seis hijos para que crezca la patria”. Insta a tener media docena de “muchachitos y muchachitas” y ordena que en cada comuna exista una sala de parto humanitario para “masificarlo radicalmente”. “Que Dios te bendiga por haberle dado a la patria seis muchachitos y muchachitas. ¡A parir pues, a parir! ¡Todas las mujeres a tener seis hijos, todas, que crezca la patria! ¡Música!”, arengó.

    Cúcuta.- Las escasez de anticonceptivos en Venezuela supera el 80% y al mismo tiempo, las condiciones para sobrellevar un embarazo y dar a luz con seguridad son muy precarias. Por eso, miles de mujeres venezolanas cruzan la frontera hacia Colombia para parir y en busca de métodos para no tener más hijos de los que pueden sostener. Élida Betancourt se levanta cada mañana temprano para hacer las tareas del hogar antes de que su hijo Christopher, de cuatro meses, se despierte. Barre el suelo de tierra, lava la ropa a mano y la cuelga de unos cordeles en una esquina, donde hay una cama al lado de la nevera. Desde hace seis meses, vive en una casita de madera y techo metálico a las afueras de Cúcuta, Colombia.

    “Es la primera vez que me tocó vivir en un ranchito así, yo nunca había pasado por esto”, dice Élida, procedente del estado de Portuguesa. En Venezuela su casa tenía tres cuartos y piso de baldosas. Cuando se quedó embarazada en 2018 de Christopher, su segundo hijo, Élida sabía que iba a ser el último. A los 30 años, decidió esterilizarse. También sabía que su embarazo significaba irse de Venezuela.

    “Siempre tuve en mente que no quería tener muchos hijos,” explica. “No quiero traer niños al mundo a pasar trabajo y necesidad”.

    Élida no entiende por qué hay mujeres “que se llenan tanto de hijos, en vez de buscar los métodos”. “Aquí en Colombia hay demasiados métodos anticonceptivos”, añade. “Aquí si una sale una embarazada es porque quiere. Ahora, en Venezuela es muy distinto: en Venezuela si uno sale embarazada se entiende que es por la situación”.

    La escasez de anticonceptivos en Venezuela se sitúa entre 83% y 91%, según el informe Mujeres al límite. Esto ha hecho que los embarazos se disparen: tanto los deseados como los no deseados. Además, la mortalidad materna creció en 66% entre 2015 y 2016, y desde entonces el gobierno venezolano no ha publicado más datos oficiales al respecto.

    La grave situación económica y política que vive el país ha afectado de forma muy específica a las mujeres: arrebatándoles su capacidad de decidir cuándo y cómo tener hijos –incluso la decisión de tenerlos. Cada vez más, la crisis las obliga a tomar decisiones drásticas como abandonar el país para dar a luz, abortar o esterilizarse.

    “Las brechas de género que podemos encontrar en este momento son brutales”, explica Magdymar León, coordinadora de la Asociación Venezolana para una Educación Sexual Alternativa (AVESA), una de las organizaciones que ha elaborado el informe Mujeres al límite.

    “Es tan importante que las mujeres tengamos garantizados nuestros derechos sexuales y reproductivos que sin eso no podemos acceder a otras cosas”, añade León. “Cuando dejamos de controlar nuestra reproducción, por supuesto que volvemos a la prehistoria”.

    El primer embarazo de Élida, hace siete años, fue complicado. Tuvo que pasar seis meses en cama y dio a luz por cesárea. Sus miedos se multiplicaron con el segundo embarazo, a medida que el acceso a la comida y la salud se deterioraban en el país. “Durábamos hasta dos días, tres días sin comer porque no conseguíamos”, recuerda. “Incluso hubo varios días que estuve hospitalizada. Eso fue lo que más me motivó a no querer tener más niños”.

    Las condiciones para dar a luz en Venezuela son muy precarias: las pacientes deben comprar en el mercado negro todos los insumos necesarios para el parto (medicamentos, gasas, sueros, vacunas), los apagones constantes hacen que cualquier complicación sea todavía más riesgosa y el personal médico es cada vez más escaso.

    Para que ni la vida del bebé ni la de la madre corrieran peligro, Élida y su marido decidieron marcharse a Colombia. Ella también deseaba hacerse la ligadura de trompas en cuanto su hijo naciera, pero Venezuela ya no ofrecía la intervención en los hospitales públicos y ellos no podían permitirse el costo de una clínica privada.

    La esterilización femenina era uno de los métodos promovidos por el gobierno de Venezuela antes de la crisis. Datos oficiales de 2010 sitúan la esterilización quirúrgica femenina como el método anticonceptivo más usado entre las mujeres venezolanas (26%), por encima de la píldora (21%) o los preservativos (3%).

    El gobierno organizaba “jornadas de esterilización” en las cuales las mujeres, principalmente las de menos recursos económicos, podían acceder a la intervención gratuita y en el mismo día regresar a casa, pero también con muy poca información sobre los riesgos y las consecuencias de la operación. Sin embargo, estas jornadas se han vuelto cada vez más esporádicas e impredecibles.

    “Las mujeres acceden voluntariamente a la esterilización porque no tienen cómo comprar métodos anticonceptivos y porque está de base esta aceptación en Venezuela de la esterilización quirúrgica como un método beneficioso para las mujeres”, asegura León.

    Élida estaba embarazada de seis meses cuando llegó a Cúcuta, la ciudad colombiana más grande cerca de la frontera con Venezuela. Más de 4,5 millones de venezolanos han abandonado el país, según cifras de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados. Entre abril y junio de 2018, Migración Colombia registró la entrada de más de 8,200 mujeres venezolanas embarazadas en el país.

    “Cuando llegué aquí no tenía el primer control, nada, no tenía ni ecografías, ni las vacunas,” explica Élida avergonzada.

    Cuando Élida entró al hospital Erasmo Meoz con contracciones, su petición fue clara: quiero que me esterilicen. En este hospital público, el principal centro de atención en toda la frontera con Venezuela, más de 75% de los niños que nacen son de madres venezolanas. Hace tres años, estos nacimientos solo representaban el 5% del total.

    La pelvis cerrada de Élida no permitía salir al bebé y hubo que realizar una segunda cesárea. Gracias a eso, Élida pudo acceder a la ligadura de trompas justo después del parto. El hospital solo ofrece la ligadura de trompas a las mujeres que hayan tenido dos o más cesáreas, ya que el útero se deteriora con este tipo de operaciones y se puede romper con un futuro embarazo.

    Durante la operación, Élida sufrió una fuerte hemorragia. Los doctores le dijeron que era consecuencia de una mala praxis realizada en Venezuela durante su primera cesárea. “Si hubiera sido en Venezuela, me hubieran dejado morir”, asegura.

    La doctora Jenny Peña, coordinadora de emergencias del Erasmo Meoz, asegura que cada vez más mujeres venezolanas solicitan la esterilización definitiva. “Es una buena opción para ellas”, dice Peña. “Con eso nosotros minimizaríamos ese riesgo de tener más niños que el mundo los va a asumir”.

    Una enfermera colombiana atiende a dos mujeres venezolanas en la maternidad
    del Hospital Universitario Erasmo Meoz de Cúcuta, el 1 de marzo de 2020.

    En Colombia el aborto es ilegal:

    La mayoría de las mujeres venezolanas que llegan a Colombia piden la ligadura de trompas, explica Luz Paola Morales, directora regional de Profamilia, la mayor organización especializada en derechos reproductivos de Colombia. “Para las mujeres venezolanas, la prioridad son los métodos anticonceptivos a largo plazo por su proyecto de vida”, explica Morales. “En este momento no desean tener otro embarazo”.

    En su pequeña y limpia oficina de paredes metálicas, ubicada dentro de un centro de salud donde operan varias organizaciones humanitarias cerca del puente Simón Bolívar, Profamilia atiende entre 40 y 50 mujeres al día, la mayoría venezolanas; lo que más piden son métodos anticonceptivos como inyectables trimestrales, píldoras y condones, explica Morales, que Profamilia ofrece de forma gratuita.

    La ONG también ayuda a mujeres de cualquier nacionalidad que deseen abortar. La atención de abortos de mujeres venezolanas se ha disparado en los últimos dos años. En 2017, Profamilia realizó 26 abortos a mujeres venezolanas en Colombia. En 2019, esta cifra ya supera las 814 intervenciones y todavía no ha terminado el año.

    A diferencia de Venezuela, donde el aborto es ilegal, en Colombia las mujeres pueden hacerlo legalmente bajo tres causales: en caso de que el feto sea incompatible con la vida, cuando la concepción es resultado del abuso sexual y cuando puede poner en riesgo la salud de la madre.

    “Las causales que más se utilizan en este momento con las mujeres venezolanas es la causal salud y la causal de abuso sexual”, explica Morales.

    El aborto es un tema tabú en Venezuela, donde la religión tiene mucho peso. La doctora ha detectado una gran falta de información entre las mujeres venezolanas en cuanto a educación sexual y sus opciones en caso de quedar embarazadas. La mayoría desconoce que el aborto no está criminalizado en Colombia y se encuentran casos de mujeres que han realizado “abortos clandestinos” en Venezuela y luego terminan en la clínica de Profamilia cuando su vida está en riesgo.

    Margarita (prefiere no usar su nombre real por miedo a que la reconozcan) llevaba dos meses en Cúcuta cuando su periodo se retrasó. Esta mujer de 41 años había dejado su país de origen para trabajar y mantener a sus tres hijos, que siguen en Venezuela y dependen económicamente de ella.

    No le hizo falta hacerse ninguna prueba de embarazo. “Me di cuenta desde el primer momento que ya estaba embarazada”, recuerda sin poder contener las lágrimas. “Quería morirme”.

    Quedarse embarazada no estaba en sus planes. “Mi único plan era trabajar”, dice. “Las personas no te dan empleo porque estás embarazada, porque saben que hay que cubrir gastos, no rindes”.

    Margarita no podía pensar en nada más. Empezó a sentirse angustiada, deprimida. Una amiga colombiana, una de las pocas que sabía de la situación de Margarita, buscó en internet y se enteró de la existencia de Profamilia. Margarita visitó al médico de la ONG, que le recetó unas pastillas para provocar el aborto.

    A las cuatro horas de tomar las pastillas, Margarita empezó a sangrar. Todo iba según lo esperado, pero dos horas más tarde los coágulos eran cada vez más grandes, le dolía mucho el vientre y notaba cómo la sangre le bajaba por las piernas. “Pensé que me iba a morir”, recuerda Margarita. En mitad de la noche, tomó un taxi y se fue sola al hospital Erasmo Meoz.

    Estuvo dos días ingresada y ahora se recupera poco a poco. Pasa el tiempo recostada en el sofá de su amiga, cuidando de la hija de esta, y leyendo mitos griegos. Muy pocos saben qué le pasó realmente. Ni siquiera se lo ha contado a la familia venezolana con la que vive. “Porque a lo mejor me critican o me juzguen, y no vean bien lo que hice,” explica. “Entonces prefiero dejarlo así”.

    No fue una decisión fácil para Margarita, pero no se arrepiente. A las mujeres venezolanas les aconseja: “Usen condones, tomen pastillas para que más adelante no pase nada y puedan continuar con su vida común”.

    “Da mucha tristeza ver a un niño en la calle comiendo de un basurero, pasando frío toda la noche en la calle, sin una madre o un padre que los abrace o los pueda tener debajo de un techo”, añade.

    Ahora Margarita solo piensa en una cosa: recuperarse lo antes posible para salir a trabajar. “Sabemos que corremos el riesgo haciendo un aborto, sabemos que no está bien hecho, pero sin embargo hay cosas más grandes que te hacen hacerlo”, dice. “El amor a la familia, el saber que pueden quedar desprotegidos es más grande que eso”.

    *El reporteo de esta historia contó con el apoyo de la International Women’s Media Foundation.

    En medio de la crisis que enfrenta Venezuela, un grupo de colombianos se ha dedicado a
    buscar la manera de ayudar a los migrantes que diariamente cruzan el puente
    internacional Simón Bolívar entre Colombia y Venezuela.

    Migrar para salvar al bebé:

    La situación no solo es grave a la hora de evitar la concepción. Para algunas, es un tema de vida o muerte: después de perder un embarazo o por la muerte de un niño en Venezuela debido a la falta de alimento, medicina o por las precarias condiciones sanitarias, deciden que tenerlo en Colombia es su única salvación.

    Este es el caso de María Isabel Lázaro, de 23 años, quien migró a Colombia “para salvar a uno de sus cuatro hijos”, según reporta De Justicia, organización promotora de los derechos humanos en Colombia y otros países del sur.

    También es el caso de Noralcy Parra, reportado por El Tiempo en agosto de 2018. “El recuerdo de la muerte de su primera hija recién nacida, a causa de una bacteria que los médicos venezolanos no pudieron combatir por falta de medicinas, fue la razón por la cual Noralcy Parra, con siete meses de embarazo, abandonó su país para adelantar el trabajo de parto en un hospital de Cúcuta”.

    “La amarga experiencia que viví con mi hija me marcó para siempre”, le contó Parra a El Tiempo. “Desde que supe que esperaba otro niño, mi idea fue tenerlo lejos del sistema de salud que la mató. Recuerdo que cuando la tuve, me exigían todos los suministros y medicamentos, y ahora no se consigue nada de eso, así se tenga el dinero para pagarlos”.

    Las “mujeres y las niñas”:

    Las mujeres y niñas que escapan de la inestabilidad, el hambre y la pobreza en Venezuela se encuentran en situación de especial indefensión: cruzan la frontera con Colombia y terminan siendo víctimas de trata de personas, explotación sexual y laboral. La crisis de migrantes y refugiados venezolanos hacia Colombia ha sido especialmente nociva para la salud y el bienestar de las mujeres y niñas que se enfrentan a “profundas vulnerabilidades” al salir de Venezuela. “El abuso y la explotación de este grupo de migrantes está alcanzando niveles alarmantes”, según lo asegura un informe dado a conocer este miércoles, realizado por la organización humanitaria CARE.

    Para realizar el estudio viajaron varias veces a la zona y se enfocaron en dos de los cruces oficiales de la frontera –Norte de Santander y Paraguachón, en La Guajira– y encontraron graves indicadores de violencia sexual contra mujeres y niñas (sobre todo en los pasos fronterizos informales: las llamadas trochas). Muchas son forzadas a practicar “sexo transaccional” como método de supervivencia.

    “Están obligadas a tener sexo por necesidad; lo hacen para acceder a alimento, a un techo”, explica Catalina Vargas, coordinadora regional humanitaria de CARE para América Latina y el Caribe. Son un target (objetivo) especialmente fácil porque poseen conocimiento limitado de sus derechos y suelen carecer de documentos.
    Desde la falta de acceso a la salud durante el embarazo a una mayor prevalencia de la violencia sexual y doméstica, las mujeres venezolanas están expuestas a una serie de factores distintos a los hombres. “Solo las mujeres pueden quedar embarazadas y la falta de acceso a los anticonceptivos y una deficiencia en el cuidado materno las afecta de especialmente”, subrayó Laura Aragón, subdirectora de la Fundación Panamericana para el Desarrollo.

    Entre el 2015 y el 2016, la tasa de mortalidad maternal en Venezuela aumentó un 65%, según datos de Amnistía Internacional.

    Ante la precariedad del sistema de salud en su país, muchas venezolanas deciden dar a luz en países vecinos, como Colombia, donde han llegado más de un millón de venezolanos huyendo de la situación en su país.

    En el hospital Erasmo Meoz en la ciudad fronteriza de Cúcuta, 2,100 mujeres venezolanas dieron a luz en el 2017.

    “Mientras vemos que esta crisis se profundiza, también aumenta la vulnerabilidad” de las mujeres, concluyó Rebecca Alvarado, encargada de la respuesta del Departamento de estado de EE.UU. a la migración venezolana.

    Todas estas mujeres duermen en el piso porque no tienen donde más hacerlo. Las que
    tienen algo de dinero pasan la noche en las casas ubicadas frente a la cancha,
    donde les cobran 5 mil o 10 mil pesos.

    Venezolanas en Cúcuta:

    Yoselín Ramos, tiene ocho meses de embarazo, duerme tirada en el piso de la calle 6 de La Parada, en Villa del Rosario,(Cúcuta-Colombia).

    Hasta donde llegan los venezolanos a improvisar en tierras extrañas un refugio que creían pasajero y se les ha vuelto permanente.

    Su hija, de dos años, también está allí. Su colchón son unos cuantos cartones y unas cobijas para que el piso no sea tan duro.

    Son las 3:30 de la tarde, la temperatura marca 35 grados y el sol está más fuerte que de costumbre. El calor azota, pero los árboles, que se han convertido en el techo de su refugio, las refresca y evita que el sol las queme.

    Yoselín tiene 27 años y no sabe el sexo de su bebé, pues no ha ido a ningún control. “No le tengo ropa ni nada para su llegada”, contó mientras acariciaba su barriga.

    Ella llegó hace dos meses de Barquisimeto junto con su hermana Yendira Ramos, quien también pasó por la trocha embarazada con dos hijos pequeños más. Ambas se ubicaron en la cancha de tierra, porque vieron que ‘todos lo hacen’.

    Yendira tuvo los dolores allí y justo hoy, hace un mes, nació su niña en el hospital Erasmo Meoz. “Gracias a Dios nació sanita”, expresó.

    Ella armó un mejor cambuche con plásticos y cobijas para tenerla más segura. Es consciente de que no es un lugar apropiado para su bebé. “Es lo que tengo por ahora”, agregó con un gesto de tristeza.

    “La situación en Venezuela está muy mal. Trabajaba en una casa de familia, pero ya no me dieron más trabajo y por eso me vine”, dijo la mujer.

    Estas hermanas no son las únicas mujeres que duermen a la intemperie. Son decenas de madres, unas embarazadas y otras con hijos pequeños, algunos de brazos, las que han hecho de esta cancha su hogar en Colombia.

    “Nadie se ha acercado para ayudarnos. Los niños no tienen ropa y algunos están enfermos”, comentó Alejandra Olarte, mostrando la cabeza de uno de los niños con laceraciones. “Mi sobrino está hospitalizado por una infección en los pulmones”, agregó.

    Todas estas mujeres duermen en el piso porque no tienen donde más hacerlo. Las que tienen algo de dinero pasan la noche en las casas ubicadas frente a la cancha, donde les cobran 5 mil o 10 mil pesos.

    Otras pueden bañarse en una ducha cuando tienen cómo pagar por este servicio, aunque la mayoría reconoce que va al río Táchira.

    “Queremos que nos quieran. Acá hay muchos niños, queremos progresar, salir adelante. No tenemos dónde ir. Nadie nos ayuda”, recalcó Olarte, quien tiene dos hijos, de 7 y 11 años. “Yo pongo un cartón y duermo ahí”, dijo. Esto, agregó, lo hace desde hace 7 meses cuando llegó de Venezuela.

    De noche, reconocen, el frío las hace temblar, pues no todas tienen cobija ni abrigo, mucho menos colchón. “Es muy difícil nuestra situación, pero no tenemos para dónde irnos”, expresaron.

    “Para nosotras es una bendición la casa de la Divina Providencia, pues al menos nos aseguramos el desayuno y el almuerzo para nosotras y nuestros hijos. Le damos gracias a Dios porque si no fuera por el comedor nos moríamos de hambre”, dijo Olarte.

    Lo más triste, reconoció Alejandra, es que cada día que pasa se levanta un nuevo cambuche a su alrededor. El parque, que también está invadido, ya no lo pueden usar, pues los vecinos se molestaron al verlas allí todo el día.

    “Nos corren, nos insultan y nos tratan mal. Nosotras no estábamos así en Venezuela, pero nos tocó venirnos por el problema que hay allá. Nosotras no estamos aquí, en estas condiciones, por gusto. ¿Quién quisiera vivir así, en el piso con sus hijos?”, dijeron todas, casi al unísono.

    José Manuel y Luis Torres, de 12 y 13 años, escriben en un cuaderno estrofas de canciones improvisadas a partir de su realidad. En ellas hablan de la frontera, de cómo viven y del sueño que todos anhelan: volver a sus casas con sus familias.


    Por: DANIEL LOZANO
    @danilozanomadri
    Agencia EFE
    @jvivassantana
    Política | Opinión
    Farándula | Sucesos
    Elmundo.es
    Caracas, miercoles, 11 marzo de 2020





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